| Llegué a mi casa con los bombones y me encuentrocon una visita. Nada menos que Emilio Rubén González, el famoso Ergozsoft. ¡Sí, el de
 Loscuentos.net! Ya lo conocía porque estuvo en mi
 casa hace unos meses.
 
 Mi hermana y doña Sofía se desvivían para
 atenderlo con la clásica hospitalidad de Derqui,
 donde el dinero de los invitados carece de valor.
 Cuando están acá, no les permitimos gastar nada.
 Para mí es una mala costumbre, pero no se puede
 luchar contra los atavismos locales. ¡Lástima!
 
 Mi amigo Ergozsoft comenzó a contarme su
 problema. Me dijo que está enamorado de una
 cuentera. No la conoce personalmente, pero es algo
 que no puede sacarse de la cabeza. Se acuesta
 pensando en ella y se levanta loco de amor y ella
 dice que solo quiere tenerlo como amigo, porque ya
 tiene su vida planificada. Además viven muy lejos
 uno del otro. Ella vive en México.
 Mi hermana y doña Sofía que aunque no lo parece,
 están escuchando, cambian miradas significativas.
 Sé lo que piensan.
 Y bueno, si todo el mundo lo sabe, que me
 importa... Ya lo grité más de una vez y a los cuatro
 vientos.
 
 —Pero Emilio —le digo— ¿en qué te puedo ayudar
 yo? Si sufrí de un mal parecido...
 
 —Por eso vine. Porque a vos te pasó algo similar,
 pero te curaste y ahora estás bien, porque... ¿Te
 curaste, no?
 
 Me di cuenta que mi hermana y doña Sofía,
 aguantaron la respiración, esperando mi
 respuesta... así que le dije con mucha convicción:
 
 — ¡Por supuesto! ¡Solo fue un encandilamiento! Y
 como yo soy tan exagerado...
 
 Doña Sofía lanzó un resoplido de satisfacción, pero
 mi hermana me miró, tratando de encontrar la
 verdad en mis ojos.
 
 Ergozsoft, rompió el incómodo silencio siguiendo
 con su historia.
 
 —Quiero sacarla de mi mente. No pensar más en
 ella, porque debo entender que es un imposible...
 
 —Es muy fácil, querido Emilio. Debes entender
 primero: Ella no te ama. Segundo: ella tiene su
 novio con el que se va a casar. Tercero: Tu propia
 realidad. Tienes tu familia, tus nietos, tu perro, etc.
 Todo eso sin contar la distancia que los separa.
 Dime ¿Cómo se llama ella?
 
 —No te lo puedo decir, Edy
 
 Al oír esto, me asaltó una duda terrible. Pero no. No
 podría ser. Imposible.
 Poniendo cara de boludo (que no me cuesta mucho)
 le pregunté a Ergo:
 
 — ¿De qué parte de México es tu amada?
 
 — ¿Yo dije de México? No. No es mexicana. Es
 española y vive en Madrid. Y debe ser familiar tuya,
 porque su apellido es Castillo...
 
 Me quedé pensando. Era una escritora de la Página
 de los Cuentos, de apellido Castillo. La única que
 conozco es Loli. ¡No puede ser! Este boludo se
 enamoró de la única que no le dará jamás bolilla.
 Tiene demasiada ética y los pies bien puestos sobre
 la tierra.
 
 —Dime, Ergo ¿Es una chica con el pelo negro como
 el ala del cuervo, los ojos almendrados y
 negrísimos y la boca grande y sensual?
 
 — ¡Sí! ¡Así es! ¿La conoces?
 
 — ¡No! ¡No la conozco! Pero si existe una mujer así
 me encantaría conocerla..
 
 — ¡Déjate de bromas y dime si me puedes ayudar!
 
 —Claro que sí. Quédate acá mientras voy a dejar
 estos bombones a una chica, porque si no lo hago
 hoy, corro peligro de muerte. ¡Hermanita! ¡Mira lo
 flaco que está Ergo! Por favor, ocúpense de
 alimentarlo un poco, porque va a necesitar muchas
 fuerzas para seguir el tratamiento que le voy a
 aplicar, para que olvide.
 
 No terminé de hablar, cuando doña Sofía le estaba
 poniendo en la boca dos o tres scones, mientras mi
 hermanita le preparaba un chocolate con leche y
 sacaba del refrigerador, toda clase de embutidos,
 jamones y quesos. Me dio un poco de pena el pobre
 Emilio en manos de mi hermana y doña Sofía. Pero
 tengo que curarlo de sus males de amor.
 
 Antes de irme a llevarle los bombones a Erika, me
 metí en el jardín de Misiá Nida, mi vecina, y le
 afané cinco rosas amarillas y se las llevé a mi futura
 novia.
 Me fui caminando, porque vive a dos cuadras de
 casa, al lado de la farmacia del pueblo.
 Mientras tocaba el timbre y esperaba que me
 abrieran, observé que por la enorme vidriera de la
 farmacia, como me observaban con miradas de odio
 el farmacéutico y su hijo, el Lucas al que
 llamábamos “Cabeza de glándula”.
 
 Me abrió la puerta el papá de Erika, el viejo alemán
 con inclinaciones nazis, que cierta vez me hizo
 “pelar”, para convencerse que su hija no tenía un
 novio judío. En cuanto me reconoció trató de cerrar
 la puerta, pero yo, igual que esos vendedores de
 religión, los testigos de no se qué, le puse el pie y
 casi me lo reventó del portazo.
 Lancé un aullido de dolor y me quedé saltando en una pata, pero sin soltar los bombones ni las flores.
 
 Salió Erika, quien al verme se dio cuenta
 inmediatamente de la situación y me hizo pasar
 abrazándome y besándome con cariño.
 Me hubiera gustado verle la cara en ese momento al
 Cabeza de Glándula...
 
 Todo me salió bien con Erika y no me quedé a dormir
 porque Ergozsoft me esperaba en casa, para que le
 hiciera olvidar su enamoramiento.
 Cuando regresé, estaba Ergo sentado a la mesa, servilleta al cuello, masticando lentamente, el cinturón desabrochado y me miró con ojos suplicantes.
 
 — ¡No doy más, Edy!—me murmuró —He comido de
 todo y ya no me entra más comida. ¡Salvame!...
 
 —Bueno, ¡Basta de comer! ¡Déjenlo en paz!
 
 — ¡Pero no ha comido el postre! —se escandalizó
 doña Sofía.
 
 —Ya lo haré comer un postre en un rato —les
 aseguré.
 
 —¡Vamos, Emilio, arriba! ¡Nos vamos a ver a las tres
 Marías!!
 
 — ¡Que lindo! !Van a ir a ver las estrellas!
 
 — ¡Sí, la Cruz del Sur! Las Tres Marías y las Tres
 Chepas! —les dije riéndome...
 
 Ergozsoft me miró un poco asustado y me dijo:
 
 —Mirá, Edy, que yo no soy del campo. Soy un
 muchacho simple criado en Valentín Alsina y no creo
 en brujas ni nada de eso...
 
 — ¡Vos fumá! ¡Ya vas a ver!
 
 Apenas podía caminar el pobre Emilio de tan lleno
 que estaba, pero me siguió dócilmente. Llegamos a
 una casa en las afueras de Derqui, sobre cuya puerta alumbraba con luz mortecina un farol rojo
 Lo de luz mortecina lo copié de un tango...
 
 Golpeé con la señal que todos conocemos en el
 pueblo: Cinco golpes cortos, luego tres golpes más,
 a continuación silencio, luego cuatro golpes bien
 rápidos y luego apretamos el timbre: dos veces.
 
 Pero se ve que no habían clientes, porque al primer
 golpe corto se abrió la puerta y allí estaba Madame
 Ivonne, con su clásico peinado “Batido” como en los
 años 60.
 Me miró de arriba abajo:
 
 — ¿Me vienes a pagar, Edy?
 
 —Te traigo un cliente, al que quiero que lo atiendan
 las Tres Marías. ¡Pasá, Ergo!
 
 Pero Emilio Ergo ya iba corriendo por la esquina,
 camino a la estación de trenes. Por más que lo
 perseguí no lo pude alcanzar, ya que él se subió a un tren que había salido recién y que en ese momento estaba tomando velocidad.
 Puedo asegurar que Ergozsoft corría más rápido que
 el Expreso a Buenos Aires.
 Así no logrará olvidar nunca...
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