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En la intersección de la calle Padre Letelier con avenida Santa María hay fuego: tres antorchas encendidas se mueven por el aire y pasan una a una por las manos de un adolescente. Diego, de dieciséis años, viste pantalones cortos beige, camisa blanca, chaquetilla gris y corbata roja. Es el encargado de proporcionar el espectáculo circense a decenas de automovilistas que esperan el cambio del semáforo de rojo a verde, en plena “hora del taco”.
El joven permanece en una esquina con sus materiales, sumerge las antorchas en un tarro con parafina y las enciende, luego se traslada al medio de la calle frente a los autos para comenzar el show.
En un principio, las antorchas cruzan por sobre la cabeza de Diego, quién con absoluta concentración no las pierde de vista ni por un segundo. En seguida comienzan las variaciones: una de ellas cae sobre su empeine, la equilibra con su pierna izquierda y comienza a girar. Después la impulsa hacia arriba y coloca otra sobre su mentón, la que mantiene en posición vertical mientras los otros dos implementos bailan en el aire.
Finalmente, las tres antorchas vuelven a las manos del artista, y el fuego se convierte en humo gracias a un fuerte soplido. Diego levanta las herramientas con un brazo, y recorre los espacios entre los vehículos, algo apurado, buscando una propina que reconozca su trabajo y le permita obtener algún ingreso. Algunos conductores bajan la ventanilla y entregan algo de dinero, pero el tiempo se acaba; el semáforo cambia su color a verde y los automóviles comienzan a avanzar.
Diego retorna a la esquina dónde están sus utensilios y cuenta las monedas en sus manos: son seiscientos pesos. La recaudación de un semáforo, según Diego, varía entre cero y mil pesos, lo que en un “día bueno” puede generar cerca de diez mil, mientras que si es un “día malo” este monto bordea los cinco mil, trabajando un poco más de una hora diaria.
Las antorchas se vuelven a encender y se repite el ciclo hasta completar la meta del día o hasta que se hace demasiado tarde. De esta forma, entre rojo y verde y durante menos de un minuto, Diego transforma la acera en un escenario y los focos de los autos en la iluminación. Se gana la vida construyendo arte a través de su destreza y alegrando el transitar rutinario de los santiaguinos.

Texto agregado el 26-01-2012, y leído por 76 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-01-2012 Narras muy bien una cotidiana escena de las ciudades grandes=D mis cariños dulce-quimera
 
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