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Capítulo 21: “Asalto a Plena Luz del Día”.
Era el día 20 de septiembre, las 12 del día por más señas. La Plaza de Armas de Talca se preparaba para dar inicio a la primavera. Los crespones comenzaban a dar atisbo de lo que sería una maravillosa temporada por medio de sus hermosas flores rosa, y las palmeras me daban esa impresión de que estaban más grandes y peor podadas que nunca, en medio de tanta revuelta siquiera las habían mirado. La catedral estaba vacía para el día lunes y el grupo guerrillero se escondía en todos los resquicios posibles en rededor de la cuadra de la plaza de armas que a esas horas se comenzaba a llenar en medio del escenario. A las 12:05 un hombre alto, ancho, maduro y de tez clara, bien trajeado se subió a ese lugar. Un buen micrófono no era necesario para que se hiciese escuchar. Unos pocos policías se encontraban allá. Y cuando el hombre se disponía a hablar, a anunciar que Talca era derechamente de propiedad española circundado por el micrófono Philips que estaba cableado a unos potentes amplificadores que se escuchaban a muchísimos kilómetros a la redonda, di la señal, una flecha lanzada por mi ballesta en dirección norte voló sobre muchas cabezas y un disparo al aire. Salí de mi posición que era justamente en la pérgola, a la cual me subí gracias a un soborno al carabinero, quedándome en las sombras. En ése momento, ya que todos tenían un soborno de nuestra parte por más que profiriese cuantiosos gritos nadie acudiría a su ayuda. Le coloqué el cuchillo en el cuello mientras todos salían a la luz del día y lo forcé a bajar, mientras era llevado a la catedral y amarrado por las niñas del repuesto que se encargaron de cuidar que no se escapase.
Entonces comenzó un saqueo total por todas las principales tiendas de la calle “1 sur” y a la gente en la Plaza que se disponía a celebrar en los restaurantes y en sus casas. El pueblo bajo se nos unía gracias a las redes sociales que estaban informando totalmente desde el primer segundo del asalto. Bajé de la pérgola con el Casanueva amarrado del cuello y lo dejé encargado. Y luego herimos a los guardias y es robamos hasta el alma. Luego fuimos al público y lo diezmamos sin piedad, que es lo que más arrepentimiento me provocó, para luego seguir robando el dinero que pudimos robar. Y después rompimos cerrojos como si lo hubiésemos hecho toda la vida y robamos cosas por doquier. Y al final decidimos acabar con la vida de Casanueva, para liberar a la sociedad de su yugo y lo hicimos a lo grande: lo matamos con un fusil en la pérgola y lo descuartizamos para pasear su cadáver por toda la municipalidad. Para el final del día éramos todo un emblema.

Texto agregado el 11-01-2012, y leído por 138 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
13-01-2012 Hasta aquí llegué yo y me sentí dueño de una gran riqueza; quiero enriquecerme más aún. WEISSTURNER
 
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