Las palabras juegan distraídas, revolotean por mi cabeza se dan de trompiscones y ríen, quieren salir atropelladas, galopando como caballos salvajes, salvajes como yo... como la luna cuando solo se muestra a mitad tímida, pero no te confundas te muestra tan solo lo que desea que veas de ella.


Y, después de todo el deseo: ¿no es el querer sobre aquello que no se tiene? Sobre aquello que no puede ser tomado o alcanzado.

¿Cómo capturas un rayo de luz? ¿Cómo tomas posesión de un día nevado? ¿cómo guardas el frio sobre el rostro o aprisionas un escarabajo sin condenarlo?

No. Lo bello debe de ser libre. Debe de jugar con el tiempo, entrelazando los dedos en los arroyos.

Las sonrisas al azar son siempre las más divertidas. Tumbarse en el pasto con el ombligo descubierto... así como una ninfa de cuentos.


Regalar caricias, pero caricias que después de un instante terminan. ¿No deberían sentirse afortunados por recibir una? Ridículo el hombre que quiera poseer una criatura salvaje pretendiendo conservar su esencia, su encanto.

Ridículo quien no tema que un lobo le muerda la mano si lo alimenta y lo contenta, quien nació para ser del viento al final siempre se revela, revolotea… se regocija; está condenado. Pero una vida de soledad es mejor, es mejor mil veces que cualquier alcoba caliente, que cualquier comida a tiempo, pues la vida revolotea también en aquel pecho desnudo.



Teme... teme de que la calma de unos ojos tiernos se conviertan en tormenta. Teme que esa tormenta te destruya, necio quien pretenda conservar un rayo entre las manos y vivir para contarlo.