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Capítulo 19: “VEINTINUEVE EN LA CÁRCEL”.
Veintinueve de agosto del 2010, es tarde, el sol me da en la cara, me siento mareada, pero por más que intento descifrar que rayos hago allí, parecía olvidar todo de súbito, pero por más que me esforzaba en indagar no conseguía nada. Venía recién despertando, cuando el mareo pareció disiparse, de inmediato me senté y me llegó un popurrí de imágenes a la cabeza, y logré reconstruir mi larga historia tras las rejas.
En la camioneta en la que el muchacho me llevaba de rehén me dormí pasados los cinco minutos, recordaba que el vehículo corría raudamente, luego cerré los ojos y comencé a soñar con mi hermana mayor de comandanta; cuando me disponía a entregar el alma de puro miedo a mi imagen muerta en la visión, una mano gruesa y nada de amigable me removía del hombro y cuando se daba la libertad de levantar la pierna para darme un punta pié desperté asustada.
-¡Ya era hora de que despertara!-aulló, y al ver que yo no profería palabra continuó-¡Dese vuelta!... ¡Dese vuelta!
Me lanzó brutalmente al suelo, del golpe me salió sangre, cogió mis dos manos bandoleras, puso su pie derecho sobre mi espalda y estiró mis brazos para acrecentar el sufrimiento que en mí se iba presentando y finalmente ató mis muñecas con unas esposas metálicas llenas de óxido. Así, en esas condiciones y a punta de patadas me entró a una sucia celda que se encontraba en una cárcel aún más sucia. La cárcel no estaba pintada, y estaba a medio caerse, lo que era aún peor que estar atada era oír los duros gritos de los rehenes y escuchar los fríos ataques de los carcelarios, que los pegaban en seco, sin miramientos. Caminamos un buen rato, viendo el sufrimiento y la valentía de los llamados “criminales patriotas” que iba creciendo a medida que avanzábamos. Todos nos miraban, especialmente a mí como si fuese un bicho raro, sus pupilas se dilataban a medida que me veían, me apuntaban con el dedo sorprendidos, a la larga comprendí que era porque yo era la única mujer que allí se encontraba. Al rato comenzaron a cuchichear, sus palabras retumbaban en el ancho y largo pasillo que se separaba en todas las celdas, era como el eco de un ser perdido en un frío y oscuro hielo, que solo conseguía ser quebrado con las voces de los peninsulares, al parecer me reconocían como la guerrillera y acto seguido reventaban en improperios, garabatos como les llamamos en Chile, que son la más pura seña de la chilenidad en cualquier lugar. El hombre me cogió por el brazo izquierdo cuando se detuvo frente a la celda que decía por lo alto “máxima seguridad” y sacó un grueso manojo de llaves de su bolsillo, probó aproximadamente diez de ellas hasta dar con la correcta, mientras en ese transcurso de tiempo yo creía que mi brazo iba a morir, abrió la celda y me entró a la fuerza, me quitó las esposas y me dejó ahí.
-¿Qué hago aquí?-inquirí para mí misma, pero al parecer tenía compañeros de celda.
-Mira, vo’ estái aquí porque soy reo de esos cuáticos ¿cachay?-se adelantó un chico de aproximadamente veintiún años.
-Oye Flaco, mira es niñita y vo’ ¿porqué usái falda?-dijo uno más regordete de la misma edad.
En ese instante los dos colmaron mi paciencia jurando que me había infiltrado, me quité el pañuelo de la boca y me di vuelta para que se dejaran de importunarme.
-¡Sí, fíjate que sí!, será porque soy mujer el motivo que me hace usar falda-dije mirándoles directamente a los ojos.
-Chachu… de verdad discúlpanos Flaca, es que aquí no entran más que hombres desde que nos pillaron-dijo el que suponía haberme contestado la pregunta.
-Ya filo ooh, total, ya estoy acostumbrada-dije, para luego preguntar-y, ¿cómo te llamái vo’?
-Cristián, Flaco para los amigos-contestó.
-Yo me llamo Sofía y…-me quedé en el suspenso.
-Señorita, yo soy Jorge, para servirla-dijo el de la ofensa, luego cogió mi mano y la besó, lo cual a el Flaco y a mí nos hizo simplemente desternillar de la risa-¡pero si vo’ erís esa guerrillera ¡ay! ¿Cómo es que te dicen?
-Boudica, pa’ qué les digo en que me pillaron a mí, poh’-dije pensando que era obvio.
-En plena batalla cacharon que érai vo’-dijo Jorge.
-Me entregué para salvar a unas compañeras-dije.
-Vo’ la muy noble, la que tiene de cabeza tratando de matarte al Rey-se rió el mismo.
-Sí, esa misma, y ¿en que los cacharon a ustedes?-dije.
-Rayando muros por vez número mil quinientas más o menos-se aventuró Cristián.
Y ese era el comienzo de una gran amistad tras las rejas. Por espacio de una semana los conocí en profundidad, les di aliento como ellos me lo dieron a mí, y en una suerte de desinteresada alianza comenzamos a colocar una cortina a la entrada de la celda y a liberar a los demás con tácticas que les pasábamos por diversos conductos y que sabíamos funcionaban. Pero cuando supieron que estábamos detrás de todo supimos que era nuestra última noche en la prisión, como todas las noches comíamos la asquerosidad de comida que nos pasaban por cena, nos acomodamos en un baño todavía más asqueroso y aún en los camarotes empezamos a fantasear con lo que estábamos esperando desde hacía tanto tiempo ya: el viaje a España o mejor dicho en nuestras bromas el “ultimátum”, hasta que nos dormimos. De mañana algo nos removió del hombro, maniatados subimos a una avioneta, el viaje fue tranquilo entre comillas, hasta que llegamos a un aeródromo en Madrid, luego nos dejaron un instante a los tres a solas, nos abrazamos, nos comportamos como unos hermanos en nuestra estadía juntos, nos despedimos, nos deseamos la mejor suerte del mundo, hasta que nos separaron y cada uno fue conducido a su destino, una leve sonrisa, un gesto de adiós, ellos por su lado, yo por el mío. Desde ese día de ellos nunca más supe…
Fui conducida en un auto muy elegante a un palacio aún más elegante y grande: era la residencia del Rey.
Llegamos a un parque que había en la entrada, se trataba de la entrada norte: de los preciosos Jardines de Sabatini, entramos desde la calle Bailén y quebramos en dirección a la Residencia Real y anduvimos un rato entremedio de los arbustos perfectamente bien cortados y las hermosas piletas circundadas por estatuas talladas sin ninguna falla en el cincel. Y luego el chofer me dijo que me bajase en un acento que me costó trabajo digerir, y cuando me disponía a obedecer extrañada porque me consideraban todos allí como una criminal, un lacayo me abrió la puerta del coche y me acompañó hasta un vestíbulo donde una mujer que cumplía la función de ama de llaves me saludó cordialmente. Allí sucumbí en mi promesa de no hablar con ellos y la inquirí:
-¡Señorita, os estábamos esperando!, mucho gusto en conocerla, y soy María Loreto Spadaros, el ama de llaves de Palacio, cualquier cosa que necesite diríjase a mí-dijo la mujer de aproximadamente cuarenta años, tez blanca, regular estatura, algo maciza y de cabellera negro azabache.
-Placer en conocerle, señora María Loreto, pero algo me provoca imperiosamente a inquirirle, si no es mucha molestia ¿qué hago aquí?-pregunté con mi mejor disposición para no ganarme el odio de tan agradable persona.
-Eso a mí no me compete, pero el Rey la espera en la Biblioteca, si así lo anhela os puedo acompañar a dicho sitial-dijo en un tono amable, pero irritado a la vez, como si yo le hubiese hecho daño.
-Muchísimas gracias-dije conteniéndome, pues ya sospechaba lo que me sucedería.
Ella me encaminó, me presentó y allí me dejó, sola con ese hombre. Yo me quedé simplemente maravillada con el enorme salón en el que me encontraba. Las estanterías eran preciosas, según mis fuentes fueron adquiridas en época de Carlos IV y Alfonso XII en su mayor parte, con una decoración que es capaz de dejar impactada a cualquiera, pero lo realmente maravilloso era la cantidad de volúmenes que allí había, era sorprendente mirar las encuadernaciones de esos cuantiosos libros ordenados por las épocas a las que era preciso remontarlos, y por supuesto la decoración impresionante del lugar, que poseía su amueblado original, de los tiempos de dicho rey, a eso del siglo XVII. Las lámparas de cristal colgaban del techo empapelado que chocaba con las estanterías repletas a no más poder de libros. En el interior se encontraban las mesas talladas y las sillas cubiertas de una elegante tela bordada o bien de cuero.
-Aquí estoy, no diré la cursilería de para servirle, pues los dos bien sabemos que no estoy dispuesta a ello-dije decidida.
-No se preocupe, la estaba esperando-dijo el Rey.
-Y, ¿para qué me trajo a este lugar?-inquirí.
-Usted, a pesar de ser mi principal opositora, vivirá, se le perdonará la vida. Y no todo es color de rosa, su castigo será vivir en este Palacio, para que no pueda dar orden alguna a su bando y será algo así como la princesa de este lugar, un duro ejemplo de lo que le sucederá a sus compañeras si no se cuidan, el único ejemplo que sé, usted no soportaría ser, y si no habla a favor de España, su vida peligra-dijo finalizando con un gesto de acuchillar en su cuello.
-Pero… pe…pero-dije a punta de tartamudeos indicando que mi último deseo era permanecer de por vida allí.
-Lo siento, señorita, me disculpa, es que tengo asuntos más importantes que atender-dijo entre que sarcástico y sincero-si así lo desea puede quedarse en la biblioteca y luego la ama de llaves le vendrá a buscar-dijo y se fue.
Ya estando sola me derrumbé en una de las sillas bordadas y me cubrí la cara con las manos para dar rienda suelta a mi llanto ¿caso era la única que comprendía? ¿Caso era una esclava? ¿Caso era más fácil dar órdenes que mirar un poco más allá que lo que son capaces de ver los ojos para entender mis intenciones? En ese llanto liberaba sueños que ya no podrían ser más, de súbito me enteraba que mis pensamientos liberales le interesaban solo a los ojos de mi alma. Lloré y lloré por largo rato, hasta que como una visión fui comprendiendo que eso era mejor que estar en la cárcel, pues podría investigar más de lo que se podría hacer en la prisión y eso secó mis lágrimas de a poco, pero sentí miedo como nunca: a quedarme allí para siempre y no poder volver y como a todos los miedos lo lloré. Hasta que se me acercó un muchacho de trece años, tierno y tímido, colorín, pecoso, alto, delgado y ojos castaños que eran circundados por su blanca piel.
-Usted es muy linda como para llorar así-me dijo en un acento que me hizo saber al tiro que era francés.
-Gracias, ¿quién eres?-inquirí.
-Danto Frank Garreau, y estoy aquí para servirle, soy el encargado principal de las damas de Palacio-dijo tendiéndome la mano.
-Yo soy Sofía Poblete, pero con gusto puedes apodarme Sofi-dije contestando a su saludo.
-Pues ¿de dónde vienes? Pareces no estar a gusto-replicó.
-Quién puede estar a gusto cuando es sacada de Chile a venir a ser esclavizada siendo princesa… de verdad no conocía esa esclavitud-contesté sarcástica.
-Pues somos dos esclavos aquí… yo soy nacido en Marsella , Francia, pero a los cinco años mi mamá me entregó al Rey al ver mi cortesía a cambio de que no asesinase a mi hermano-dijo.
-¿Porqué querría asesinar a tu hermano?-inquirí.
-Porqué es del grupo ETA-dijo.
-¡No te creo! Yo los admiro, a pesar de que sean asesinos a veces, pero reclaman lo justo-dije emocionada.
-Y por eso soy casi el eunuco-dijo.
-Bueno, ese es el lado feo de la calle, pues no te preocupes, yo vengo por algo peor-dije.
-¿Por qué?-inquirió extrañado al pensar que su causa era la peor de todas.
-En mi país están jugando a ser colonos, bien, pues yo soy dirigente de una guerrilla, de la NHM y somos la verdadera resistencia en Chile contra el poder español-dije.
-Eres Boudica ¿no?-preguntó.
-Así es-concluí.
Este era el comienzo de una gran amistad, a las noches él me acompañaba a mi cuarto donde organizábamos estrategias para liberar gente de la esclavitud y son sacar información, mientras yo pedía comida literalmente por dos y dejaba metida a las sirvientas y al chef pues no se me notaba que comiese por dos y aprovechando esa distracción él se ganaba esa confianza que después de todo le pertenecía y le contaban todos los planes que a su vez yo revocaba al haberme ganado una inusual confianza de parte de la familia real. Y así, comiendo y bebiendo, leyendo y durmiendo las noches en mi cuarto, ambos comenzamos a sentir algo más que una amistad, él no lo confesaba, yo tampoco, después de todo, era un amor imposible. Luego entre libros nos enviábamos mensajes con información ultra secreta a través de la chica del correo que era su hermana, ella se llamaba Athalie Monique, y nos apoyaba en todo lo que necesitábamos, inclusive a tirar por la borda la mayor estrategia de tortura corta distancia del Rey que era maltratar a los esclavos me obedecieren o no, su cara al ver su idea derrotada nos provocó a los tres un gran ataque de risa que se sintió desde la escalera hasta el salón del trono que era donde él estaba.
Un día yo me encontraba leyendo una de las grandiosas novelas de la biblioteca en el mismo salón, sentada, tomando el fresco y mirando a la vez el sol, el cielo era arrebolado, las nubes se fundían en el sol que se despedía con sus últimos rayos del día dándole un paso directo a una cálida y tibia noche, alimentada por el bullicio de los jóvenes asistentes a las fiestas, atestada de millones de estrellas. Por un minuto dejé caer el libro en mi falda y miré con éxtasis el horizonte, me puse a pensar en los amigos que había hecho en la cárcel, en la pasión y alegría de Danto, y me acerqué a la ventana para poder respirar en medio de mis sueños ahogados, y así, encontrar una respuesta en el volar libre de las aves. A lo lejos unos gorriones morunos jugueteaban picoteando el pasto, buscando quizás algunos insectos. Una niñita los correteaba, y cuando ella estaba cerca las aves despegaban un muy ruidoso vuelo, eran preciosos, especialmente los machos que tienen el pecho y la garganta negros y el dorso de color pardo, y remontaron vuelo definitivamente a su nido que se encontraba en un pino.
Mientras que yo miraba con pasión tan bello panorama, una persona se me acercó silenciosamente y ciñéndome de la cintura me atrajo hacia sí y me besó. En ese segundo perdí conciencia de todo lo que mi alrededor acontecía, perdí sentido de la orientación, es como si hubiese estado en medio de un mar en el que sólo mis sueños podía ver en medio de la inmensidad semejante y de rol secundario.
-Te amo, eso he querido decirte desde el día en que llegaste-susurró muy cerca de mi oído, era Danto.
-Y yo a ti, sólo que no supe cómo decirlo-dije desprendiéndome de uno de los tantos secretos que me rodeaban de manera silenciosa y tenue, casi imperceptible.
En ese minuto dejé el libro tirado, lejos de mi vista, pues me parecía que no había mejor novela de amor que la que se estuviese viviendo. Lo cogí de la mano y subimos corriendo a mi cuarto. Allí le confesé todo, mi vida, todo de él pendía, y él me confesó la suya, me la puso a mis pies como una ofrenda. Entre risas, entre besos profundos, entre todo eso escribimos una novela, que era nada más ni nada menos que nuestras historias y las quemamos con mi encendedor, ya no existiría más nuestra vida pasada, solamente el presente. Así transcurrió un gran tiempo, meses de un amor loco, vivo y pasional. Durante las noches planeábamos como huir a Chile y liberar el país. Pero una noche fue diferente a todas:
-Me quieres-pregunté ya adentro.
-Te amo-contestó.
-¿Qué te sucede? Hoy estás raro-continué.
-Ya no te podré querer más-concluyó.
-¿Porqué? No me digas eso por favor-dije rogando.
-El Rey anunciará tu compromiso mañana con un duque-dijo.
-Tú sabes que yo no me caso ni amarrada-respondí.
-Entonces deberíamos huir-dijo.
-Mañana, en la noche, allí te veré en el patio-dije señalando la ventana cerrada.
Su rostro se iluminó al verme aún íntegra, me besó como de costumbre, pedimos comida, la de costumbre y como de costumbre planeamos como huir y liberar a mi país, duros planes que según él con el tiempo yo debería abandonar como un juguete al cual ya no se le tiene valor alguno, gastado y amarillento, cambiado con el tiempo. Al finalizar nuestra acostumbrada velada, nuestras manos se hallaban entrelazadas, y a medida que se acercaba la hora del alba, se apretaron más, en el suelo mi camisola de dormir se veía rugosa, los corazones se escondían entre los pliegues, como si mi amor y mi fuerza de subsistir allí se estuviera acabando y la vida nos diera la espalda. Llegamos a un punto en que los sentimientos no se pudieron ocultar y lloramos, en ese llanto despedíamos las esperanzas y saludábamos un destino que ya no era distante, en ese llanto despedíamos el dolor de que nuestras opiniones no fuesen tomadas en cuenta. Lloramos tanto que nos dormimos, el reloj sonó impertinente a las seis y media de la mañana, como todas las mañanas nadie se percataría excepto Athalie de que había pasado la noche en mí habitación, esa era la hora en que todos los vigilantes de Palacio se reunían a desayunar, quedando nadie que vigile el pasillo que debía cruzar Danto para dirigirse a su cuarto a hacer las veces que había dormido allí toda la noche. Sonó como una maldición ese despertador, él me besó en la frente como todas las mañanas y me lanzó un beso desde la puerta, entonces cuando se disponía a abrirla para cruzar el pasillo me levanté y lo besé, nos miramos a los ojos y susurramos “adiós”, abrió definitivamente la puerta y se fue. Yo le cerré la puerta y me derrumbé tras ella, fui a mi cama, dormí un poco, luego me vestí con mi vestido veraniego más delgado: parecía que ese día haría calor.
No me equivoqué, ese día hizo un calor de locos. Como no habían cartas Athalie tuvo el día libre, pero le encomendaron una tarea no por eso más fácil: hablar conmigo de mí supuesto compromiso. Athalie me fue a buscar después de almorzar a mi cuarto y ambas pasamos juntas ese día en la piscina.
-Mi hermano te lo dijo ¿verdad?-inquirió con voz cantarina.
-Sí, él me lo comentó-contesté con voz sentida.
-¡Ay, señorita! No quiero que la comprometan, pues ama a mi hermano ¿no es así?-se lamentó.
-Así es, por más que me quiebro la cabeza no consigo comprender que quiere el Rey-dije con tono de “lo averiguaré”.
-La quiere comprometer para que nadie más se fije en usted, y así castigarla aún más-dijo.
-Athalie, ¿tú sabes a qué hora será más menos?-pregunté.
-Aquí sale-dijo tendiéndome un folleto bastante fino de papel de buena calidad-parece que es lo tercero en el programa y según mis cálculos a las diez y media de la noche.
Me salí del agua, la niña me siguió de cerca y nos fuimos a las reposeras a beber algo de jugo a la sombra de los árboles. Entonces desdoblé el tríptico que tenía en la mano y le di un vistazo a el programa, que constaba de veintidós puntos a realizar en la velada que duraría se supone hasta la madrugada. Efectivamente, era lo tercero, pues después de la recepción de los invitados y el himno patrio, sucedía el segundo punto que era un pequeño coctel con música bailable, e inmediatamente el tercer punto que era la cena y el anuncio de las novedades de Palacio; y sí, efectivamente, sería alrededor de las 10:30 o las 11:00. Me encontraba con la vista puesta en el papel, hasta que Athalie me habló.
-No le queda otra que huir con Danto-dijo muy cerca de mi oído.
-Pero… ¿y qué será de ti, Athalie? No te puedes quedar sola aquí-dije en el mismo tono.
-Me da lo mismo quedarme sola, esto lo haría por el bien y la vida de mi hermano mayor-contestó la niña.
-Te voy a extrañar-contesté.
-Y yo a usted, es preciso que se vaya lo antes posible-replicó.
-Jamás te olvidaré-dije.
-Y yo a ti tampoco-me respondió.
Nos abrazamos como si hubiésemos sido amigas de toda la vida, y seguimos disfrutando de la última tarde que suponíamos tendríamos juntas, mientras intercambiábamos números de teléfono, para mantener nuestra amistad a la distancia.
Eran las nueve de la noche, la gente comenzaba a llegar, pero mi descontento era tan grande que parecía el hermano mayor de la Vía Láctea. Tanto así que las sirvientas que entraron a mi cuarto se percataron de ello, pues por más que intentaron hacerme la fiesta mostrándome unos vestidos preciosos de gala, no me quise vestir para bajar al salón de música a la fiesta y preferí quedarme con la misma ropa, mi vestido fucsia. Al rato mi descontento se hizo mayor, lo cual las obligó a salir de la habitación de lo más extrañada. En ese minuto Danto me hacía señas con una linterna, yo cogí mi morral y le anuncié que subiera.
Iniciamos una ruta preciosa, por lugares desconocidos para mí por más que conocía el palacio. Eran túneles secretos que casi nadie conocía, pero él, tras ocho años se los sabía de memoria. Prendió la antorcha que nos alumbraría, cogió sus cosas, mientras yo llevaba mi morral cruzado y una linterna en la mano que se encontraba apagada. Al rato me miraba, me preguntaba si estaba cansada, como la respuesta fuese “no” siempre seguíamos el camino, la ruta si lográbamos salir de ese lugar la teníamos clara: iríamos a Bilbao y emprenderíamos rumbo en un barco. Hasta que llegamos al final del túnel, corrimos la tranca y salimos. Cuando llegamos al muro para iniciar en el mar de la libertad, nos encontró el destino: como había fiesta en el salón la cantidad de guardias en todas las posiciones se había incrementado, inclusive en esa parte del muro que circundaba el jardín.
-¡¿Qué hacen aquí?!... ¿Caso pretendían huir?-preguntó el jefe de guardia dirigiéndose a Danto.
-Yo la insté, yo la hice venir hasta aquí-dijo Danto no tan fácilmente.
-No, por favor, no lo hagas, no puedes ver que te matarán-dije.
-No me detengas-y ahora dirigiéndose al jefe de guardia-la culpa es mía, tan sólo mía.
-¡Arréstenlo!, y usted, señorita, no se meta más en problemas-dijo el hombre.
Dos guardias lo cogieron de los brazos con fuerza mientras lo golpeaban con las lumas que llevaban en todo el cuerpo.
-¡No lo hagas! ¡No te eches la culpa!-fue lo único que le alcancé a gritar a lo lejos, y corrí a la puerta principal de esa ala de la construcción.
Corrí y busqué, y encontré a los guardias en el salón de música, era obvio que ya había comenzado la cena, según el reloj del s. XVIII ya eran las 11:30 de la noche.
-Cualquier cosa que necesite, señorita nos avisa nada más-dijeron y se fueron.
-¡Estúpidos!, ¡malnacidos!, ¡asesinos!-les grité al ver el cuerpo del muchacho ensangrentado, ya en su ocaso, pero ellos me hicieron caso omiso.
Entré en el salón de música, ¡cuántos recuerdos se acumulaban en mi memoria!, cuando el joven tocaba el piano y yo cantaba canciones de rock. Nuestra favorita era “La Rosa de los Vientos”, del grupo “Mago de Oz”. Recordé esas tardes, esas noches en las que huíamos para tocar algo de música, fuese lo que fuese, y ahora irónicamente, en su puesto de miles de alegrías se encontraba agonizante. Cayó definitivamente del taburete que está frente al piano al suelo. Yo corrí y le tomé la mano.
-¿Porqué no huiste?-me preguntó.
-Eso no importa ahora, solamente importa que tú estés bien. ¡Por favor, párate y vive, no me dejes!-y rompí en llanto.
-Tranquila, todo sea por amor-respondió pasando su mano por mi rostro.
-Por favor, dime que vivirás-repliqué.
-Que mi luz te acompañe, tu rosa de los vientos seré-dijo y cerró los ojos para siempre.
Lo besé aún cuando se le veía respirar con dificultad, se le vió sonreír, esa sería la última vez que se le vería sonreír, su cabeza se ladeó al lado izquierdo, un último suspiro y hasta ahí llegó la vida de Danto Frank Garreau. En ese minuto no supe si correr a vengarlo o llorarlo, mi alma optó por lo segundo. Subí de prisa las escaleras a mi habitación, por un minuto creí volverme loca, todo lo que mirara, todo cuanto palpara me traía su recuerdo, me tendía en la cama y lloré como jamás lo había hecho, hasta dormirme.
Por la mañana Athalie se extrañó de verme, se lo conté todo y en medio de mi locura debí consolarla. Después de todo era la última semana en que estaría con la hermana del que murió por amor. Un jueves recuerdo ella debió salir a Castilla, le pedí casi a ruegos acompañarla, después de todo ella no me guardaba rencor y accedió gentilmente. Después de que entregó el correo me acompañó al aeropuerto y en un vuelo directo a Chile, sin antes decir “perdóname, adiós” me embarqué, por esos días a pesar de la guerra, Chile era un gran atractivo turístico y en cuanto a negocios minerales no le hacían falta, por lo que el avión estaba lleno y necesitaban azafatas.
Pero luego caí en la cuenta de que caí en la cárcel, pues fui identificada como la bandolera, era el día 28/08 y yo ponía mis pies por primera vez en más de cuatro meses en mi natal Chile, pero no todo en la vida es color de rosas así que a punta de mazazos fui llevada al cuartel, más bien a la cárcel de la aduana.
Y luego el día 29, el de mi cumpleaños despertaba adolorida, como si fuese para menos, mareada como pollo y mí regalo estaba siendo aún peor: reabrir viejas heridas. Era medio día, la atmósfera era diáfana y no hacía el frío invernal que debería haber hecho, de todas formas era un hermoso día que me daba la bienvenida a los doce años. En mi ausencia quizás cuantas cosas habrían sucedido, pero estaba feliz de volver, con mi cuaderno lleno de anotaciones y planes para proponer. Recibí un llamado, era mi hermana y me anunciaba que estaban en Putre todavía. Ella pagó la fianza, era el mejor regalo que le podía hacer a mi alma herida. Cogimos mis cosas e hicimos el estúpido juramento de no volverlo a hacer, pero el gendarme a pesar de no creerme me dejó ir, según él estaba demasiado viejo para ir a una nueva aventura.

Texto agregado el 10-01-2012, y leído por 139 visitantes. (0 votos)


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