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Capítulo 37: “La Campaña Marítima; el Terror del Mar”.
Era enero del año 2013, las correrías de la afamada guerrilla del nuevo milenio se habían truncado tras la graduación, estábamos sedientos de aventuras, nos parecía que cada problema en que nos metíamos fuese el que fuese era nada más que una burda estupidez. De pronto los noticiarios empiezan a dar la alarma: Constitución fue asolado a manos de piratas ibéricos. El puerto de la 7º región era uno de los principales puertos de la resistencia chilena, era un punto estratégico. De pronto tuvimos una idea, no nos quedaba más que ser piratas. Era lo único que nos quedaba. Con el tiempo los demás puertos nacionales se habían hecho españoles por la razón y/o la fuerza, pero Conti era uno de los pocos que no querían auto defraudarse. La noticia nos remeció. Llegamos hora y media más tarde a lo que parecía ser o las ruinas de un pueblo precolombino o bien, una ciudad fantasma, ambas opciones eran aterradoras, había que hacerlas desaparecer.
Llegamos al borde mar, y encontramos un barco antiguo y fino, muy bonito, era de guerra para nosotros, funcionaba bajo su carcasa elegante y débil con dispositivos de última generación, cantidad infinita de nudos, y así se podría seguir elogiando la construcción adaptada al agua. Quedamos de que penas pisáramos tierra otra vez, si es que lo hacíamos, lo pagaríamos, aunque no había mejor paga que nuestras vidas que si conseguían ser guardadas sanas y salvas darían la libertad patria.
A continuación seguiría una de las aventuras más increíbles de todas, el hambre, el frío, la enfermedad y la aventura formaban un cuadro de heroísmo indefinible, nadie puede saber lo maravilloso que fue.
Yo por aquél entonces tenía catorce años, era una aventurera, una arriesgada, una chica que no le tenía miedo a nada. A esa edad, yo ya sabía el peso de la vida, que había que trabajar para ganarse el pan, que las cosas no eran fáciles, que todo en la vida cuesta, inclusive mantenerla intacta.
Recuerdo como me sucedió todo ese día. Las nubes se divisaban cerca, tanto así que nos daba la impresión que con un brinco podíamos palparlas y sin mucho esfuerzo conseguiríamos sobrepasarlas. El día estaba abochornado, hacía calor, y de súbito se largó a llover. Yo estaba en la cubierta cuando sentí que la piel se me mojaba. Mi vestido estaba a tono, un corsé rojo pasión, una blusa blanca y el faldón café me daban el aspecto de una verdadera pirata del siglo XIX, de aquellas que asolaban las costas caribeñas. Llevaba mis dos maletas, una en cada mano. Miré a mí alrededor, la embarcación tenía tres mástiles con velas. Era de madera, pude tocar los cañones negros cargados de bombas, como los buques de guerra antiguos. Cada uno tendría una labor especial, unos se encargarían de las velas, ellos corrían a sus mástiles. Cuando hicieron andar el barco, me encaminé a la proa y me coloqué acodada a mirar el mar, aspiré el aire marino. La lluvia me caía en la cara, luego bajé a mi habitación, acomodé mis cosas. Cuando estábamos en alta mar me dormí encima de mi cama.
Ese día me alegré demasiado, pero para el décimo, lo único que quería era volver a tierra, volver a casa, tener una certeza por remota que fuese de que volvería a ver a mi mamá. El día décimo en alta mar fue el peor que francamente hubiese tenido jamás.
Desperté de madrugada. El viento era fuerte y azotaba en mi ventana con tamaña fuerza, parecía que de pronto la quebraría. En un comienzo tomé la determinación de seguir durmiendo, de confiar un poco, pero no conseguí sino preocuparme aún más, sobre todo cuando el agua comenzó a hacer que el barco se balanceara. Me levanté y corrí a la ventana, al abrir la cortina descubrí que eso era una tormenta y que tenía que conservar la calma, aunque la miedosa que casi todos llevamos dentro me dijese lo contrario. Me vestí a toda máquina tras lavarme y corrí a la sala de máquinas. Allí Marianela y Graciela me esperaban dirigiendo, a cargo de esa parte.
-¡El reporte!-aullé con aire déspota que nunca creí saldría de mis labios.
-No conocemos la localización-dijo Marianela, mientras Graciela hacía lo posible e imposible en conocerla con todo el equipo.
-¡Me refiero a las máquinas!-repliqué.
-Y con eso quise decir que estallaron, acaban de hacerlo-me contestó la interpelada.
-¿Qué del incendio?-inquirí, haciendo la idea de que debería saltar a alta mar.
-Controlado en su totalidad-contestó con certeza y seguridad, eso me hizo sentir confiada pero con el paso del tiempo supe que de todos modos habían peros, en todo asunto los hay.
-Mecanismo de desplazamiento-inquirí acercándome a una de las computadoras, la que manejaba Graciela.
-Viento-respondió Marianela.
-¡Oh, por Dios!-exclamé incrédula.
-Sabemos que podremos llegar a un puerto dentro de poco-me intentó esperanzar.
-Al incierto. Marianela, recuerda que me acabas de decir que no sabemos dónde estamos-le dije a modo de cable a tierra.
-Lo cual es cierto-se unió Marianela.
-¿Alguna forma de recuperar el desplazamiento por máquinas?-pregunté.
-En eso trabajo con el equipo, vuelve en media hora-dijo Graciela.
Habían dos opciones, la primera era sentarme y llorar, la segunda era ser valiente y luchar por mi vida, opté por la segunda. En cosa de instantes salí a la cubierta, el viento mecía las velas de forma brutal y la mar, movía inquieta la embarcación. A la mitad del camino vi a Karina.
-¡El reporte!-exclamamos penas nos divisamos. La imagen de fondo era penosa, un grupo de niños intentaba mover unas velas a un destino incierto, al mar de la inseguridad.
-Las máquinas se quemaron, no nos queda más medio para desplazarnos que el viento-dije.
-¡Grandioso!, con esto sí que vas a querer tirarte al mar-dijo Karina.
-¿Qué es?-inquirí.
-No hay comida, se acabaron los víveres-respondió.
-Al menos sabemos que Manuel tiene los mapas, él sabrá a donde llevarnos. El viento puede que sople a nuestro favor y así tendremos comida-dije a modo de plan.
-¡Esto no podría ser peor!, desapareció la brújula, los GPS se descontrolaron, las radios murieron, y los mapas no sirven para nada por el pequeño hecho de que este barco gira como loco-dijo Manuel antes de que le preguntáramos “El reporte”.
-A ver, tú eres el experimentado, el de la estrategia, yo la lanzada y Karina la comunicativa, esto es increíble-dije pues tenía una gran idea.
-Es increíble morir luchando o por hambre…-dijo Karina.
-¡Gran sarcasmo, Karina!, solo que ahora no sirve de mucho. Karina, tú le dirás a la tripulación lo que acontece y los calmarás, mientras que Manuel los organiza con un plan y yo sigo a ese barco que ni idea de qué es-dije.
-¡Yo! ¡¿Por qué yo?! ¿Por qué me tiras a los leones de esa forma? Si te parece tan fácil controlar a un grupo de marineros hambrientos hazlo tú sola-¬dijo muy molesta alejándose por la cubierta.
-Tú eres graciosa, das confianza y te manejas bien con la concurrencia, es fácil que hables con ellos y no reaccionen mal, aunque es raro que no lo hayan hecho hasta ahora, esto es un secreto a voces-dije.
-Más te vale que el maldito plan funcione-dijo y se dirigió al megáfono para anunciar que se reunirían en la cubierta.
-Manuel, hay trabajo que hacer-dije y me alejé para dirigirme a quienes dirigían el rumbo del barco.
Caminé hasta un sector de la cubierta techado, mi ropa y mi cabellera se encontraban empapadas. Entré y me dirigía a timón para dar rumbo al barco para que se acercase al buque del que no conocía procedencia, destino y mucho menos función. De mí, de mi actitud poco cautelosa y del hecho de que me arriesgara con facilidad pendía la vida de mucha gente.
-¡Franco!-dije.
-¿Qué sucede?-inquirió el interpelado.
-Prende el visor-dije a modo de orden, mandando, yo no aceptaba réplicas en mi hablar.
-Encendido-contestó.
-Dirígelo a estribor-ordené.
-Ya está, ¿ves lo que necesitas?-inquirió.
-Sí, sí, aquí está, esto era lo que buscaba, dirige el barco a estribor ahora-dije.
-Enseguida, ¡40 grados a estribor!-dijo.
-Perfecto, procura quedarte, así… ¡Eso, eso!, inmóvil, ahora un pichintún más, ¡eureka! Esto es lo que buscaba-dije chasqueando los dedos.
-¿Qué cosa?-preguntó.
-Este barco es de procedencia chilena, va a Talcahuano, síguelo, no lo pierdas de vista, hasta que lleguemos a puerto-dije.
-Lo que digas, señorita revolucionaria-reafirmó.
Su sarcasmo me volvió el alma al cuerpo, necesitaba oír algo que me recordara quién era y no quién podía llegar a ser. Al llegar a la cubierta la lluvia y el movimiento continuo de proa a popa no habían cesado, el temporal no daba luces de querer amainar. Cuando llegué al pié de las velas me encontré con Carolina que pasaba mensajes a todos los bucaneros.
-¿Qué haces?-pregunté con una sonrisa, era la primera que esbozaba en todo el día.
-Paso estos mensajes que me dio Franco-fue la respuesta-ya me queda poco, espérame aquí.
Obedecí y me quedé apoyada en uno de los cañones hasta que mi hermana concluyó su tarea.
-Quiero hablar contigo algo serio-se aventuró-vamos a tu habitación, es el único lugar donde podremos hablar en paz.
Caminamos hasta mi camarote y le indiqué al llegar que se sentara en una silla mientras yo me tendía un momento en mi cama.
-La mamá me dijo que yo te tenía que cuidar-dijo en tono seco de voz.
-¿Y eso qué?-pregunté en un tono más bien sarcástico.
-Que no lo estoy haciendo, tú estás arriesgando tu vida y yo me quedo de brazos cruzados mientras lo haces-dijo.
-No me digas que te viene una sensación fatal de culpa pues sabes que eso ni tú te lo crees-aventuré.
-Pues me está viniendo. Oye, ¿tú te has puesto a pensar lo que pasa si te morís?-preguntó muy seria.
-Ese riesgo estoy dispuesta a correrlo-dije.
-Bueno, yo no. Le hice una promesa a la mamá, no es tanto cumplirla o no al pié de la letra, sino el resultado-dijo de manera clara para hacerme saber que esto no era un juego.
-A mí maní. Debiste haber pensado en lo que prometerías y si lo ibas a cumplir o no, porque hasta ahora la voluntad de la mamá no se está cumpliendo mucho que digamos-dije de forma irónica.
-Bueno, eso ya no va a poder ser más-me dijo en tono suave y dulce.
-Vamos por parte. Tú entraste a esta guerrilla como cualquier otra persona: arriesgando tu vida y poco te ha importado si yo hago lo mismo pues estamos en una guerra por si no te has dado cuenta aún-dije.
-Sí, pero eres mi hermana y debo velar por tu vida, para el final de la guerra debes estar viva-aclaró.
-Sí, y tú eres la mía, yo he velado por tu vida como tú lo has hecho con la mía. Para la mamá te debo cuidar como tú a mí y a ti no te da miedo lo que suceda contigo-especifiqué.
-No, las cosas no son así, yo ya soy grande, da igual si muero o no, pero tú eres una niña-dijo.
-Una que no le teme a la muerte-repliqué con enfado.
-No eres tú, es la mamá-me contestó.
-No soy yo, ni tampoco ella, eres tú y tu maldita reputación, nunca creí que fueses así-dije.
-En Talcahuano nos vamos a bajar de este barco y volveremos a casa como personas normales, quiero que guardes un recuerdo, no una tumba-dijo.
-No, eso es lo que quieres para ti-dije.
-Dile adiós a la comandancia, pues tus días al frente de la NHM están a punto de acabar-me dijo de manera irreconocible.
-¿Qué es lo que te hace pensar que yo dejaré de dirigir esto? Puede que te parezca egoísta pero ya no me importa morir-repliqué.
-Sí, me parece. Me parece que no piensas que tienes vagas posibilidades de vivir en un barco a la mitad de una tormenta en la mitad de la nada, sin GPS, sin mapas y sin comida, propulsándose por viento que dudo sople a tu favor-dijo tajante.
-No te haré caso en nada de lo que dices, y si quieres hacerme un favor y que las cosas entre las dos permanezcan intactas sale de aquí. O no, mejor aún si quieres ser comandanta te doy mi cuarto, la que sale de aquí soy yo-dije.
Salí enojada como nunca lo había hecho. Me había decepcionado su actitud de verdad. Yo quería creer que todo había sido un sueño, una pesadilla o que o si no la habían embrujado. Me aterraba la idea de semejante cambio en su actitud.
Camine hasta la sala del timón y Franco seguía velozmente al barco que se dirigía a Talcahuano, nada funcionaba excepto eso. Llovió todo el día. Los fuertes puñales de los goterones caían sobre todo aquel que estuviese sobre la cubierta.
Al rato, Karina corrió a verme, en su rostro denoté una seriedad y una preocupación inusitada, me temía que algo malo estaba sucediendo, aunque a ciencia cierta todo estaba mal.
-Victoria te espera en su alcoba-me dijo sin saludarme siquiera.
-¿Qué le acontece?-inquirí.
-Dice que necesita verte de forma urgente-me contestó.
-¿Sabes lo que necesita?, ¿te dijo algo?-pregunté.
-Está enferma, está muy mal, dijo que necesitaba decirte algo muy personal que ni a mí me lo podía confesar-dijo.
-Gracias, dile a Manuel que por ahora está a cargo-dije.
La niña asintió con la cabeza. Mientras me alejaba rumbo a las escaleras que conducían a los interiores del buque la vi bromear con otros montoneros, ese era su arte, subir el ánimo, lo que era de mí en ese momento: un atado de nervios.
Caminé por profundos pasadizos de madera, me daba la impresión que las tablas estaban allí desde hacía siglos atrás, todo era inmóvil. A mi alrededor sentí el penetrante ruido del mar y acto seguido me encaminé decidida al dormitorio de mi amiga, necesitaba saber si en la mitad de la nada había un algo, si existía la lealtad o si la embestida constante e indolente del océano la habían hecho desaparecer. Al final del pasillo, casi en la popa vi un letrero enfrente a una puerta negra y de madera envejecida, resquebrajada por el tiempo, rezaba “Cuarto de la espadachina Victoria Retamal Concha”. Tras leerlo, empujé la puerta que profirió un agudo y pesado chillido. A la mitad de la habitación, había un camastro, el ambiente era pobre, murallas y un suelo resquebrajado lo rodeaban y a lo lejos un viejo ropero de madera con un par de colgadores ocupados y un velador prójimo al camastro que encima tenía una lámpara que titilaba de manera perpetua y eterna. La colcha era verde y roja, a cuadros, las sábanas de un tono palo rosa, envejecido con el tiempo. La colcha y las sábanas eran un completo desastre, enredadas. Al lado del catre había una silla que una persona acababa de desocupar. Mire a Victoria y sentí por primera vez que aunque lo desease con toda mi alma no podría hacerlo, ella estaba con fiebre, laxa, acababa de tener un ataque.
-Acabas de llegar-dijo con un hilo de voz.
-Sí, ya estoy aquí, para eso están las amigas-respondí en el mismo tono.
-Moriré dentro de un par de días-me confesó-si es que no hoy, quiero pasar los últimos segundos de mi vida con mi casi hermana.
-No digas eso-repliqué.
-Es cierto, moriré-reafirmó su punto.
-¿Por qué lo dices? ¿Qué sucedió?-inquirí aventurándome en lo que se podían llamar aguas turbulentas, turbias, oscuras y profundas, de las cuales es prácticamente imposible salir con vida.
-Anoche caí del mástil de una de las velas a la cubierta, estaba muy alto, el viento me botó-dijo.
-Fue solo una caída, vivirás-dije queriendo creer eso aunque me fuese francamente imposible.
-Y choqué con un cañón, me di en el brazo, pero la herida es muy profunda y se me infecta casi por segundo-replicó.
-Ya llegaremos a puerto, alcanzarás, vamos a desembarcar e ir al hospital de Talcahuano-dije intentando no solo esperanzar a mi amiga, sino a mi misma a la vez.
-No, estoy afiebrada, la herida me está afiebrando, me han hecho todas las curaciones que han podido pero no consiguen nada-replicó.
-No me digas que en este barco no hay remedios, antibióticos, algo que te pueda servir-contrarresté.
-Están vencidos, uno de esos me está comiendo y matando el estómago, estoy irritada y enferma-me confesó.
-No digas eso, te vendarán otra vez y veremos qué pasa. Intentaremos llegar lo antes-dije poco más que en lágrimas.
-No pueden, yo estoy en mi lecho, quiero que te quedes aquí hasta el segundo en que mi vida llegue hasta su fin-dijo.
-Perdón, perdón por arrastrarte a esta aventura, perdón por causarte la muerte, de verdad que lo siento-dije llorando.
En ese segundo noté que mi amiga estaba ya resignada a morir, que ella pensaba que no le quedaba nada más. Yo en cambio estaba más sensible que nunca, la vida me pegaba un puñal tras otro en la espalda, quería acabarme, era la primera vez que yo no me atrevía a oponer resistencia, a decir no más, a cortar las cosas de una sola vez, las cosas ya estaban mal, ya no quedaba nada bueno en mi vida, sin duda ese fue el peor día de mi vida hasta ahora y quiero y espero que sea el peor hasta el final de mis días. Yo no me perdonaría nunca ese lamentable suceso, jamás conseguiría tener mi conciencia en absoluta paz como antes, me preguntaba por qué ella no había tenido la fuerza de voluntad suficiente como para decirme no y salir de esta aventura, y caí en la cuenta de que yo tampoco la había tenido. Simplemente yo no me resignaba a la idea de que ella muriese, era inaceptable, era el último rastro de mi rebeldía en esa situación, pero para contrarrestar la nada y un destino doloroso como ese yo poco y nada podía hacer, era mejor preparar el camino para ambas.
A eso de la hora de la once Victoria se durmió definitivamente. Transpiraba, ella quizás no volvería a ver la luz del sol tras ese sueño, eran mejores las cosas así, era la mejor manera de decir adiós, entre otras razones porque tu ultimo respiro no lo das sufriendo y pasas a mejor vida con hermosos recuerdos que no fueron arruinados con el último que conserva y que es el más reciente de todos. Eso me dio fuerza y valor y recordé mi lema: “Es mejor dar la vida ante la muerte inminente; en lugar de que la muerte inminente te lleve la vida”. Pensé en que debía luchar por la vida de mi amiga, que no debía y que no podía dejarla ir así como así y castigarme de forma eterna, para siempre. Le dije a Polette que cuidara de la vida de Victoria, Polette era la única que tenía conocimientos de enfermería y que no eran lo que se puede llamar básicos, más le valía quedar en las manos de su vida que en un horrible recuerdo.
Caminé erguida, con la frente en alto por el pasillo hasta llegar a la sala del timón, Franco me dijo que Manuel había recuperado los mapas y que dentro de poco estaríamos en tierra.
Así pasó una semana, horrible, aunque todos los días las cosas mejoraban un poco, las cosas seguían terribles. A pesar de todo eso yo no podía llorar, yo no podía ser quien era, hacer lo que quería, ni tampoco podía mirar el destino con los ojos de un ser común y corriente, un simple mortal, por la sencilla razón de que yo en ese minuto era más vulnerable que cualquier ser humano. Carolina por su parte no me hablaba desde la pelea que habíamos tenido una semana antes, Victoria seguía enferma, y la hambruna se hacía presente, se hacía sentir. Todo yo pensaba le afectaba a mi amiga, ella lloraba pues con mi hermana las cosas no conseguían sino ir cada vez peor: ella intentaba cada vez oprimirme más y yo cada vez me hacía más rebelde y fuerte para resistir. Su sensibilidad hacía que ella tuviese unas horribles jaquecas y se enfermaba aún más. Si ella estaba empeorando, seguía enferma y si seguía enferma necesitaba alimento que por cierto no teníamos para reponerse algo que fuese, y si necesitaba alimento tenía que liderar para construir el plan otra vez y mi complejo de líder le incomodaba a Carolina y eso hacía que discutiésemos y el circulo vicioso se repetía infinitas veces hasta ser lo suficientemente mareador que yo sabía lo que continuaba después de lo acontecido hacía un minuto.
El día 20 de enero todo pareció cambiar. Era de madrugada, las 3:30 a.m. El viento y la lluvia forman y orquestan una horrible tormenta, pero aún así las cosas no nos amedrentan. Salí de mi habitación con rumbo al timón. Al entrar, Franco me miró extrañado.
-¿Qué haces aquí?-me inquirió.
-Busco un amigo para pasar la tormenta-dije.
-Uno que desearía tomar un café ahora-dijo con sarcasmo.
-Eso es lo bueno de acompañarte, sabes hacerme reír-confesé.
Yo tenía en las manos uno de los anteojos de larga vista. Franco y yo guardábamos un profundo silencio. Luego, abría el ventanuco y a lo lejos divisé un barco, amplié la vista y descubrí que era un barco con alimentos que venía directo al país, en esos días era fácil saber de donde provenían los barcos de alimentos: España, con el tiempo nos habían prohibido establecer relaciones comerciales con otros países. Así, además de tener para comer, atacaríamos un punto débil para Iberia.
-¡Franco! ¡Franco!-grité con júbilo, era indecible lo que se sentía volver a tener esa sensación después de tanto tiempo.
-¿Qué sucede?-preguntó.
-Barco a la vista, tenemos comida y luego iremos al Hospital de Talcahuano, esto nos volverá el alma al cuerpo-dije mordiéndome los labios de felicidad.
-No pregunto, solo sigo órdenes, conduciré hasta él-dijo al divisar lo que yo veía que por pura buena suerte no era un espejismo.
Fui a cubierta y megáfono en mano anuncié que habría combate dentro de 10 minutos.
Los 10 minutos que siguieron, fueron de gran confusión. No arengué, a fin de cuentas en la vida real no funciona tan bien como en las películas, aunque para mí una arenga era organizarlos y decirles lo que haríamos. Nos vestimos a medias y ya al estar en orden empezamos a envestir al conteiner.
Todo comenzó con un espolonazo, como nos vieron o creyeron vernos débiles, empezaron a chocar nuestro barco. La lluvia caía fuerte, lanzábamos bombas que esquivaban siempre. La neblina nos nublaba la vista. Las velas poco a poco empezaron a caer y enredadas en cualquier cosa seguían con su lucha de mantener el navío en pié. Entonces fue cuando saltó la mayoría de nuestros enemigos al barco. Nos abordaron. La velada se divisaba perdida y confusa, entonces y solo entonces fue cuando tuve la mayor idea de todas.
Yo había luchado con mi espada de manera fuerte y hábil. Cada vez que podíamos conducíamos el rumbo del barco a duras penas. Nos embestían de manera fuerte y poderosa y ya casi no nos quedaban bombas para lanzar. Si las cosas no mejoraban para nuestras cuentas podíamos perder la vida, la libertad, el barco, el alimento, entre muchas cosas que es imposible mencionar. Yo movía mi revólver y mi espada de manera potente, era diestra en el área, tres años de guerra me lo valían. Ya estaba por amanecer y el temporal en lugar de amainar se hacía más fuerte por segundo. Mi cabellera y mi traje de corsaria como yo le llamaba, se encontraban empapados. El agua del océano entraba a la cubierta en olas fuertes y duras que nos golpeaban. Nos habíamos dividido las tres velas principales los tres comandantes, a mí me correspondió la de proa.
A eso de la amanecida me detuve a tomar un respiro. Llevaba fuertemente empuñada mi espada. A Manuel lo habían tomado preso y Karina regía el poder en ese instante sola. Era mi último respiro, no estaban los tiempos para rendirse. En ese momento entregué un mensaje a Lisette, ella sería mi mensajera. Cogí de nuevo la empuñadura de la espada, la alcé y me encaminé a seguir la lucha, ya sabía lo que haría. El plan era que un grupo se quedaría en la cubierta, llevando a cabo la técnica del muro feroz, reprimiendo y atacando en una primera oleada en un círculo compacto que conducía hasta la borda a todos los españoles.
Este ataque consistía en que se alinearían en doble hilera, y se irían quebrando cada vez que encontrasen a un combatiente ibérico, haciendo más compacto y firme el muro, y cada vez se quebrarían más hacia la borda que conducía al mar, no al buque de nuestros oponentes, que según el plan deberían quedarse adentro, siendo amedrentados por las armas y luego arrojados al agua, así no podrían penetrar las filas de bucaneros que hambrientos se enfrentaban a estos oponentes, arriesgando el todo o nada, no estaba el momento para dar un paso en falso y volver a iniciar todo otra vez, no existía la opción de “borrón y cuenta nueva”, solo existía la de “triunfo o muerte hambrienta”. Ellos, se quedarían con Karina para hacer el plan ya mencionado, luego si sobrevivía uno de nuestros adversarios, lo atacarían, le darían muerte, aunque tuviesen que perseguirle por todo el barco y utilizar todas las artimañas imaginables en el mundo.
El resto me seguiría a mí, iríamos en busca de nuevas aventuras, iríamos al barco enemigo en busca de alimento y materiales de navegación en buen estado. Pero antes, yo tenía una deuda conmigo misma, tenía que liberar Manuel en el barco ajeno que era el lugar donde lo tenían recluso desde hacían horas.
Pasamos a través de las planchas. La lluvia y el temporal no parecían amainar, pero eso no detenía nuestra determinación, por el contrario, nos hacía sentir decididos, con fortaleza, éramos parientes del temporal: el no amainaba, nuestro carácter tampoco lo haría, ni en ese momento ni en un millón de años, eso simplemente jamás acontecería.
En el buque lo primero que hicimos, fue derribar las velas. Lo segundo, hacer una pequeña investigación en cubierta del denso panorama frente al cual estábamos. Nos dividimos. Un grupo a cargo de mi hermana Carolina se haría cargo de asaltar, de robar recursos que nos eran necesarios, mientras la otra mitad que me seguía, se encargaría de libertar a Manuel, de diezmar y si le sobraba paradójicamente algo de tiempo no estaba mal que robara cuanto pudiese.
En ese minuto sentí que el aire y el agua corrían por mi cara, más allá que una insoportable sensación de fatiga, la cual, aunque lo quisiera no podía sacarme de encima y tampoco podía hacer el intento de estar en completa quietud un solo momento, estaba en juego la vida de mi mejor amiga y la salud de todo mi bando.
Miré a mi alrededor y vi a Manuel, él tenía las manos atadas en la espalda, lo hacían caminar por la cubierta. En ese momento sentí valor y coraje como nunca antes lo había sentido. Carolina, ya era mayor, ella era muy inteligente, era vivaz, de mí no pendía su vida ni su libertad, pues ella sabía conservarlas muy, pero muy bien. Ella, ya estaba en la bodega, luchando por tener alimento, lo que era yo y mi grupo, teníamos una tarea aún más difícil y fundamental, si dábamos un paso en falso, no había tiempo para segundas oportunidades, solo había tiempo para arrancar, huir y disfrutar corriendo los últimos segundos de vida que nos quedaban, los cuales por cierto no nos harían más felices.
Mi sección y yo tendríamos que defender lo ganado y como si fuese poco distraer a nuestros contrincantes que sobreviviesen para hacer más fácil la labor del bando de mi hermana y así no perder nada.
Di ordenes rápidas, distraer y atacar a los guardias de las bodegas, hacer lo que fuese y mantener el paso de las planchas. Todos sabían lo que haríamos, era algo obvio. A veces en las batallas y en los asaltos, hay que ir directo al arte de la improvisación, lo recto y lo premeditado muchas veces no corre, ésta era una de aquellas tantas veces en las que no habría un trazo conocido de batalla, claro que lo había: estaba en nuestros corazones, en nuestras almas beliciosas que esperaban con ansias atacar, nosotros sabíamos la estrategia y nadie la conocía, era un duro y silencioso secreto que guardábamos en lo más profundo de nuestros seres, el talento, que es algo con lo que se nace nada más, surge con nosotros o de un instante súbito muere para jamás resucitar.
Miré a la plancha, ese deber era para conmigo misma, con un disparo yo avisaría que necesitaba ayuda, en ese momento me encontraba mejor que nunca, me podría haber pasado así el resto de la vida, Manuel no, a él su segunda oportunidad de vivir se le estaba yendo entremedio de las manos, sus dedos la soltaban sin piedad por su noble corazón, ya no quedaba tiempo para un momento más, si él moría ya no podía volver a la causa, esa era su última oportunidad de existir y de dejar el recuerdo y el aire de la libertad en el subconsciente colectivo y por sobretodo en nuestros corazones, los que le siguieron en la mayor y la menos creíble aventura de todas.
Manuel tenía las manos atadas, la mirada perdida entre medio del agua, estaba parado al comienzo de la plancha, una espada caía sobre su ancha espalda, un ibérico lo estaba ajusticiando, lo miraba belicioso y se disponía a dentro de unos minutos hacerlo perderse en la inmensidad del océano.
-¡¿Qué pasa aquí?! Más les vale explicarme ahora ya si no quieren que los mate a todos acá mismo-aullé.
Manuel volteó a mirar a la dueña de la voz que profería tan bravos gritos, segura y severa, sin admitir réplicas, queriendo tener la razón y sabiéndose triunfadora. Me miró y una lágrima rodó por su mejilla, la emoción se lo ameritaba, ya no quedaba sino vivir en la guerra o morir luchando, dar la vida, el alma y el cuerpo heroicamente, sabiendo que no se arrepentirá de hacerlo, que aunque ya no se vuelva a ver la luz del sol nunca más en las entrañas de la tierra, se será feliz.
-¿Quién sois vos?-me inquirió en tono severo el que tenía cogida la espada.
-Sofía Poblete, del comando patriota, comandante de la Guerrilla Nueva Húsares de la Muerte-respondí firme.
Mi amigo miraba con los ojos abiertos muy grandes tamaño torneo, lo que sucedería, el final de la batalla más pacífica de la historia era un completo secreto, una incógnita, pero en el fondo de nuestros corazones, creíamos saber, queríamos creer que conocíamos el final.
-Lo encontramos robando en nuestro barco y asesinando a nuestra tripulación, y en las leyes españolas esto está prohibido-dijo.
-¡Interesante!, solamente algo, estamos en territorio chileno, por lo cual rigen las leyes chilenas, por ende el reglamento ibérico no está vigente-dije certera.
-Chile es territorio español al ser su colonia, así que por ende las leyes criollas no rigen-me indicó.
-Estamos en el planeta Tierra, la ONU se encarga de velar los DDHH, y el actuar de mi colega es para nada proporcional en relación al castigo-indiqué con tono de voz claro.
-Esto es una batalla, él debe morir porque nos ha robado, es nuestro contrincante y está diezmando a nuestra tripulación, lo justo es que lo asesinemos nosotros a él y se acabe de una buena vez el asunto-dijo, y luego dirigiéndose a quien se encargaría de lanzar a Manuel-¡A la plancha!
En ese intertanto yo me había distraído sobremanera observando a mi embarcación, donde el comando patriota llevaba las riendas del asunto y una batalla campal que se había formado entre los ladrones de nuestras fuerzas y unos guardias, que estaban siendo brutalmente asesinados, mientras Carolina y su sección corrían a refugiarse en nuestro buque, el “Rosa Oscura”.
-¡Alto ahí!-grité con la mayor fiereza que poseía en las entrañas de mí ser.
Me colgué de una de las cuerdas que tenía a mi alcance, amarré a mi amigo de su cinturón y acto seguido patié a su verdugo que cayó ruidosamente al agua. Por abajo tendí a Manuel un arma, mi revólver, que a decir verdad no solía prestarme mucha utilidad a la hora de batallar, para mí era mejor utilizar una espada o un cuchillo que manejaba con maestría legendaria.
En ese instante nos afirmamos de las velas y lanzamos por la plancha con patadas a nuestros oponentes que caían en masa al agua. Nos defendíamos con las armas si lo necesitábamos, y luego de desarmarlos, hicimos que todo aquél que sobreviviese a su odisea saltara por la plancha. Yo resguardaba que no huyesen y Manuel los asesinaba.
A las horas de combate el triunfo estaba decidido, el viento había soplado a nuestro favor. En ese instante saltábamos de lo que un día fue un buque de la marina mercante ibérica, miraba ahora a su pasado, se hundía sin integridad ni dignidad, nadie quedaba, un último respiro al ver una de sus velas por última vez y ahora solamente es frente a una de las playas de la extensa costa chilena un naufragio inexistente más allá de las leyendas pueblerinas.
De allí seguimos andando, se podía decir que éramos muy felices, más que nadie en este mundo, teníamos comida y un destino: nada podía empañar nuestros corazones.
Al día siguiente, me dirigí a la habitación de Victoria, allí Polette le daba de comer algo de atún el cuál mi amiga saboreaba muy a gusto, la fiebre tenía señas en su ser, el cual estaba laxo y lejano, ya no era lo que tiempo atrás había sido.
-Polette, me pregunto algo-dije.
-Dime-contestó.
-Necesito hablar con Victoria-respondí.
-Claro, yo después sigo dándole su comida.
Polette se levantó de su asiento y se encaminó a la puerta la que luego cerró tras sí. Yo fui a ocupar su sitial, no veía una mejoría notoria en mi amiga, eso me asustaba sobremanera, pero mi consuelo era no ver que empeorara. Todo estaba intacto, igual que el día en que dejé de verla, la batalla ni nada podrían perturbar la atmósfera quieta y dulce, casi pura del lugar.
-Sabía que ibas a venir-dijo.
-Me conoces bien-aclaré.
-Sabía que la batalla no te cambiaría en nada, ni una cicatriz, ni una seña, nada se nota, es como si nada hubiese pasado-dijo.
-¿Qué quieres decir con eso?-inquirí presintiendo algo extraño en su quieta personalidad.
-Que tú nunca vas a cambiar, jamás te va a preocupar nada, tus amigos ni nadie solo te preocupa luchar para triunfar y triunfar para seguir luchando-dijo llorando.
-Pero no entiendo nada de nada de lo que me dices-dije exigiendo una explicación casi a gritos, espantada.
-Lo que acontece es que en lugar de preocuparte por mí anoche, de cuidarme, te fuiste a pelear y guerrear-dijo en tono de voz claro y fuerte.
-Fui a guerrear pues me preocupaba por ti, quería traerte algo de comer, ese atún que ahora te daba Polette es producto de que en lugar de dármelas de enfermera experta fuese a hacer lo que realmente me hace una profesional y es batallar para buscarte una comida que me asegure que resistirás hasta llegar a Talcahuano o el lugar que sea-me expliqué.
-Preferiría morir con una sonrisa y en un hospital, no con la cara demacrada en la mitad de un barco pirata-reclamó.
-Solamente deseo que resistas-dije.
Al salir mi mirada recaló en los hermosos ojos de Polette, la chica lloraba y con el silencio propio de la gente astuta como ella, me miró y entró, con el tiempo supe que le dolió que las mejores amigas peleasen y no fueran capaces de ver la verdad de los deseos de la otra, pero en aquellos días la palabra “entender” era inexistente en el vocabulario de cualquier persona fuese quien fuese.
Días después llegamos a Talcahuano y dejamos a Victoria en el Hospital, tal cual fue la promesa que me hice el primer día que la vi enferma. Recuerdo que cuando la camilla se la llevó a los interiores de la instalación lloré, lloré en silencio, lloré integra. Y así una parte de mi vida se iba con ella, es el afecto que se tienen las hermanas aunque la sangre dictamine lo contrario. Así cumplí un juramento que me había hecho, reflexionando unos momentos después me percaté que en el último tiempo ese era el único juramento que me había cumplido, eran los primeros días de febrero, el sol en lo alto y como de costumbre yo sin nada.
Al tiempo después recuperamos una brújula y nos encaminamos en dirección norte. A las horas el Rosa Oscura recaló en Concepción, la aventura nos engrandecería en alma quizás.
Bajamos del Rosa Oscura con las miradas fijas en nuestro destino, el muelle. La noche era oscura, pero aún así la luna nos amparaba y nos daba su aliento para no sucumbir ante terrores extraños.
Entramos disparando, la idea era infundir un temor inusitado en los viejos lobos de mar. Yo me encontraba como todos los grandes héroes y heroínas que han recalado en aquella ciudad en un mal momento de mi vida, triste y desolada, ya no me importaba nada, solo me importaba como me dijo esa vez mi amiga “Luchar para triunfar y triunfar para seguir luchando”, era mi triste y dura realidad era el círculo vicioso del cual difícilmente conseguiría zafarme, el caso era que tampoco pretendía hacerlo. No me interesaba si mataba a alguien, y si lo hacía quién era esa persona, ya me llegaría la hora de rendir cuentas y llorar de verdad en ese momento no tenía por qué hacerlo.
Los hombres salieron cuando nos vieron coger sus pertenencias: alimentos, víveres. Ellos estaban allí al servicio de la Corona, eran nuestros enemigos, si podían asesinarnos lo harían y sin pensárselo dos veces, nosotros tendríamos que hacer lo mismo. Cogieron sus cosas las que teníamos fuertemente cogidas del nudo, y allí cuando las retiraban para apoderárselas enterrábamos el puñal en lo más profundo de sus entrañas causándoles la muerte. Y así las cosas conseguían por una cadena, la cual por cierto es una gran técnica, ir a dar al barco en un lugar que difícilmente sería descubierto. Estábamos organizados a tal punto que de manera periódica y sincronizada una nueva oleada de los nuestros arrancaba los víveres de nuestras propias manos. Y en medio de velas, lámparas quebradas y antorchas en el suelo seguíamos combatiendo con fiereza y bloqueando el paso. A las tres horas de combate se rindieron y pudimos quemar el muelle, ya nunca más un barco ibérico recalaría allí.
Seguimos avanzando y entramos a la Municipalidad dentro de la cual no había nadie, esto nos facilitó el hecho de robar expedientes y dejar los que ponían en riesgo la causa o simplemente no nos prestaban utilidad alguna en un estado francamente inutilizable al igual que el Municipio.
Era de madrugada, y entonces diez de los nuestros fueron a entregar la mitad de los víveres recopilados en el primer atraco a la periferia penquista, mientras que el resto vendría con Manuel y conmigo. Entramos de forma sorpresiva al regimiento, todos dormían, en ese lugar había una clara y notoria falta de disciplina. Robamos todo lo que pudimos y unos cuantos se dieron cuenta, pero caminaban derecho a la muerte si pretendían delatarnos así que solamente huyeron. Cuando acabamos nuestra obra le prendimos fuego a la construcción y a lo lejos vimos a los pocos que consiguieron huir correr despavoridos deseando estar lejos de esa pesadilla.
Al amanecer nos encontramos con el resto del grupo, nos subimos al Rosa Oscura, navegamos, era lo único que podíamos hacer: navegar.
Ya estaban los albores de mediados de mes y un aire extraño nos había devuelto la sonrisa, el mes de enero si bien es cierto nos había dado significativas historias y triunfos, fueron contados con los dedos de la mano, eran pequeños y más grandes eran las enfermedades y males que habíamos padecido. Pero en febrero todo había mejorado de manera significativa, contábamos con muchos más triunfos de los que aquí he sido capaz de describir y no eran simples triunfos a la muerte: eran triunfos a la derrota. Asaltábamos y cada puerto de la séptima región temía ser la presa de “El Terror del Mar”, ese era nuestro alias que el pueblo mismo nos había colocado, pero para el pueblo raso era casi una bendición contar con nuestra terrorífica presencia.
Entramos a Constitución entre todos esos puertos y nos encontramos con la grata sorpresa, esto corroboraba de manera tácita que éramos el terror del mar. La sorpresa era el hecho de que en Constitución, de la noche a la mañana habían huido los ibéricos a un lugar que hasta el día de hoy es ignorado. Era así, simple y puro, era algo inesperado y una verdadera sorpresa. El hermoso puerto estaba libre de dominio español pues huyeron indicando a la población que no volverían y en ese intertanto el pueblo raso se había tomado en la ciudad el poder, lo mismo había acontecido con Concepción tras nuestra visita y decenas de ciudades que quedaron asoladas tras nuestro temido paso. Luego de presenciar este suceso propio de mil burlas y risas hacía los castellanos, nos marchamos lejos, muy lejos de allí en busca de nuevas aventuras en un nuevo pueblo. En el camino me di cuenta de lo extraña que era mi vida, no sabía nada: no conocía mi destino, iba a la deriva como una navegante a la cual se le cierran todos los puertos del mundo y ya no sabe en cual más recalar, y tampoco sabía cuál era la suerte que tendría al llegar, en otras palabras, no tenía ni la más remota idea de la nueva aventura de la que en cosa de segundos me haría dueña y tampoco sabía si sería capaz de sobrevivir a ella.
En alta mar la vida es extraña y turbia, si bien es cierto sabíamos y muy bien que nuestros principales enemigos eran los españoles ya no teníamos total certeza de ello. El mar con el tiempo se convierte en un arma de doble filo, a veces es nuestro amigo y nos permite recalar en barcos de nuestros oponentes para luego de asaltarles hundirlos, pero en cosas de segundos es capaz de quitarte con su furia todo lo que te pertenece inclusive la vida misma con inmensas olas que te ahogan y adormecen en medio de la locura del naufragio y nunca más te vuelven a despertar y si consigues recuperar tus facultades mentales y corpóreas es muy probable que lo único que tengas sea la vida y nada más, ni siquiera un puerto donde recalar e intentar olvidar el suceso que pudo haberse tornado fatal.
En alta mar, habíamos robado y saqueado tantos barcos como puertos, solo relato los que fueron trascendentales para nuestras vidas. El resto es probable que se deba entender que en la vida del guerrillero y el pirata robar es algo cotidiano y las grandes aventuras se viven todos los días, pero las que son realmente importantes son aquellas que fueron capaces de dejar una huella imborrable en la vida propia, simplemente inolvidable por el resultado o su transcurso.
A los días recalamos en lo que sin saber sería nuestra última aventura en el mar. Llegamos a Iloca. Recuerdo muy bien ese momento…
Era la última semana de febrero, el día jueves por más señas. Hacía frío, el hielo recuerdo calaba los huesos. Era temprano, muy temprano, casi de amanecida. Las gaviotas volaban libres sobre nuestras cabezas, y nuestros ojos tenían la mirada fija, casi inmóvil. A los segundos después un gesto de impotencia, rabia, pena quizás, se dibujó en nuestros ojos, nuestro mirar ya no era sino lúgubre y atiborrado de deseos de venganza, pero esta venganza era más oscura que cualquier represalia que hubiésemos tomado contra cualquier acto. El 27F, el terremoto y el posterior tsunami habían hecho desaparecer el pueblito, ya no era lo que en antaño fue, pero nadie había hecho el intento de recuperar sus propios recuerdos del pasado y transformarlos en el presente y en el futuro. Las ruinas yacían en todos los lugares imaginables. La arena y el tiempo habían confundido en el borde mar todos los vestigios que cada tanto el mar eliminaba de sí mismo al parecer porque tantas riquezas, tantas cosas, tantas vidas ya no le hacían feliz, ya no le prestaban utilidad. Confundidos entre la arena, yacía el cuerpo de un niño, un poco más lejos estaban restos de madera de lo que había sido el mobiliario de la escuela local, al andar los recuerdos caminaban solos, parecían tener vida propia, al parecer se empecinaban en no ser rescatados del sombrío olvido. Y en los roqueríos solo era necesario andar con la mirada un par de centímetros y se encontrarían escombros aún de esa fatal noche. No tan lejos se veía la entrada a lo que una persona de muy bajos conceptos, llamaría ciudad. Allí se veía el pueblo en el suelo. Era verdad, absolutamente nada había cambiado en especial con la llegada del régimen español que había truncado no tan solo posibilidades sino sueños, eran los sueños de miles que yacían en el suelo como si el tiempo hubiese querido recobrar esa odiosa imagen y congelarla para la eternidad. Ahora no eran sino gestos sino palabras, maldiciones, la rabia hervía en lo más profundo del alma: furiosa y sanguinaria, para luego brotar en nuestros labios y en nuestros poros, la batalla estaba decidida, lo que no estaba resuelto era el resultado.
Nos dirigimos por la calle principal, todos los ciudadanos al vernos andar con furia y carácter resuelto volteaban a mirar, hacía mucho tiempo que gente como nosotros no ponía un pié en ese puerto y mucho menos se arriesgaba a caminar tan profundo como provocando a la muerte y a un caprichoso destino, pero esas palabras no estaban en nuestro vocabulario, al cabo de que tampoco pretendíamos tenerlas allí alojando y dejando entrar libremente vergonzosos e hirientes temores que no sueltan el alma nunca más.
De un empujón derivamos la puerta de la municipalidad, sin dudas era la construcción mejor hecha, una de las pocas en pié de la localidad. Encerramos en las habitaciones a todo el personal y quemamos el municipio.
Salimos corriendo, oyendo mil gritos, con el corazón chispeante, agitados. Era hiriente ser así, pero a la larga no nos quedaba más opción que dejar fluir esa crueldad. Cuando íbamos corriendo a atacar el regimiento para liberar de una buena vez la población de Iloca, éste nos salió al encuentro con las armas en lo alto, gritando. No hubo tiempo de organizar una estrategia y esto indicó la masacre que a los segundos después tiñó de sangre patriota los roqueríos del borde mar.
Corrieron y nos intentaron rodear. El pueblo raso se acercó y engrosó las filas de nuestro ejército abriendo las legiones ibéricas a lo que nosotros contestamos ejerciendo brutal presión en las filas de Iberia. Con esto comenzaron a utilizar las fuerzas de artillería (cañones y metralletas) eliminando de forma fatídica a la población y cortaron los caminos que nosotros utilizaríamos en busca de las armas españolas para conseguir en forma de armamento cruel la libertad y un triunfo vil. Y con esta última táctica nos apresaron al usar una defensiva y una ofensiva muy superiores a las nuestras… más superior era su defensiva que era impenetrable y paradójicamente no era ninguna estrategia de batalla, sino material y ropas a prueba de fuego y agua, y de más está decir armas en especial si se trata de puñales y cosas de esa categoría.
Esto decidió un triunfo para España, mientras que la octava y la parte sur de la séptima región estaba libre del dominio hispano y no se someterían a él contra viento y marea. Así se vio truncada cruelmente nuestra incipiente campaña marítima, allí concluyó de forma precoz el sueño de cualquier pirata. Las cadenas nos cubrían el cuerpo de forma firme y dura y estábamos siendo conducidos a Talca. Dentro de unos días nuestras vidas se acabarían tras ser formalizados, lo más probable es que recibiríamos la pena de muerte, pero si nos hubiesen condenado a la pena capital ahora yo no narraría esta historia.

Texto agregado el 23-01-2012, y leído por 154 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
14-04-2012 Has salido airosa, con muy alta nota, de tu incursión Marina. No falta de nada: soltura literaria, conocimiento, amor, emoción, batalla, victoria, fracaso... Estoy muy contento de haberme adentrado en el mar prodigioso de tu imaginación. Te hago entrega de toda mi admiración y cariño. Un beso, mi valiente y talentosa niña. Weissturner
 
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