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La Comarca Lagunera, situada en el centro del norte de México es una estepa, que aunque regada por dos ríos, los cauces de los mismos están secos debido a dos presas que almacenan su agua. La sequedad desértica, el sol abrazador y unas variaciones de temperatura capaces de hacer oscilar el termómetro en más de 25 grados centígrados en un mismo día, son algunas de las inclemencias de este sitio. En este lugar florecen en medio del desierto tres ciudades —Torreón del estado de Coahuila, Gómez Palacio y Ciudad Lerdo, ambas del estado de Durango—, que sobreviven las sequias, las lluvias torrenciales que de repente se presentan, y desde luego, las tolvaneras, tormentas de un polvo tan fino que no hay puerta ni ventana que logre impedir el acceso al interior de las casas; en la época de frío existen cambios bruscos en este paraje donde sucede nuestra historia.
Es diciembre del año del Señor 2011, las tres ciudades padecen un frio intenso, frentes fríos los llaman los científicos. Por el clima parecería que todo es triste y desolado, pero en contaste la alegría de sus habitantes es contagiosa; gente, cuyos antepasados dominaron el desierto convirtiéndolo en tierra de cultivo. Ahora en este mes hay motivos de alegría, ya que la mayoría de la población son cristianos guadalupanos y su creencia en la capacidad intermediaria de la virgen con Dios, está muy por encima de la duda; es un caso de aplicación para la comprensión de la fe, que alimenta la esperanza de quienes padecen penas, tristezas o dolor humano; anima a deudores, enfermos, familiares de los mismos y hasta fortalece el ruego por los difuntos. El aniversario de la Señora de Guadalupe, la Morenita, adorada por los vecinos, es el día doce de diciembre. Desde el primer día de diciembre las calles que llevan a la Parroquia de nuestra Señora de Guadalupe, localizada en la ciudad más grande, se llenan de fieles, son las peregrinaciones, los creyentes agradecidos van a visitar a la Señora dándole las gracias por los favores recibidos, pero más que nada por el profundo amor que le tienen. La fe está en las calles de las tres ciudades.
A pesar de las inclemencias del clima en el mes de diciembre, éste, es esperado con ansias, ya que después de la fiesta de la Señora Guadalupe, vienen las posadas desde el día 16. Las posadas son inconfundibles por su característico canto, dramático primero y gozoso después, y culminan con el rompimiento de la piñata navideña de siete picos, que simbolizan los siete pecados capitales. La piñata debe ser hecha con ollas de barro, que representan al demonio, el cuál es hecho pedazos, dejando entonces caer la gracia divina materializada en frutas, dulces y colaciones, con la alegría de los niños que se pelean por el despojo de la piñata. La última posada, el día 24, preludio del nacimiento del Niño Dios a las doce de la noche, y la celebración de la Misa de Gallo en todas las iglesias de la región.
Parecería que sólo los católicos disfrutan estas celebraciones, por fortuna no es así, las tres ciudades norteñas se caracterizan por su tolerancia a la creencia de todas las gentes, todos son hermanos, los cristianos de todas las denominaciones, hacen suya esta hermosa fiesta de alegría para conmemorar el nacimiento de nuestro Salvador. Pero, incluso los que no son cristianos, también descansan y reflexionan pues es tiempo de vacaciones.
Para todos los niños es una ilusión la época navideña, con los nacimientos, el árbol de navidad, el adorno de muchas fachadas de las casas con foquitos multicolores, las posadas, las golosinas y los regalos que trae el Niño Dios.
En el mes de diciembre se olvidan las dietas, pues la comida es deliciosa. Las tradicionales fritadas, que es un guisado hecho a base de tripas de cabrito y especias que se consume acompañado generalmente con tortillas de harina. También los tamales de chile rojo, verde, rajas, rellenos con carnitas, dulce, frijoles, y chicharrón son muy populares en esta región. El pan de pulque —preparado con la popular bebida azteca—, los buñuelos con azúcar y canela, el champurrado, las migas norteñas, las gorditas de maíz o trigo rellenas de frijoles, carne, chicharrón, papas, etc. Y específicamente en la época navideña: los romeritos, dulces de nuez, los burritos —tacos hechos con tortilla de harina—, y qué decir de la cena navideña: pavo —guajolote para los mexicanos—, o pierna de cerdo, o bacalao, o bien una cena típicamente norteña: carne asada, chicharrón en salsa verde, ensalada de nopales, y sin faltar los frijoles charros. En fin, tantas cosas tan sabrosas que dan al traste con las dietas para reducir de peso. Después, a base de hambre y ejercicios se quitarán los molestos kilos que se adquirieron en esas fechas.

“Espero que Dios me perdone”, pensé, mientras oía en confesión a mis penitentes habituales, varias damas ya ancianas, que aburridas acudían a confesar pecados, la mayoría de ellos imaginarios, y yo a duras penas les ponía atención. En esta época navideña, en la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús, enfrente de la plaza principal de Ciudad Lerdo, donde ejercía mi ministerio, mientras escuchaba las confesiones, pensaba en que las buenas gentes que acudían al templo eran felices en su fe y no tenían problemas existenciales. Al igual que Nuestro Señor, yo prefiero las ovejas negras separadas del rebaño. A mi juicio los no creyentes son los que sufren en la soledad que los lleva una existencia sin Dios. Una oveja negra muy querida por mí es mi amigo el doctor.
Nuestra amistad empezó desde la infancia y se acentuó más en la época de la preparatoria. Después de graduarnos de bachilleres la vida nos separó, yo fui al seminario de Torreón y él a la ciudad de Monterrey a estudiar medicina. El tiempo, lo único que sabe hacer es pasar sin darnos cuenta, y así pasaron más de veinte años.
Los dos completamos nuestros estudios, yo tengo el orgullo de ser sacerdote, y mi amigo un cirujano muy competente, sin embargo, al volver a platicar con él me di cuenta que tenía todos los atributos de un profesionista exitoso y manipulador: un triunfo rotundo en su profesión, una situación envidiable desde el punto de vista económico, aunado a su apostura física que le da el triste título de “Don Juan”. Será muy asertivo en su trabajo, pero eso, lo ha hecho muy prepotente con los demás, no obstante, conmigo se ha mostrado siempre sincero y tuve mucho gusto de reanudar nuestra amistad.
El ser sacerdote tiene sus bemoles, la gente trata de darle a uno coba por regla general. Nunca me he arrepentido de entrar a servir a Dios, no puedo decir que tuve una epifanía: como ver una zarza ardiendo, o con truenos y relámpagos se me apareció el Señor, ¡no, nada de eso! Mi vocación fue simple, me di cuenta que Dios no está en uno, sino que aparece en sus criaturas, sobre todo en las más débiles, y esa fue mi motivación: ayudar a los demás e ingrese en el sacerdocio.
Encontrar a un interlocutor culto y poder platicar con libertad de cualquier tema ha sido uno de mis lujos. Pero, y es lo terrible, siempre hay un “pero”, la vida espiritual es mi negocio y mi amigo sólo está inmerso en la vida material: carros de lujo, centros campestres exclusivos para jugar golf, residencia en la colonia más cara de la ciudad, siempre acompañado de mujeres hermosas y frívolas, con dos divorcios en su conciencia. No es difícil darse cuenta que el doctor, vive en un vacío existencial.
A veces, cuando se quiere a un camarada trata uno de ayudarlo, y eso pasó conmigo, aproveché la alegría de estas fechas navideñas, y trate a riesgo de ser impertinente de orientar la vida espiritual de mi amigo —además es mi trabajo—, recuerdo con dolor parte de la conversación:
—No te preocupes —me dijo mientras bebía con fruición su caro whisky— es natural que trates de evangelizarme, pues de no ser así, no cumplirías con tu misión.
—No podrás negarme que tu vida, a pesar de ser tan movida no te tiene satisfecho —le dije.
—Es que así somos los humanos, siempre queremos mejorar, en mi caso con mi trabajo y pasármela bien, pues hay muchas cosas interesantes en que ocuparse.
—De pequeños acudíamos juntos a la doctrina y tú eras muy piadoso, no me explico tu actual manera de pensar.
El doctor se me quedó mirando con cierto gesto de conmiseración, y con petulancia me dijo:
—Tú eres una persona inteligente y preparada, yo soy el que se extraña de que creas en cosas sobrenaturales. La verdad, es que lo único que tenemos es la existencia y mientras ésta dure hay que aprovecharla. La naturaleza es cruel, con la vejez viene el deterioro y al final la muerte, y con ella, la nada.
—Entonces ¿tú piensas que la religión no sirve? ¿Qué la temporada navideña es un despropósito?
— ¡Claro que sí sirve!, la religión es útil para educar a los niños, le da consuelo a las gentes débiles, pero, de que sea verdad es otra cosa. La navidad tiene un origen pagano. Los romanos desde mediados de diciembre a finales de marzo celebraban las fiestas de invierno, durante las cuales Roma suplicaba la protección de sus dioses. Años más tarde la Iglesia logró cristianizar esas fiestas paganas, superponiendo la fecha del nacimiento de Cristo al solsticio de invierno. Me da gusto ver la alegría de las gentes en estas fiestas y sobre todo la ilusión de los niños.
— ¿Participas en estas fiestas?
—No, para nada. El día 24 me ofrecí de voluntario y estaré de guardia en el hospital, de esta manera no tengo que participar con hipocresía en una fiesta en que no creo, y soy más útil, pues por el exceso de alcohol que se bebe en esa celebración, hay bastantes accidentes y van a dar muchos heridos a los hospitales, por cierto, en esa fecha la mayoría de los sanatorios tienen poco personal, ya que muchos médicos y enfermeras faltan para pasar el festejo navideño en su casa, sin importarles su deber.
—Es bueno que estés de guardia, pero también el ser humano necesita un alivio espiritual ¿lo tienes tú?
—Mira, seamos honestos, mientras estemos en buenas condiciones de salud, hay que disfrutar de la vida, y cuando por ley natural tu cuerpo se deteriore, debemos renunciar a la vida de una manera elegante, no esperar a ser un viejo decrépito, mejor irte en plenitud de facultades.
— ¿Te refieres a suicidarse?
—Llámalo si quieres de esa manera, con los adelantos de las drogas actuales es fácil hacerlo sin dolor, y sin dejar huella para evitarles problemas a los familiares. Aceptar como los filósofos estoicos el fin de la vida, pero con la satisfacción de haberla gozado a plenitud.
El resto de la plática ya fue insustancial. Yo quedé con la penosa sensación de haberle fallado a mi amigo, al no darle ninguna opción para mejorar su triste vida espiritual, a pesar de la jovialidad que él aparenta, como máscara ante los demás.
Al separarme del doctor, consciente de mi fracaso personal me quedó un consuelo, y fue dirigirme a mi Señor: “Por favor Dios mío, que tu infinita misericordia se haga presente en la vida vacía de mi amigo”.

Vivirás este día idéntico a los otros, no te importará que la noche sea Nochebuena y mañana Navidad. Recordarás de una manera agridulce que cuando vivía tu madre, tenías que fingir alegría en estos días navideños y acompañarla a la misa de gallo, a pesar del frio y de tu pequeña edad; desde entonces comenzarías a comprender según tú, el gran mito que la iglesia ha prohijado hace más de dos mil años.
Pensarás en vano que te asiste la razón, y no podrás explicarte el porqué te causa tal desasosiego el actuar alegre de las gentes que te rodean, al festejar estos días navideños.
Leerás de nuevo “El ser y el tiempo” de Martin Heidegger y “El ser y la nada” de tu filósofo preferido Jean Paul Sartre, para reafirmar tu creencia y seguridad absoluta de que todo es debido a causa y efecto. Que la divinidad, sólo es un hermoso sueño creado por el miedo del hombre a la muerte, y a su fatal destino de sumergirse en la nada.
Te entristecerá darte cuenta, que tu vida sentimental es un fracaso. No habrás encontrado a la mujer que llene tus expectativas, y por más que las culpes a ellas, en el fondo sabes que tú eres la causa del problema, que por tu cinismo unido a tu egoísmo, has estereotipado a las mujeres, sólo como meros objetos de placer.
Comprenderás que tu vida epicúrea, en busca de deleites sólo para sibaritas, te ha llevado a un eterno spleen, nada te causa fascinación ni atractivo. Tu felicidad es tu trabajo, pero no por ayudar al paciente, sino por el anhelo de perfección que ha sido tu norma, ser el mejor cirujano de la región y al lograrlo, ya empiezas a sentirte aburrido.
Realizarás un esfuerzo increíble para ser popular, ya que es parte de tu personalidad de triunfador, aunque en el fondo sabrás que casi nadie te tendrá aprecio. Te tolerarán sólo por el interés de tus habilidades quirúrgicas. Tus ayudantes te temerán, no te respetarán. Los pacientes al ver tu despego emocional, te darán las gracias de dientes para fuera. Contarás el número de tus verdaderos amigos y con tristeza comprenderás que sólo hay uno.
Entenderás con certidumbre que tu único amigo sincero es el cura, al cuál en tu soberbia lastimas en sus creencias. Te darás cuenta que por cariño tu amigo, el sacerdote, trata de ayudarte en tu vida, no tanto por sus dogmas religiosos, sino por un verdadero afecto de camaradería, él, que fue tu compañero de la infancia, tu cómplice en los sueños maravillosos de triunfo que tenían en la juventud. Ahora en la edad adulta te burlas de sus consejos.
Te preguntarás: ¿dónde quedó mi tolerancia hacia los demás, que tanto presumo? Con pesadumbre sabrás la respuesta: nunca la has tenido, sólo la altivez de ser el número uno, de tener siempre la razón y humillar el ego de los otros.
Reflexionarás en la soledad de tu elegante casa atendida por múltiples sirvientes, que consideras simplemente como cosas, sobre tu situación existencial: ahíto de goces mundanos, fastidiado de la vida. En un choque y ajuste de cuentas contigo mismo, como eres inteligente llegarás a la conclusión de que el mal que padeces se llama: “la tristeza del hedonista”, y esta extraña dolencia podrá llevarte al suicidio, que con eufemismo llamarás: “el adiós elegante de la vida”.

El turno de noche en el hospital general es un caos: mucha demanda de consulta externa, la sala de urgencias está llena, y el escaso personal de guardia apenas se da abasto con tanto trabajo. Casi la mitad del personal no ha asistido a su labor por ser esta noche, el festejo de Nochebuena.
Sólo hay una sala de quirófano para las cirugías, y una de expulsión para las embarazadas. Ambas salas son atendidas por el cirujano más competente del hospital, su ayudante, un pasante de medicina, y por fortuna hay un residente de anestesia. Una afanadora se ha elevado al rango de enfermera circulante y un camillero como afanador.
Sin embargo, la asertividad del cirujano es asombrosa, y más su sentido de organización, lo difícil parece fácil, y en poco tiempo se ha operado un apéndice y una vesícula, ésta última estuvo a punto de costarle la vida al paciente, pues casi se revienta antes de la cirugía.
En la sala de expulsión una parturienta tiene un parto difícil, el producto no desciende y el pasante de medicina le pide ayuda al cirujano, éste oye el latido fetal y de inmediato ordena de forma perentoria:
—Pasen a esta mujer a quirófano, hay que hacerle una cesárea de urgencia pues hay sufrimiento fetal.
El drama que se desarrolla en el quirófano, es fuera de lo habitual en estos casos, la parturienta y los ayudantes del cirujano están angustiados y con la boca seca por la aflicción, conscientes del peligro que tiene el niño, que es llamado producto por el cirujano; éste se encuentra tranquilo y seguro de sí mismo, con habilidad procede a extraer al producto del vientre materno, y aunque un poco deprimido se encuentra vivo, el doctor ordena a su ayudante:
— Hazte cargo de la paciente, yo voy a dedicarme al producto.
Con una destreza en el más alto grado de perfección, el cirujano limpia las vías respiratorias superiores del recién nacido, y en seguida le aplica una mascarilla de oxígeno en la carita, el doctor contempla con satisfacción, que el color pálido de la piel del pequeño cambia a un agradable color rosa y retira la mascarilla.
Esta noche ha sido para la afanadora, ascendida a enfermera circulante, una de las más emocionantes de su vida y con alegría exclama:
— ¡Es un milagro, ha nacido exactamente a las doce de la noche y es un niño!
— ¡Gracias Dios mío! — casi grita la mamá y añade: — le pondré de nombre Jesús.
El doctor —hombre aún joven en plenitud de facultades, sofisticado, duro y escéptico—, piensa con disgusto: “qué cursi sentimentalismo de estas mujeres”, y de inmediato se prepara para decir una frase lapidaria y burlona que ponga las cosas en orden, pero en ese instante, siente una leve presión en el dedo índice de su mano izquierda, observa con sorpresa que una manita del niño es la que tiene agarrado su dedo y en la carita del bebé percibe un esbozo de sonrisa. La mirada del hombre, del doctor suicida, se llena de empatía, y aunque él aún no lo sabe, pero presiente que en esta Navidad, la sonrisa del recién nacido representará en su vida un cambio hacia la paz de su espíritu, a la esperanza, al amor, un llamado de eternidad y…














Texto agregado el 09-01-2012, y leído por 265 visitantes. (0 votos)


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