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Capítulo 54: “Artistas Callejeros, Ovejas Negras”.
A eso del día 3 de febrero de 2014, pudimos recién ir a visitar a Andrea. El día anterior había sido un total desastre. Después de la batalla y ver huir a los realistas en medio de la claridad de la noche, tuvimos que hacer conteo de heridos. Nos era difícil reconocer que muchísimos fuesen de nuestro bando, pero nos engrandecía el alma el hecho de saber que habían conseguido sus heridas, o en su defecto la muerte, como unos verdaderos héroes, luchando hasta el final contra los cañones y las bombardas de los ibéricos.
Ese día habíamos tenido que rearmar nuestras filas antes de que llegase gente a limpiar el desastre en que se encontraba sumergida la plaza. Nos costó volver a comer, a conversar, después de haber estado tan cerca de caminar hacia el otro lado. Aún así nadie negaba que la batalla del día anterior fuera un completo triunfo para la guerrilla y los pueblerinos sobre el poderío de España.
Caminamos hasta el hospital tan solo quienes integrábamos la guerrilla, que como de costumbre estábamos vivos todos. A medida de que nos acercábamos se acrecentaba la cantidad de escombros en cada lugar. Yacían alrededor de nosotros cadáveres, ropas, maletas, armas, tablas de madera, adobes, ramas de árboles. Todo en un completo desorden. A cada paso distinguíamos con mayor claridad los vestigios de los cañonazos de los españoles.
Conseguimos llegar hasta el hospital esquivando cada uno de los escombros. Era un proceso difícil y eso se traducía en largo, lo cual nos valió llegar bastante tarde al centro asistencial.
Cuando estuvimos en la fachada, un gemido fue lo mínimo que salió de nuestras bocas. Los muros estaban completamente agujerados, la reja al patio trasero forzada y por ende destruida, de los ventanales no había ninguno que no se hubiese quebrado, la puerta principal había sido arrancada de cuajo, las ambulancias estaban chocadas y seguían ingresando más heridos hacia los interiores. Nosotros inferíamos que no daban abasto, pero necesitábamos entrar y cobrarnos una venganza aún peor, aún más fiera.
Ingresamos como un completo enigma, la gente lloraba en los pasillos recostada en el suelo, era cierto el hecho de que no daban abasto. Éramos unos de los pocos que no estaban heridos de ningún tipo, y todo el personal nos miraba de forma extraña, nuestra presencia no tenía lugar en dicho sitio según sus pensamientos.
-¿A quién buscan?-preguntó con mala cara una enfermera que nos miraba desde media hora.
-A Marisol…-me dejó en el suspenso.
-¿La ginecóloga? –asentí, pero no me tomó en cuenta-.Ella está ocupada, no los va a poder atender. Han llegado muchas parturientas, con la batalla del otro día se pusieron nerviosas y…-ahora Manuel la interrumpía a ella y yo le agradecía con la mirada.
-Deseamos ver a una de sus parturientas, se llama Andrea Loyola, ingresó el día primero-comentó con una estrategia diferente.
-Entonces vengan hacia acá-nos indicó que la siguiéramos.
La estrategia de Manuel había funcionado por lo visto, aunque francamente no queríamos ver la habitación. La salilla en la que la tenían estaba llena del polvo de la pintura de las paredes, la camilla estaba deshecha, la luz se había cortado y las condiciones higiénicas eran totalmente inexistentes.
-¿Cómo estás?-pregunté precipitándome sobre la camilla.
-Bien, me estoy mejorando-respondió.
-¿Y el bebé?-pregunté.
-Se llama Catalina, nació sanita-respondió sin saber si sonreír o llorar su desgracia que no podía dar vuelta atrás, optó por sonreír dulcemente.
-¿Después de ésto vas a volver o no?-pregunté preocupada.
-Me voy a ir a recuperar un tiempo al convento y veré si vuelvo, yo creo que sí. El Javier quiere volver también, les dejó saludos-dijo.
-¿Sí? Dile que se los correspondemos y que lo echamos de menos, ¿savvy?-repliqué.
-Yo le digo, pero ahora ándate, sino te van a retar-me dijo.
-Nos vemos-respondí.
Luego de mi breve diálogo con Andrea caminé enérgica hacia la puerta de entrada a la maloliente habitación. Cuando iba a abrirla me topé del otro lado con Marisol.

-¿Qué haces aquí?-me preguntó fastidiada, era notorio que estaba enojada conmigo.
-Vine a ver a Andrea-contesté fingiendo la firmeza que claramente no tenía.
-Dos días después…-respondió irónicamente.
-A veces en las batallas no existe el reloj, entonces es difícil tener un calendario, ¿savvy?-repliqué con sarcasmo.
-Me doy cuenta, porque no salieron siquiera dos segundos antes de que hicieran pedazos el hospital, ¡mira cómo quedó!-me gritoneó.
-¿Y eso qué contigo?-pregunté recuperando mi seguridad personal.
-Que me despedirán ¡Yo era el médico de cabecera!-bramó.
-Únete a la NHM-propuse tomándolo a la chacota.
-¡Eso jamás!-gritó.
-Jamás digas “jamás”…-aconsejé.
-Me queda sólo atender a la Andrea y me tengo que ir-dijo totalmente triste.
-Dile que alargue el asunto…-ella puso cara de interés-, es una gran actriz, créeme, no te defraudará, ¿savvy?-dije más sarcástica que lo que se pudiese imaginar cualquiera.
-¡Nada saco con decirte nada!-lloró-¡Ándate del hospital!
-Okay…-murmuré alzando las cejas y mirándola de reojo.
Ella pasó por el lado mío, miró al frente, me hizo a un lado y dio un portazo tremendo. Me costó un tanto volver a abrir la vieja puerta de madera, era tremendamente pesada y el portazo la había dejado mal cerrada. Por fin conseguí abrirla y salí disparada.
-¿Tan rápido volviste?-preguntó Manuel.
-¿Cómo están Andrea y Javier?-preguntó Catalina.
-¿Se puede subir a Face una foto del bebé de Andrea?-inquirió Arlette.
-¿Nació sanito el bebé?-preguntó Franco.

-¡Primero!-grité para detener las preguntas-. Gracias…-dije cuando se silenciaron-. ¡Primero! Una pregunta a la vez, si no fuese mucha molestia. Soy un ser humano, ¿savvy? ¡No un computador! ¡Segundo! Sí, Manuel, volví rápido, me topé con una desagradable sorpresa cuyo nombre es Marisol y no quiero hablar con ella, ¿savvy? O mejor dicho dejarme gritonear por ella… ¡Tercero! La Andre y su hermano están bien. Ella está confundida, no sabe si sonreír o llorar, pero el Javier está preocupado por ella así que la cuida, ¿savvy?... ¡Cuarto! Arlette, dime tú, ¿cómo demonios subiremos una foto de una bebé que nació en la clandestinidad?, ¡ah!, por cierto es una niña, y siéntete afortunada Cata, porque lleva tu nombre. ¡Quinto! Sí, nació sana, Franco, gracias por la educación de preguntar-dije.
-¿Qué pasó con Marisol?-preguntó preocupado Manuel.
-¡¿Qué pasó?! Te diré que pasó, cariñito. Lo que pasó es que se puso furiosa conmigo porque los malditos realistas cañonearon este maldito hospital, ¿savvy? Y colmo de los males la van a despedir por eso, ¿savvy?-dije.
-Algo de culpa tienes, entiéndela. No es bonito perder un trabajo-me aconsejó.
-Capto esa idea, ¿savvy? Pero lo que pasa, amigo, es que me gritoneó, me zamarreó y por poco me da unos cuantos estrellones con mi amiga la puerta de esa maldita sala, que, créeme no es nada liviana, ¿savvy?-dije.
-Vámonos antes de que nos causes unos cuantos problemas más-dijo maliciosamente Manuel.
-Curioso… no fui yo quien quiso quedarse en este maldito hospital-dije.
Lo miré de forma asesina, justo a los ojos. Realmente estaba furiosa. Yo no solía enojarme con él, pero aquel hecho me mataba. Me incomodaba que me tomase por culpable a mí, de algo que él había provocado. Si se hubiese seguido mi idea de ir a luchar, no nos hubiésemos ganado la frialdad y antipatía de nuestra principal benefactora: Marisol.
Caminamos hasta los caballos a paso enérgico. Nos subimos en total silencio. Todos nos miraban expectantes. Sabían que si nos enojábamos el asuntito aquel se pondría serio. Tenían que solucionar nuestra pelea cuanto antes.
Comenzábamos a montar a paso lento. El día estaba completamente soleado y eso es sinónimo de completamente caluroso, gracias al calentamiento global que era parte del léxico diario de todo el país. Un par de veces miré a Manuel, pero la rabia y la impulsividad me cegaban. Al rato sentimos unos gritos…
-¡Maldita sea!-murmuré y galopé hacia donde surgía el griterío.
-¡No! ¡Vuelve!-me gritó Manuel, quien cabalgó inmediatamente hacia mí-¡Espera! ¡No cometas más locuras!
Pero aquel día yo parecía estar completamente sorda, así que ni siquiera volteé para mirar a mi interlocutor. No quería oírlo, ni hablar siquiera de verlo, de mirarlo a los ojos. Si la furia se había disipado un poco en todo el rato, había vuelto con más fuerza que lo que la había sentido en mi vida completa. Algo me daba el presentimiento de que las cosas no iban bien y que la persona que gritaba por auxilio era un patriota que no estaba completamente a salvo.
Manuel hacía vanos intentos por retenerme y hacer que yo regresara al grupo. Entre sus argumentos se encontraban “Sola no puedes hacer completamente nada, es mejor que te organices bien antes de ir, eres muy precipitada”. Eso me enfureció mucho más de lo que ya estaba, así que seguí cabalgando con más fuerza que antes. A lo lejos sentía que galopaban detrás de mí otros caballos, Manuel me había seguido y con él estaban todos, como siempre juntos.
Al llegar a una esquina, de sopetón vi un furgón del ejército y detuve en seco la carrera. Me acerqué cabalgando despacio hasta la muralla de una construcción y me arrimé para poder ver mejor, sin que me viesen. Manuel venía a toda carrera, así que lo tuve que hacer parar de manera forzada para que no pasara de largo y lo cogiesen.
-¿Qué pasa?-preguntó de forma alarmada al percibir mi reacción.
-¡Shitt!-le indiqué silencio.
-¡Te dije que sola no podrías!, ¡estás condenada a morir de rabia y perder tu tiempo viendo esta injusticia!-me regañó.
-Y te dije que si seguías estarías condenado a conocer mi espada-filosofé.
Prefirió arrimarse junto a mí en la pared y montados escuchamos todo, los gritos, todo. Una mala experiencia he de admitir.
-¡Por vuestra culpa muchos de los nuestros murieron!-gritaba un soldado.
-¡Moneditas, teníais bien guardadas!...-bramó otro quemando los billetes y guardándose las monedas, el tarro fue a dar al suelo.
-¡Quieto!-le gritó un tercero atajándolo en una bocacalle y un cuarto cerró aquello con fierros para detener a la gente curiosa.
Un quinto le quitó unos pinos con los que el joven hacía malabares en la mitad de la calle durante los semáforos y le dio de lleno en las costillas.
-Suficiente…-murmuré y me bajé del caballo.
Manuel trató de retenerme. Algo le decía, quizá, que no me iría muy bien en aquella nueva aventura mía. Desmontó en seguida e indicó a todos, quienes se disponían a seguirnos, que se quedaran allí. Para él no valía la pena que los demás se arriesgaran en algo sin mucho sentido, con que nosotros dos hiciéramos todo lo posible en sobrevivir ya bastaba. Era injusto que ellos lucharan por un impulso de libertad mío, en el que él ya era partícipe. Les indicó que guardasen silencio, se aseguró de que sus armas estuviesen en su lugar y corrió hasta mí.
-Tregua-dije mirándolo a los ojos y tendiéndole la mano.
Me aseguré de que nadie nos viese, ya habíamos ingresado en el lugar en que estaban atacando al muchacho, aunque nos guardábamos detrás del furgón.
-Tregua-replicó esbozando una sonrisa y apretando mi mano.
Lo miré directo a los ojos y pude percibir su temor y nerviosismo. Si dábamos un paso en falso, el muchacho podía tener consecuencias peores, nos podían aniquilar, la guerrilla podía separarse y todo eso no eran precisamente cosas que nos apetecían mucho. Aún así lo vi decidido como tantas veces a luchar por causas imposibles…
-Conste que no significa nada-le respondí tratando de bajar la voz, cosa que por cierto se me hizo imposible.
-No significa nada-confirmó mirándome divertido.
-Después de ésto volvemos a estar enojados…-dije y me quedé en suspenso.
Habíamos sentido unos pasos y más gritos que antes. Eso sólo significaba una cosa: se acercaban.
-Bonitos pinos… el payasito-eran unas de las muchas cosas que le gritaban al muchacho mientras lo golpeaban con los pinos.
Miré de reojo a Manuel. Le agradecí mentalmente, siempre estaba ahí, cuando se le necesitaba. Creo que le sonreí con la mirada. Luego le hice una venia, era momento de salir de nuestro escondite, sino las cosas se pondrían peores y de nada valdría nuestra presencia en el lugar. Desenvainamos las espadas y nos encaminamos al otro lado.
-¡Suéltenlo! ¡¿Qué demonios les pasó con él?!-grité y me acerqué con la espada en alto.
Pude ver en esa fracción de segundos al malabarista sangrando. Tenía la frente empapada de sangre, los brazos llenos de moretones y la ropa deshecha. Me miró espantado y agradecido. Era relativamente joven, nos había acompañado en la batalla de la Plaza, me fue imposible no reconocer para mis adentros que él era muy valiente como para amilanarse ante esa clase de adversidad. A pesar de que su estado era francamente penoso era capaz de resistir sin demostrar una pizca de sufrimiento, eso le había valido más torturas. Definitivamente si no hubiésemos llegado en ese momento con Manuel, probablemente el muchacho sería historia desde aquel entonces.
Me acerqué con la espada en alto, no me alcanzaron a bloquear y corté el brazo del carcelario del chico. Éste último se liberó. En ese momento se armó un gran tumulto alrededor nuestro y Manuel que venía tras mío se acercó con la espada en alto. El verdugo se había acercado a luchar conmigo con el brazo bueno, él era uno de los pocos que sabía esgrima en todo el ejército realista.
Todos se colocaron en círculo a pelear. Manuel se acercó a mí y nos dividimos los sectores de pelea. Yo me haría cargo de luchar por la izquierda y él por la derecha, así podríamos ver la suerte que estaba corriendo el chico.
La idea era que Manuel lo llevase a un lugar seguro, mientras que yo me batía con los soldados. Así había funcionado, pero se arrinconaron y comenzaron a dispararme de metralleta, así que además de pelear con la espada tenía que defenderme de los disparos. Ese día yo no portaba municiones de la escopeta, así que no podía aniquilarlos así y se habían refugiado bastante bien tras las metralletas, así que hiciese lo que hiciese obtendría resultados nefastos. Lo único que podía hacer era resistir, luchar con la espada, esquivar y hacerlos malgastar municiones para liquidarlos pronto.
Con todo eso, Manuel y el malabarista se acercaron a pelear. Mi amigo le facilitó un revólver, municiones y un puñal. Ambos hacían lo suyo en la pelea, bloqueaban los ataques muy bien. Yo calculaba que si seguíamos así, cubriéndonos entre todos, pronto saldríamos del asunto y gastaríamos las municiones de nuestros oponentes obligándoles a huir.
Pero sucedió algo inesperado y muy malo. El malabarista logró gastar las municiones de metralleta de uno de sus carcelarios, utilizando una gran audacia. El realista se disponía a darle un culatazo con el arma, pero el chico la lanzó lejos con un golpe, entonces su oponente corrió hasta el arma y cuando el chico se disponía a correr sufrió un desmayo. Había resistido demasiada presión para estar mal herido.
Se acercaron velozmente nuestros adversarios hasta el malabarista caído y lo cogieron. Se dispusieron, luego, a subirlo por la fuerza al furgón. A pesar de mi cansancio, que es lo mínimo que se tiene al gastar todas las municiones de un grupo del ejército realista, corrí hasta el muchacho, pero ya era tarde, habían arrancado el motor los que estaban adentro. Lo miré pasmada, no habíamos conseguido nuestro cometido. Cuando iba a mirar a Manuel para indicar que volviésemos con los nuestros para seguir el furgón, me sentí apresada y vi que Manuel aún luchaba contra uno.
Uno de los tantos que me tenían apresada me palpó el cinto y me quitó la espada.
-Tú serás la próxima, así que no te asustes, pequeña…-me dijo muy cerca de mi rostro.
Me indicó con la mirada que mi nuevo destino era uno de los tantos furgones que se habían ubicado en la cuadra. Recuerdo que trató de besarme y yo le mordí la nariz.
-¡Llévensela, se salvó de la horca una vez, no lo volverá a hacer!-bramó aún adolorido.
Me hicieron caminar. Yo había oído que si se afloja la tensión puesta en los brazos al rehusarse a ser apresada, los demás la perciben y te sueltan. Así lo hice.
-Conocemos ese truco niña. De nada os vale hacerlo-me dijo uno de mis verdugos que yo calculaba que eran más de cinco.
Me subieron a tirones al primer peldaño de la escalinata de atrás.
-¡Suéltenla!-gritó Manuel.
Manuel me había visto, a pesar de estar luchando. Su contrincante volteó.
-¡Dejadlo, compañero, si es un mandado!-le gritó un realista al contrincante de mi amigo.
En ese momento Manuel le dio un culatazo y lo dejó desmayado. Se acercó antes de que cerraran la puerta y se interpuso.
-¡No se la lleven! ¡Llévenme a mí! ¡Pero a ella no!-bramó.
-En ese caso…-me miró y me dio un empujón-¡Abajo tú antes de que nos arrepintamos!-bajé y lo miré agradecida.
No alcancé a reponerme cuando cerraron la puerta y arrancaron el motor. Manuel había sido llevado.
Caminé hasta la esquina. Pude ver todas las cuadras desiertas en la cercanía. Con el tiroteo la gente se había refugiado en sus casas, bastante lejos de ahí, principalmente en el campo.
Llegué aún en estado de shock hasta donde estaba la guerrilla refugiada. No habían tenido ni idea de lo que había sucedido en realidad. Me subí al lomo de Hae’koro aún pensativa, sumida en el pasado.
-¿Y Manuel?-preguntó Valentina, la más curiosa del grupo.
Me sacó de mis pensamientos, la miré y comencé a llorar. Me armé de valor, me parecía que era necesario decírselo a todos, que ellos lo supieran. De eso dependía la vida de Manuel. Me sentía tan culpable de haber estado enojada con él. Si hubiese sabido que él sería mi héroe, que daría su libertad, su bien más preciado, por mí… Entonces hubiese reaccionado antes, lo hubiese disculpado muchísimo tiempo antes de que se lo llevasen, lo hubiese salvado y por último, si todo eso hubiese tenido resultados nefastos me habría despedido bien de él. Me di vuelta hacia todos, cabalgué para ponerme al frente y principié, con las lágrimas haciendo presa de mí. Antes de hablar respiré profundo, los miré a todos y me pude calmar un tanto.
-Se lo llevaron…-dije rompiendo en llanto otra vez.
-Es que tú no piensas en nadie-dijo Francisca.
-Se la va a pasar súper mal por tu culpa-completó Catalina.
-Si algo le pasa por tu culpa nos vamos por las armas-amenazó Javiera.
Esas fueron unas de las pocas cosas que me dijeron para amonestarme por lo que ellas creían había sido un actuar totalmente egoísta. Poco les importaba que yo también estuviera en estado de shock, inclusive peor. Las miré y no me interesó siquiera un poco lo que me dijeran, simplemente no me llegaba ni en lo más remoto de mi existencia. Tenía suficiente con armar el desastre que era mi pobre cabeza, no tenía que importarme los insultos que me largaban.
-¡Alto, alto, alto! ¡Ya déjenla!-era Franco, lo miré agradecida-. Nada sacamos con gritarle y querer que se la lleve el Kraken, si lo que realmente nos importa es saber qué pasó con Manuel y ayudarlo. Todos sabemos que la causal no fue el egoísmo de Sofía, sino su bondad, recuerden que todo partió por unos gritos y ella fue a ayudar…
Eso logró hacerlas titubear en lo que decían hasta que se quedaron sumidas en un completo silencio. Miré a Franco y murmuré “Gracias”, me sonrió. Al rato de unos cuantos cuchicheos recobré fuerzas.
-¡Vamos a la comisaría! Allí lo tienen, yo sé dónde queda, he ido-me alcé.
-¿Cómo lo sabes?-preguntó Arlette sorprendida.
-Traían el rótulo en los furgones-dije.
-¡Uy la niñita! Si dale con ir… Nos van a cocinar-dijo Valentina.
-¿Le temes al agua caliente? Pues piensa que es el agua de las termas: relajarse no le hace mal a nadie, ¿savvy?-le dije y la silencié.
Miré a todos y me convencí de que la situación había pasado.
-¡Franco! La ruta a seguir hasta la comisaría, yo te digo dónde queda-el aludido se puso al lado mío-. ¡Valentina y Alejandra! Reúnanse a pensar una manera de acercarse a los artistas callejeros e infiltrarse en el alto estrato. ¡Arlette! Convoca a la Alianza a video-conferencia. ¡Francisca y Javiera! Cuidado con las armas. ¡Mari, Grachi, Cata! Busquen un hotel, algo de beneficencia, los artistas se la pasan mal, y se me largan a buscar un lugar donde acogerlos en la noche, ¿savvy?
Cada cual partió en su rumbo de mala cara. Odiaban la idea de que yo fuese la comandanta y peor aún, que tuviese siempre una idea loca en mente. Muchas veces me habían hecho ver que les desagradaba que yo diese las ideas y eso se cumpliese, pero también nunca cumplían su derecho y deber de pensar en algo para realizar. Aún así éramos independientes entre nosotros. Cada grupo de la Alianza era separado del otro y a pesar de todo luchaban por ideas y planes en común, lo mismo en la guerrilla: cada cual veía cómo demonios satisfacer el plan central.
Comenzamos a cabalgar. En la dirección que nos ayudaría a salir del pueblo. Franco nos guió el rumbo con un GPS y así nos encaminamos por distintos caminos que nos conducirían hasta la comisaría que se encontraba escondida en los confines de la zona, cerca de la cordillera.
Pasó el rato y se puso a cabalgar muy cerca de mí.
-Gracias-murmuré cuando advertí que nadie nos veía.
-De nada-replicó el teniendo el mismo cuidado.
Lo miré a los ojos y advertí que por alguna extraña razón, mal que me pesara, el muchacho seguía a mis pies. Yo, aún, era su único amor y uno de aquellos imborrables. Distinguí la huella de la ternura y el romanticismo no correspondido en su dulce mirar. Bajé la vista evitando así ruborizarme y seguimos el rumbo.
-¿Cuánto apuesto a que tú bajarás a liberarlo?-preguntó.
-La cabeza y no la perderías, ¿savvy?-repliqué.
-Ésto te servirá-me dijo entregándome un papel en las manos.
-¿Qué es?-pregunté alzando las cejas.
-Un plano de la cárcel. Y la clave de la caja fuerte. Sé qué planeas, quemarás casas, engañarás con los artistas y te harás la dulce-me dijo.
-A la Inquisición, maldito roedor-dije riendo-. Gracias.
Me miró a los ojos beatamente, sonrió y me ayudó a desmontar: Ya habíamos llegado…
Miré al desmontar el grandioso edificio que ante mis ojos se erguía. Era difícil distinguirlo, casi imposible. Era un refugio secreto que desde el punto que se le mirara era imposible divisar, por eso la fama que tenía del hecho de la persona que entrase allí nunca saldría ni en un ataúd. Eso se acrecentó aún más con el régimen realista. En antaño había sido una comisaría de la policía chilena, pero luego como todos los regimientos y comisarías del país, había tenido que atenerse a la ley de desalojo que destruyó de inmediato a las fuerzas patriotas, a menos que desearan pasar todos aquellos soldados y policías al régimen realista y olvidarse para siempre de los ideales patriotas.
Había una enorme floresta a orillas del camino que tapaba todo, pero entremedio de cada una de las ramas y frutos se veía una empinada reja con púas y cables eléctricos, detrás de ésta se alcanzaba a divisar un frío edificio de color cemento, antaño había sido verde con blanco. Pasé saliva y principié a caminar, dejando las riendas de Hae`koro a cargo Franco. Ya iba a internarme en la espesa vegetación cuando Arlette me habló.
-¡Sofía!-me dijo.
Volteé la cabeza y antes de fijar la mirada netamente en ella, la pasé por el cielo nublado de la zona. A pesar de que las nubes habían mantenido el día desde la media tarde en una completa oscuridad, se podía distinguir sin grandes esfuerzos que comenzaría a cerrarse la noche pronto, ya estaba anocheciendo y si no me apresuraba, Manuel padecería la peor de las penas… aún no tenía idea de cuál sería dicha pena, aún, pero había oído que sería al cerrar la noche de dicho día. La observé y comencé a hablar con prisa, no quería retrasarme más.
-¡Dime!-repliqué presurosa, tenía un mal presentimiento respecto a ese día.
-Si algo no funciona activa el GPS-obedecí-y nos llamas, iremos al toque si algo malo les pasa-dijo.
-Aye, gracias-repliqué sonriendo.
Los enojos de ese día habían cesado, ya éramos tan leales y amigables como de costumbre y estábamos completamente seguros, otra vez, de que si algo le sucedía a uno de los nuestros no dudaríamos en ayudarle, lo estábamos haciendo de hecho.
Sentí un ligero rumor a mis espaldas. Pensé que tenían que ser las hojas caídas, ese día a eso de las tres de la tarde se había armado una ventolera y de seguro muchas habían caído. En ese momento era solamente una péquela brisa. Seguí caminando totalmente confiada, de seguro que si hubiese sido un extraño ya se hubiese armado el fuego de inmediato, no era necesario tener buen oído para saberlo. De repente me sentí cogida y volteé la cabeza para mirar directamente a mi captor.
-Cuidado-me dijo Franco aún reteniéndome del brazo.
Lo miré a los ojos, luego pasé la vista por todo mi alrededor sin que se me escapase siquiera un miserable milímetro. No había nada, tampoco estaba haciendo en ese preciso instante nada peligroso. Extrañamente aquella sensación me trajo seguridad y no quise libertarme. Él era uno de los más leales de todo el grupo, con él cerca no había nada que temer.
-¿De qué?-pregunté.
-Ya sabes de los castigos, de que no te cojan, ten cuidado-respondió.
-Aye, aye. Sí me cuidaré-me liberé del brazo, había vuelto a la realidad y me paré frente a él haciendo mi montón de gestos extraños a la hora de hablar-. Y si me disculpas, cariñito, tengo que ir a ayudar a Manuel, si no voy ahora probablemente nuestro querido amigo en común quede bailando debajo de una cuerda… como mínimo, ¿savvy?
-Ese es el problema-corroboró y yo alcé las cejas en señal de que no le creía nada-. Yo vine a esta cárcel con mi padre cuando comenzó el régimen y el 3 de cada mes exterminan al cerrar la noche a todos los reos. Las maneras son múltiples, primero torturas, luego la horca. Cuando esté oscuro comenzarán y luego a la hora más tarde no quedará nadie allí-me dijo.
-¿Y cómo demonios sabes eso, amigo?-le pregunté aún incrédula.
-El día en que nos apresaron por venta ilegal de mariscos era tres de abril-dijo aún dolido-. Aquí mi padre se volvió realista para no volver a tener ese tipo de problemas y así nos liberaron en medio de la confusión para no alborotar a los otros reos que también querían salir. De todos modos me dejaron marcas-me mostró unas quemaduras en sus brazos, murmuré “Por un demonio”.
-Entonces con mayor razón tengo que ir ahora. Anochecerá en media hora y no quiero que le pase algo a Manuel-dije con más ímpetu aún.
Lo miré a los ojos estando muy consciente de la suerte que podía correr infiltrándome en el recinto aquel día. Aún así estaba dispuesta más que nunca a sacar a Manuel y al malabarista de allí. Y también sabía que si se percataban de mis propósitos ahí dentro me vengaría por las quemaduras de Franco, los golpes sufridos por el malabarista, las torturas impuestas a Manuel y por la transformación acaecida al padre de mi amigo.
-Prométeme que te vas a cuidar-me volvió a pedir.
-Como que me llamo Sofía-contesté.
-Aye, Boudica-se burló, solo atiné a mirarlo y a reír por eso.
Me volví a internar en la floresta vigilando muy bien mí alrededor, cosa técnicamente imposible en mí. Me subí a un árbol con ramas muy firmes. Observé otra vez más la firmeza de la madera, la cual era indestructible desde el ángulo del que se le mirase, y luego me fijé en que no hubiese cables o cámaras cerca de mí.
La presencia de objetos que pusiesen en riesgo mi misión era nula, así que opté por subirme, cosa que me fue bastante trabajosa. Una vez arriba y camuflada entremedio de las hojas, miré el plano que aún tenía en la mano. Me orienté lo más rápido que pude, lo cual no fue muy difícil, pues era bastante clara la distribución de la prisión.
Cuando me disponía a guardar el trozo de papel en mi reloj vi una nota en la cara de atrás de la hoja, la letra era claramente la de Arlette: totalmente redondeada.
La misiva, en breve, decía que Manuel y el malabarista habían ido a parar a la celda 12. Solo entonces comprendí la ruta entre los pasillos que me habían indicado con lápiz pasta color azul. Pensé que en caso de ser necesario seguiría mis propios instintos, pero que inicialmente, aunque no fuese con mi personalidad, debía obedecer si quería que todos saliéramos con vida de esa enojosa situación.
Caminé por las ramas del árbol y desactivé la reja tal como decía la nota. Franco había estado allí y por ende, sabía mejor que nadie cómo entrar sin ser visto.
Antes de saltar definitivamente el alto muro, me surgió una duda “¿Por qué no había ingresado él si conocía tan bien el recinto?”. Pero en ese momento daba igual, ya le preguntaría eso cuando volviese, “si vuelves, cariñito”, me dije a mí misma.
Salté definitivamente el maldito muro y caí en uno de los tantos patios, pero en ese no había caseta de gendarmería, lo que hacía más fácil entrar y salir. Miré hacia todas las direcciones posibles, pero no divisé a nadie, eso facilitaría aún más las cosas. En eso encontré una ventana quebrada.
Hurgué dentro de la habitación comunicada con la ventana y me percaté que estaba totalmente vacía con la puerta en mal estado. Con mucho cuidado me introduje dentro de la sala y me dirigí a la puerta. El pasillo que estaba afuera de dicha salilla era el que me llevaría, según el plano, a la celda de Manuel.
Me armé de valor y miré hacia el pasillo. Estaba completamente despejado, no había soldado alguno en aquel sector, al menos ninguno que pudiese divisar. Empuñé firmemente la espada y comencé a caminar.
Casi no había reclusos en ese sector de la comisaría. Allí colindaban principalmente los muros de todo aquel laberinto.
Seguí caminando con la potente convicción de que sacaría de allí a mis aliados. Pasé sin problemas cada uno de los lugares que me indicaron en el plano y llegué hasta la celda en que ambos estaban.
Me estremecí cuando los vi allí. Manuel estaba con la cabeza gacha, la mirada perdida, curando las heridas de un desmayado malabarista. Me acerqué y golpeé con la punta de los dedos los barrotes de la celda. Mi amigo levantó la vista a duras penas y le costó fijar la mirada en mí. Cuando logró mirarme a los ojos, saltó del piso y se allegó hasta la reja.
-¡Sofía, llegaste!-me dijo cogiéndome la mano-¡Sácanos de aquí!
Yo me disponía a responderle de manera irónica al mismo tiempo que sacaba el plano para rescatar la clave de la celda. Pero, me detuvo unos disparos de bombarda.
-¡Escóndete!-me ordenó en tono bajo Manuel.
Lo miré y busqué un lugar propicio. Encontré justo tras de mí a una habitación dedicada a surtir de armas y materiales de limpieza a la comisaría. Me introduje velozmente por la puerta semi abierta y desenvainé la espada, algo me decía que la tendría que usar.
A los instantes después de que encontrase mi refugio, un soldado pasó disparando al aire a diestra y siniestra. “Si tienen tal cuidado con el armamento será fácil”, pensé.
-Una lindo horca os estamos preparando-pasó canturreando en un acento de revoltijo mirando a todos lados y disparando-las tradiciones no deben perderse, tralarín, tralarán.
-Entonces empieza por respetar las tradiciones patriotas-bramó Manuel, me sentí orgullosa de él.
-Tranquilo, todos tendrán su turno de probar la horca, no desesperes. Pero todavía la estamos alistando para acabar con tontos como tú-dijo alejándose.
Y siguió disparan en todas direcciones mirando con gran ironía a los furibundos reos. Cuando lo vi quebrando hacia otro pasadizo salí de mi refugio. Vi a Manuel despertando al muchacho.
-Vamos, muchacho, despierta, vinieron por nosotros-le decía mientras le daba palmadas en la cara para despertarle.
-¡No puede ser!-exclamó el muchacho al verme.
-Si puede en teoría, que sea difícil, técnicamente imposible, es otro punto, ¿savvy?-le dije-¿Estás en condiciones de ir?
-Lo está- respondió Manuel-, pero no se sabe, las heridas lo tuvieron inconsciente hasta ahora.
-Aye, esperen-dije.
Saqué de mi morral el celular y llamé a Arlette, quien me respondió muy preocupada, creyéndome en aprietos. La calmé como debí lo más rápido que se pudo, en verdad ella era muy leal y estaba bastante preocupada por nosotros. Luego de lo estrictamente necesario, le pedí que dijera a todos que empuñasen los cañones en caso de que el asunto se complicase y agujeraran el fuerte. Y que avisara a todos de que debíamos huir luego de eso con ayuda de los que llegasen. Todas mis dudas crecieron aún más cuando ella me dijo que había una sorpresa que me agradaría bastante cuando regresara. Le planteé en medio de mis preguntas silenciadas a la fuerza, que le mandaría una señal con GPS para indicar mi posición en caso de la necesidad de cañonear la comisaría y que Franco recibiría una foto del plano para armar los puntos de batalla.
Antes de 5 minutos terminó la plática y me colgué el teléfono del cuello en caso de necesitarlo en aquella situación bastante riesgosa: planear la fuga de dos prisioneros de temer.
-Sofía, sé que planeas que los artistas se infiltren, quemen y roben, para que luego nosotros nos hagamos los agradables haciendo lo que nadie haría: devolver el dinero. A tu lado, tras la puerta, está la caja fuerte rebosante de dinero. Saquéala, te doy la clave-dijo mientras se disponía a dictármela.
-Tranquilo, yo la tengo-dije abriendo la caja, en la que había especies de valor por montones.
Con Manuel y el malabarista nos llenamos los bolsillos, morrales, zapatos, bolsos, fundas y quizá que otras cosas más, con las especies.
-¡Ábrenos!-me imploró el alicaído joven.
-¿Qué demonios crees que voy a hacer?-le repliqué-. Manuel, afírmalo bien, tenemos que salir antes de que comiencen las muertes, ¿savvy?
-Aye-respondió.
Mientras tanto, yo sacaba una pesada tapa de la chapa y pulsaba con dedos ágiles el teclado para dar la clave y así hacer que todo se abriese. Lo que yo no sabía era que eso era literal.
Cuando la puerta de la celda se abrió, automáticamente se abrieron todas las puertas. Me lo expliqué porque Franco había visto la clave solo cuando lo soltaron con su padre para ser liberados y ese día se suponía que los exterminarían.
Lo que luego se armó, fue un caos indescriptible. Todos corrían de un lado a otro. Entregué unas armas del cuarto en que me había refugiado, a Manuel, al malabarista y a otros reos que se intentaban liberar.
Los guié en un sector desde el cual nadie se imaginaría que se fugaban. Encerramos a los carcelarios en el patio central y metimos una bomba adentro que no tardaría en estallar.
Los muy torpes de los verdugos no tuvieron ni la más remota idea de que se fugaban todos hasta que estalló la bomba, y ni siquiera lo atribuyeron a eso.
Conseguimos salir ilesos de la situación sin que ningún carcelario lo notase. Eran reos de muy poco cuidado: todos eran artistas callejeros, marginados por practicar su arte en la vía pública y luego solicitar dinero a cambio como cualquier trabajador.
Nos subimos sobre los árboles a ver la masacre que estábamos causando con el voraz incendio en el patio.
Bajamos de la arboleda y nos dirigimos hacia el grupo que nos esperaba expectante. Miré a Arlette y vi que estaban allí Marianela, Graciela y Catalina montadas.
-El único lugar que tenemos para reunirnos es la casa-dijo Marianela.
-Mejor aún, traigo compañía-contesté.
Todos miraron a la oleada de personas que bajaban de los árboles guardándose de que no les llegase nada desde el lado de la prisión. En realidad no eran muchos, con suerte ascendían a 50, pero eran valiosísimos para el plan. Terminaron de mirarse cuando comencé a dar órdenes.
-¿Esta era la sorpresa?-pregunté a Arlette.
-Sí, nos vamos a reunir allí con la Alianza y con los artistas. Gracias por sacar a Manuel, en nombre de todos-replicó ella.
-Aye…-sonreí-. Bien, todos comiencen a montar y acompáñenos. Tenemos que llegar más tardar al amanecer a la casa.
-No se preocupen, yo los llevo. Tengo un camión-respondió uno que estaba cerca de Catalina.
-¿Hay espacio para todos?-pregunté.
-También vino mi amigo, maneja un bus. Los que no se vayan conmigo que se suban con él-propuso el mismo.
-Aye, pero ¿qué de los caballos?-pregunté.
-Se vienen en el camión-contestó.
-Ya escucharon, súbanse-dije.
Todos subieron los caballos al camión y se subieron al bus de dos pisos con capacidad para 90 pasajeros.
-Ven conmigo, te quiero preguntar algo-le dije a Franco quien me siguió.
Nos sentamos justo detrás del asiento del chofer de la máquina. Al corroborar que estaban todos adentro se encendieron las luces y el bus comenzó a andar, al mismo tiempo que principiábamos a hablar.
-¿Qué pasa? Además de este día de fatalidad, pero ¿qué pasa?-preguntó.
Lo miré a los ojos. Conocía su mirada y si captaba que quería comunicar con ella me sería más fácil manejar la conversación para que no se tornase un completísimo desastre. Sus ojos me decían que él era presa del fatalismo, el peor carcelario. También me comunicaron que pensaba en que algo malo le podía estar sucediendo y que, según él, yo lo acusaría de algo que supuestamente él había hecho mal.
-¿Por qué me pediste que entrase yo?-pregunté tratando de ser amable.
Los ojos se le iluminaron al ver que no lo acusaba directamente de una negligencia de su autoría, pero noté un gesto dubitativo al ver que lo cuestionaba por una acción suya.
-Porque tú querías ir y es obvio que era porque te sentías culpable del problema en que lo habías metido-me dijo de forma defensiva.
Me quedé atascada en ir a la defensiva y quejarme por la mala respuesta que me había dado. Pero luego pensé en que su reacción había sido esa, porque en el grupo todos eran un amasijo de nervios por lo sucedido y que ante la más mínima posibilidad de ataque, todos responderían de la misma forma. Opté entonces por contestarle de buena manera, ya que lo último que podía querer en un día tan agitado como aquel era un problema más para la lista que se iba haciendo bastante extensa.
-Pero podía fallar, por muy culpable que me hubiese sentido te habría dejado ir, después de todo… tú eres el que conoce la comisaría-le dije.
-Pero yo no hubiese sabido qué hacer si me pillaban-replicó-. Tú eres la experimentada, no yo. Y además habría sido más fácil detenerme a mí que a ti, porque yo fui uno de los reos-contestó.
-Eso era lo que quería saber-le dije.
Pasó un rato en que estuvimos en completo silencio, hasta que ahora él irrumpió con un cuestionamiento.
-¿Y sólo ellos son los que cogieron?-dijo, pero se dio cuenta de lo absurdo de la idea-. ¿O se quedaron otros adentro?
-Sólo a ellos, obviedad que no sacaríamos a los soldados, ¿savvy?-dije de manera irónica.
-¿Algún rubro?-preguntó.
-Artistas callejeros-contesté.
-Lo mismo de siempre. Raro que sean tan pocos-opinó.
-Aye, lo es. Pero entre artistas se pasan el soplo, en todo caso. Es obviedad que la comisaría es sólo un mito para ellos-repliqué.
-Te armaste todo el plan…-dijo pensativo.
-Aye-asentí, pero me entró otra duda-. Oye, ¿cómo supiste de la idea? No se la dije a nadie, pero Manuel y tú la captaron, ¿savvy?
-Simple… ¡Te conocemos! Sabemos que eres un foco de insurrección vivo como un volcán y que al ver a los pobres artistas callejeros maltratados peor que perros, ibas a querer vengarlos. Sabíamos que, por lo demás, los ibas a armar y organizar, pero que ellos, la mayoría no manejan armas. Todo artista ama la paz. Entonces entrarías con ellos a casas de ricachones y ellos mostrarían su arte. Lo lógico era para tirar lengua, pero se puede distraer con eso para saquear y quemar. Fuiste pirata, así que aprendiste que no se confía en nadie, te harías la linda y saquearías la comisaría para devolver lo que habías robado. Era básicamente obvio, es como cobrar el rescate-dijo.
-Aye, cierto. Oye, ¿no se irán a dar cuenta entonces nuestros enemigos de la idea? Al parecer es obvia…-dije mirándola sarcástica, me pesaba por el trabajo que me había llevado cranearme la ideíta aquella.
-No es tan obvia, sólo Manuel y yo la supimos-dijo y alcé una ceja en señal de obviedad-, y eso fue porque te conocemos muy bien. Del resto del grupo nadie se dio cuenta, y también te conocen. Los realistas van a verse atacados de otras formas y no se van a poner a pensar en ésto cómo un ataque y si se percatan, de todos modos habrán caído y estarán dentro. Aunque he de decirte que no tengo idea de la utilidad de tu plan-me miró extrañado, como exigiendo una explicación con la mirada-. Robas para devolver, eso no tiene sentido.
-Simple, amigo… ¡Primero! Ya nos tendrán dentro, lo cual tiene muchas más ventajas de las que eres capaz de imaginar en tu cabecita loca ladrona de ideas, ¿savvy? ¡Segundo! Nuestros amigos los realistas, esos malditos roedores que hemos seguido de un punto al otro de nuestro hermoso Chile, tienen un pésimo ojo para distinguir las joyas y valorar el cobre, ¿savvy? Y eso les traerá uno que otro problema, porque lo que conseguí en la caja fuerte son falsificaciones de joyas y cosas de cobre, dinero falso y bla, bla, bla. O sea, robamos lo bueno, lo que traían, y les damos lo malo, ¿savvy?, entre otras cosas nos armamos de recursos, cosa que por cierto, mi querido amigo, no nos haría nada de mal, ¿cierto? ¡Tercero! Eso nos servirá para convencerlos de que los realistas no hicieron nada por ellos cuando se les incendió la casa, cosa bastante casual, por cierto, pero que en cambio los patriotas sí, ¿savvy? Y por si no captaste la idea, eso es lo más importante, ¿sí?-le dije.
-Gracias por decir eso de “incendio casual”, porque o sino joderíamos a los artistas y les daríamos peor cartel del que tienen-opinó.
-Dime, amigo, ¿te parecen personas de mal cartel?-le pregunté irónicamente.
Franco rodó los ojos al escuchar esa pregunta y optó por abrir la cortina. Se acodó lo mejor que pudo en el brazo de su asiento y se puso a mirar el paisaje. Debía de traerle muchos recuerdos, seguramente esa era la ruta que hizo con su padre cuando éste aún era patriota. Miré la hora y descubrí lo tarde que era. Me acurruqué sobre mi morral, me amodorré un poco y me sumí en un profundo sueño que era arrullado por las risas de Manuel. Era pura buena suerte que él estuviese bien.
Desperté con un movimiento horizontal en mi pierna derecha. Aún medio traspuesta lo achaqué a las correrías del bus. El movimiento seguía y ahora venía acompañado de un ruido, el cual no acertaba a afinar bien mi oído para percibir con total claridad.
-¡Despierta! ¡Si no quieres que vaya yo, anda tú! ¡No te hagas la sorda! ¡Despierta!-alguien me decía y era obviedad pensar que era la misma persona que me remecía.
-Ahoi, ¿qué pasa?-inquirí con la voz farfullada.
-Problemas en la ruta-fue la escueta respuesta de Franco.
-¿Batalla?-pregunté acomodándome.
Antes de que él me contestase me di el tiempo para mirar a mi alrededor en el bus. En la escalera que nos comunicaba con el segundo piso nadie correteaba causa de un urgimiento, el baño no estaba atestado de gente que entraba y salía sin parar para prepararse a batallar, la mayoría de las luces estaban apagadas y por ende con gente durmiendo en el más profundo de los sueños, las otras personas conversaban presas de una exasperante calma y no se sentía ningún escándalo del piso superior. Me percaté de que el asuntito aquel no era tan preocupante, así que probablemente no me debía preparar para una batalla de las más crudas, ante mucho para hacer un bloqueo débil.
-No, pero hay problemas-fue su segunda respuesta totalmente escueta.
-Aye, voy a ver-dije levantándome de mala gana.
-Si quieres yo voy, mi idea era no despertarte, pero…-lo dejé hablando solo.
-Si quieres acompáñame-planteé.
Entre los dos rodeamos al conductor en cosa de nada. Lo único que conseguí ver fue un camión que iba en sentido opuesto al nuestro. No pude ver su procedencia, estaba totalmente oscura la noche y se veían solamente los focos del vehículo.
-¿No vengas con que ese es el gran problema?-dije abriendo los brazos de forma sarcástica.
-Sí que lo es, imagínate si es de procedencia realista, ahí sí que jodemos-enfatizó.
Rodé los ojos al percibir su temor totalmente infundado, así que opté por solucionar rápido el asuntito aquel para volver a dormir lo antes posible, algo me daba la sensación de que el día siguiente sería complicado por la sencilla y simple razón de que había reunión con toda la Alianza al anochecer.
-¿Hay alguna forma de saber la procedencia de ese camión?-inquirí dirigiéndome al conductor.
-Con completa certeza y pruebas, ninguna-dijo.
Franco me miró triunfante, como si las palabras del conductor confirmasen sus motivos para sentir miedo. Volví a rodar los ojos en señal de indiferencia, tampoco es muy fácil que me dé por vencida y no iba a perder ante mi amigo.
-¿Y hay alguna manera para esquivarlo sin que nos sigan? Sólo lo digo para que no nos cojan en caso de que sean realistas-indiqué.
-Hay varias, pero eso es más peligroso que seguir este camino-dijo.
-¿Por qué?-pregunté.
-Porque este es uno de los pocos caminos transitados solamente por patriotas. Rara vez se ve a un realista y siempre andan solos. Esta ruta fue una de las pocas que los españoles no pudieron identificar y como está bien escondida no la descubrieron nunca-explicó.
-Aye, gracias…-dije.
-¿Desea que cambie la ruta?-preguntó el conductor.
-No, gracias, vamos bien así-contesté.
Con Franco nos encaminamos hacia nuestros asientos, mientras en mis labios se dibujaba una sonrisa completamente triunfal. Mi amigo sólo me miraba y en sus ojos distinguí una expresión de duda, también pude identificar cual era “¿Por qué siempre ganas?”.
-Te dije que no había nada que temer y que sólo alaraqueabas-dije.
-Pero así nos ahorramos unas cuantas dudas-me dijo.
Rodé los ojos y volví a dormirme en completa paz.
Despertamos el día 4 de febrero a las 10 de la mañana con el bus frenando en seco. Abrí los ojos lenta y pesadamente para luego ver a través de la ventana de Franco una polvareda que se levantaba. Y a lo lejos, adentro del fundo se veían las viñas y más lejos aún la casona.
-¡Llegamos, bájense!-bramó el conductor al lado de mi oído.
Esa reacción me obligó a abrir los ojos definitivamente, de bastante mala gana.
-¡Por un maldito demonio!-mascullé.
-Ya escuchaste, hay que bajarse-me dijo Franco al oír mis maldiciones.
Bajamos primero, y velozmente, los del primer piso del bus para evitarnos que llegasen los del piso superior sin que tocásemos el suelo y se atochara la pequeña puerta del vehículo.
Una de las hermanas abrió la puerta e ingresamos de inmediato. Desayunamos, pues teníamos un hambre fatal y luego nos dedicamos a pasar la tarde haciendo cualquier cosa imaginable en este mundo. A medida que pasaba la hora la casona se fue llenando de gente de los distintos grupos patriotas: los mapuches, los australes, punks, gente nortina, indígenas, entre muchos otros que no me apetece mencionar. Además, Arlette y varias personas de la guerrilla convocaron a distintos artistas callejeros de los lugares más inimaginables del país, la idea había comenzado a hacerse próspera.
Poco a poco la casona se fue llenando de instrumentos musicales, maquillajes, partituras, gorras a la espera de monedas que nunca llegan, máscaras, pinos de malabares y de sus dueños. Los artistas callejeros… personas despreciadas que hacían, aún así, más pasable la vida en las ciudades y pueblos de punta a cabo. Solían ofrecer sus espectáculos en las veredas de los paseos peatonales, en los centros comerciales y en la mitad de la calle a la hora de los semáforos. No faltaba la persona que les daba la moneda de mala gana, tampoco quienes se desvivían en aplausos y monedas, menos los que se quedaban pegados viendo dichos espectáculos añorando sus sueños sepultados en medio de la realidad. Los mayores decían que eso no era arte, otros mencionaban que aquello no era futuro para nadie, la mayoría de las mujeres adultas los miraban embelesadas, los adolescentes no los tomaban en cuenta y casi todos los niños arrastraban a sus padres para mirar mejor.
Lo indigno que trabajar de artista callejero no radica solo en llenar de alegría los espacios públicos sin recibir nada a cambio, sino que también en lo que podía sucederle a una persona que trabajaba de esa forma. Todo el tiempo tenían que huir de los militares realistas y eso significaba tener que mudarse de esquina o de calle. Si un militar de la Corona los encontraba trabajando de esa forma los llevaba técnicamente arrastrando a la cárcel y sufrían allí toda clase de penurias, todo por ser considerados ladrones.
Se les consideraba unos ladrones, porque trabajaban en la calle y luego le pedían una moneda a cada cual que pasara por allí, en paga al acto ya hecho, cosa que era pésimamente mal vista.
Nos comunicamos todas las novedades de cada grupo a partir de las nueve de la noche. Al parecer nada había cambiado mayormente. Todos habían mantenido su espacio, los refugios estaban intactos aún, las misiones resultaban y las venganzas eran aún mejores.
Nos reunimos en el comedor de la mansión a hablar, era el único lugar que no fuese el patio en el que cabía toda la concurrencia. Algunos se apoderaron de una fruta, otros de una botella de lo que fuese y unos cuantos se largaron a fumar en cantidades industriales.
Nos dimos un tiempo a todos para que hiciéramos nuestras propuestas de planes generalizados, los cuales anotó Arlette en su calidad de secretaria de Alianza. Y luego se indicó a todos el motivo de la reunión: la venganza de los artistas callejeros.
La idea los dejó algo sorprendidos y curiosos, tanto que fue necesario emplear los vozarrones de la gran mayoría para que siguieran escuchando lo que yo les decía.
Se dividiría a los artistas en dos grupos. La primera mitad, se encargaría de seguir en las calles practicando su arte y filmarían pruebas de los maltratos que recibían, para luego enviarlas a la ONU y así protestar, mientras más cosas se mostraran en contra del poder español más rápido y fácil sería sacarlos para siempre del país.
La segunda mitad iría a casas de gente adinerada, obviamente ibérica, y se harían amigos de los niños del sector. Era más fácil fascinar a los niños que a los adultos con cualquier tipo de arte. Luego se harían los cansados y conseguirían entrar a las casas. Una vez dentro de las casas robarían algo, quemarían las cosas o vaya una a saber qué demonios más. Todo de forma muy casual e indirecta. O sino persuadirían a la gente para que les diese algo a los buenos amigos de sus hijos.
De esta manera se tendrían a los niños del lado de los artistas y a sus padres también. Si saqueaban las villas, nosotros los pondríamos de lado del patriotismo y les “devolveríamos” las cosas.
Luego los artistas se rotarían de sector para que no los persiguiesen y vivirían al alero de un grupo patriota. Brindamos al final. Era el inicio del fin, el comienzo del pacto que causaría el final de todo…

Texto agregado el 30-01-2012, y leído por 118 visitantes. (0 votos)


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