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Mirinda agradeció al médico sus gentilezas, mientras éste le sacaba fotos y lo interrogaba sobre el viaje que iba a iniciar junto con Rocío.
En un momento, Mirinda viéndolo tan interesado le ofreció que los acompañara, que viajara también a su planeta, se quedara un tiempo allá y aprendiera sobre la tecnología y la ciencia y algún día, podría regresar a la Tierra, trayendo esos conocimientos que le harían tanto bien a este planeta.

El médico no necesitó meditarlo. No podría ser, por mucho que lo deseara. Se debía a su familia. Tenía mujer y dos hijos y era el único que sostenía económicamente a su madre.
¿Qué harían sin él?

Mirinda escuchaba asombrado. Se daba cuenta que en la Tierra muchas personas dependen de otras. Se preguntó a si mismo: Y si el médico sufría un accidente y fallecía, ¿también morirían esas personas que dependían de él?

Comprendía que en la Tierra los sentimientos dominaban a la razón, todo lo contrario que en su planeta, donde cada ser era autosuficiente.

—Le voy a dar los medicamentos que debe tomar Rocío, porque a su edad, este viaje puede hacerle mucho mal —le dijo el médico.

—¿Puede peligrar su vida? —inquirió angustiado Mirinda

No alcanzó a contestarle el médico, porque sonó un timbre y se encendió una luz en un tablero de la guardia.

—¡Es la habitación de Rocío! —gritó el médico, cogiendo su maletín y corriendo hacia allá. Mirinda corrió junto con él, sintiendo que le flaqueaban las piernas.
Rocío estaba de pie, tambaleante, con una toalla en la cara, chorreando sangre.
El doctor la hizo sentar y le limpió el rostro.
Allí pudo ver que de su nariz salía un chorrito de sangre y de sus ojos, en vez de lágrimas, brotaba sangre.

—Tiene una hemorragia, debido a su hipertensión —dijo, mientras le colocaba un tensiómetro en la muñeca.

—¿Es grave, doctor? —preguntó Mirinda cada vez más asustado.

—Tiene 290 sobre 120. Es muy alta la presión, pero la hemorragia la ha salvado de sufrir una hemiplejia. Ahora trataremos de bajarle la presión.

Le aplicó a Rocío un par de inyecciones y ayudado por Mirinda, la acostaron en su cama.
En ese momento entró la gorda enfermera, bostezando y desperezándose.

—Sentí el timbre y me desperté. ¿Qué le pasó a la vieja? — preguntó

Mirinda al verla y escucharla, sintió una oleada de
indignación y deseó golpearla. Al sentir este nuevo
sentimiento, se asustó. ¿Qué le estaba pasando? Jamás había deseado el mal a nadie. Jamás había peleado ni combatido con ningún ser. Su naturaleza no se lo permitía.
Su raza era pacífica y la única defensa que tenían ante un posible ataque de otros seres, era la huída.
Ahora las cosas se complicaban. Con Rocío expuesta a sufrir alguna crisis de las muchas enfermedades que atacaban a los humanos, era un poco descabellado hacerla viajar hasta su planeta.
Lo ideal sería que el médico viajara también, pero
ya se había negado, explicando sus motivos.
Volvería a insistirle, haciéndole ver la fama que ganaría, el respeto que conseguiría y la admiración que todo el mundo humano sentiría por él.
Mientras la enfermera se quedaba junto a la anciana, Mirinda aprovechó para hablar con el médico.

—No puedo, Sr. Mirinda. Soy un cobarde. Ni siquiera he intentado conseguir un trabajo mejor, en alguna buena Clínica, por temor al cambio, a salir de mis rutinas establecidas.
Mirinda sintió pena por él. Era un ser anodino, sin
personalidad, sin ambiciones ni sueños.
El médico bajó la cabeza, avergonzado, como si hubiera adivinado el desprecio que Mirinda sentía.
De pronto se le ocurrió una idea.

—¡Tengo la solución! La enfermera viajará con ustedes. Ella la cuidará y atenderá sus posibles problemas de salud. Sólo que no debe enterarse que viajará a otro planeta, porque ni lo creería ni lo aceptaría jamás.
Pero es una mujer soltera, sin compromisos y dispuesta a hacer todos los trabajos extras que se lo ofrezcan, mientras haya algún dinero por medio.

—Yo le prometo, doctor, que la traeré de regreso en seguida. Una vez en mi planeta, Rocío quedará en manos de nuestra ciencia y no habrá problemas.

—Yo hablaré con la enfermera y le diré que debemos
trasladar a Rocío al extranjero y que se le pagará muy bien. Aceptará encantada. Debo hacerle una pregunta: ¿Cómo conseguirá el dinero para pagarle?

Mirinda sonrió y le mostró un billete de 100 dólares.

—Este billete es real. Lo que yo hago es duplicarlo o
triplicarlo, cuando se me acaba el dinero y todo el mundo lo recibe y me lo cambia. En eso no tengo problemas.


Texto agregado el 15-01-2012, y leído por 287 visitantes. (9 votos)


Lectores Opinan
16-01-2012 y bueno, no todos todas las cosas, sus razones tendra el médico, esperemos que la enfermera sea más agradable que cpmo se presento.Queremos que Mironda duplique billetitos para los cuenteros jijij******** shosha
16-01-2012 ¿Así que no sirve de mucho el médico ése?. No me termina de convencer que se vaya también con la enfermera...hmmm***** MujerDiosa
16-01-2012 mirinda ni cambiará a su amor y al mostrarle a la enfermera el dinero viajará con ellos lo malo sería que se encuentre con las cucarachazas************ yosoyasi2
16-01-2012 Irse con dos mujeres me huele mal. Muchos se solidarizan con su compañera y después se la pasan observando a las enfermeras... Capaz vienen con la historia de que para propagar la especie, una sóla no basta, etc. ¡Multiplicando billetes! Si hubieran sido peces o panes... bueno; pero ¡dólares! ¿Anodino el médico? Evidentemente conoció a pocos hombres ¿quien está dispuesto a abandonar la comodidad y realizar cambios en su vida? Con muchas ganas sólo aliviarlos, ¡¿pero cambiar...?! 5* Susana compromiso
16-01-2012 Mis***** y que el traslado resulte exitoso. almalen2005
 
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