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El día que Freddy y Laurita llegaron a la ciudad por vez primera, el sol caía a plomo sobre los edificios, destiñendo la ropa colgada en sus azoteas, mientras que el viento del sur cubría las calles con una fina capa de polvo y cenizas. El viaje había sido muy cansado, no tanto por la distancia de por sí considerable que los alejaba de su pueblo, sino por que una falla del autobús en el que venían, les había obligado a permanecer varias horas detenidos en mitad del calor sofocante de la carretera.
Al verlos apearse en la estación, con sus minúsculas maletas y sus infantiles caras de estupefacción, cualquiera los habría tomado por una pareja de estudiantes de pinta, de no ser por que la chica estaba evidentemente embarazada. Moviendo lentamente las piernas entumidas por el viaje, los dos jóvenes comenzaron a andar en busca de un lugar donde pasar la noche.
Freddy miró a su nueva mujer, acariciándose pensativamente el bozo que empezaba a crecer tímidamente sobre su labio superior, y que él llamaba pomposamente bigote. Ella le parecía realmente hermosa. Su rostro, muy blanco y aún mofletudo, estaba cubierto por una gruesa máscara de maquillaje para aparentar más edad. Sin embargo, su forma juguetona de entornar los párpados delataba que no hacía mucho que había abandonado a sus últimas muñecas.
“¿No tienes hambre?”, preguntó Freddy mientras palpaba instintivamente la bolsa secreta de su mochila donde tenía guardados todos sus ahorros. “No”, mintió ella recordando que a partir de ahora tendrían que hacer rendir su dinero al máximo, “ahorita estoy bien”.

Se habían conocido hacía poco más de un año en una noche disco que organizaba la escuela de Laurita para recaudar fondos y se habían gustado de inmediato. Era la primera vez que a ella le daban permiso para ir a un baile sola, y traía las copas de su sostén cuidadosamente abultadas con estopa. Apenas la vio, Freddy se alejó del grupo de amigos con el que había llegado. Se acercó a su silla aparentando una seguridad en sí mismo que no sentía y la invitó a bailar. Para su sorpresa, Laurita accedió de muy buena gana y ahí mismo entablaron una relación que desde un principio fue planeada para durar eternamente.
Aunque las intenciones de ambos fueron siempre de lo más serias, desde la segunda cita acordaron mantener sus planes dentro del mayor secreto posible, para no atormentar a la familia de Laurita que era muy conservadora. A partir de entonces, Freddy dejó de frecuentar los billares y las salas de videojuegos, y comenzó a juntar todo el dinero que le daban en su casa, con vistas en su futuro matrimonio.
Semejante previsión demostró no ser excesiva cuando unos cuantos meses más tarde, Laurita, contrariando sus costumbres reservadas, se presentó de improviso en casa de Freddy para avisarle que esperaba un hijo suyo. Aunque ninguno de los dos lo había planeado de esa manera, su nueva responsabilidad les pareció de lo más natural y, tras el previsible shock inicial, decidieron casarse cuanto antes. Sin embargo, tan pronto se enteró la familia de Laurita del proyecto de los muchachos, se opuso terminantemente al prematuro casamiento de su hija, y le prohibió volver a ver al desdichado que le había arruinado de una vez y para siempre la juventud.
Laurita soportó con estoicismo espartano los regaños paternos e incluso pretendió estar convencida de que lo que más le convenía era alejarse de Freddy y tener a su hijo como a un hermanito, pero en realidad sólo intentaba ganar tiempo en lo que se le presentaba una oportunidad para escapar.
Y efectivamente, tras cuatro meses de espera, la oportunidad se presentó. Una mañana, Laurita, que ya había recuperado la confianza de sus padres, se ausentó de su casa con el pretexto de ir al centro de salud para hacerse un chequeo rutinario, pero en realidad tomó sus escasas pertenencias personales y se dirigió a la estación de autobuses, donde la esperaba Freddy, quien ya estaba al tanto del plan.
Ahora, perdidos en la gran ciudad, eran finalmente libres de llevar su vida – y la de su hijo nonato – de la manera que juzgaran más conveniente.
Por otro lado, la elección de su nuevo lugar de residencia no era del todo aleatoria, pues Freddy recordaba tener un tío lejano ingeniero que vivía en esa ciudad y esperaba acudir a él en busca de trabajo y, por que no, tal vez un poco de apoyo moral.

Levemente aturdidos por la irreversibilidad de sus decisiones, Freddy y Laurita entraron en un sórdido edificio en cuya entrada estaba escrito con caligrafía escolar: “Se rentan cuartos por mes”. Luego de tocar durante un rato más bien largo el timbre principal, los atendió una señora como de sesenta años, que traía puesto un delantal de flores arrugado y chancletas de hule, y que dijo ser la dueña del inmueble.
En un principio, la señora no pareció estar muy satisfecha con el aspecto indefenso de la pareja y puso muchas objeciones para rentarles, pero luego, Freddy, que había estado durante todo el viaje preparando una historia verosímil, le dijo que acababa de egresar de ingeniería civil y que había venido a la ciudad con su esposa, por que la compañía donde trabajaba su tío le ofrecía un puesto de cierta responsabilidad. La casera entonces hizo como si no se hubiera percatado del tartamudeo de Freddy y accedió a albergarlos encogiendo los hombros con gesto resignado.
El único problema era que, descontando lo poco que pensaban utilizar para comer durante los siguientes dos o tres días, el dinero que traían apenas alcanzaba para cubrir un mes de alquiler y la dueña exigía siempre el pago de un depósito antes de rentar, como previsión contra los daños que los inquilinos pudieran causarle. Tras una discusión larga y tediosa en la que Freddy se vio obligado más de una vez a suplicar, la señora aceptó que se quedaran, alegando que lo hacía sólo por que se trataba de una pareja de jóvenes profesionistas, cuya preparación les permitiría saldar pronto su deuda. La doña tomó el dinero que los muchachos le ofrecían y se retiró recordándoles que al día siguiente volvería sin falta a cobrar lo que restaba y a traerles el contrato de arrendamiento.
El cuarto era bastante oscuro pues no tenía ventanas y las paredes, pintadas de color rojo chillante, estaban llenas de peladuras y manchas de humedad, pero Freddy y Laurita estaban tan cansados por el viaje que esas pequeñeces parecían no importarles. A la mañana siguiente, tan pronto despertaron, Freddy salió a buscar a su famoso tío ingeniero, dispuesto a arrodillarse si era preciso con tal de obtener un pequeño adelanto por el trabajo que seguramente conseguiría, y Laurita se quedó en casa tratando de arreglar los seis metros cuadrados de que disponían de tal forma que parecieran un hogar.
Como a eso de las cinco y media de la tarde, Freddy volvió al cuarto – que ciertamente estaba un poco más acogedor gracias a la laboriosidad de Laurita – derrotado y sudoroso, pues las direcciones que tenía de la casa y la oficina de su tío resultaron estar mal copiadas. Laurita tomó aquel fracaso inicial con toda la entereza que pudo, pero por más que lo intentó, no logró evitar que la preocupación se reflejara en su cara. Entonces Freddy, esforzándose visiblemente en sonreír, la abrazó con fuerza y le dijo que no se preocupara, que ya encontrarían la forma de salir adelante.
El resto de la tarde estuvieron tratando de inventar una mentira que les permitiera retrasar aunque fuera un poco el pago del depósito del cuarto. Después de pensarlo un buen rato, lo único que se les ocurrió fue apagar todas las luces y no abrir la puerta cuando se presentara la casera a cobrarles. Tratando de no hacer ruido, se acostaron en el montón de ropa que les servía de cama y se quedaron abrazados, aguzando al máximo los oídos, pendientes de lo que ocurría del otro lado de la puerta, pero la casera no se acercó al cuarto en toda la noche.
Al día siguiente, Freddy volvió a salir en busca de cualquier trabajo, y Laurita estuvo todo el día encerrada, decidida a no abrirle a la casera aunque tumbara la puerta. Ese día, Freddy regresó al cuarto casi al anochecer y mucho más desesperanzado que el día anterior, pues por ningún lado encontraba empleo.
Laurita, a quien el encierro estaba volviendo suspicaz, le dijo que la casera no había dado señales de vida en todo el día y que empezaba a dudar que la señora que los había atendido cuando llegaron fuera en realidad la dueña del cuarto. Freddy se sorprendió por la sospecha de su mujer, pero ésta le recordó que la señora en ningún momento se había identificado y tan sólo se limitó a recibir el dinero y a entregarles una llave del candado del cuarto, por demás bastante fácil de falsificar.
Enojado, Freddy le ordenó a Laurita que no lo molestara más con esas estupideces y cambió de tema, pero por la noche no pudo dormir pensando en ello. A pesar de que era una verdadera locura, la idea no dejaba de darle vueltas en la cabeza. Y si de veras se habían topado con una estafadora profesional, o peor aún, con una ex inquilina sin escrúpulos aprovechándose de la oportunidad, entonces ¿qué iban a hacer?
Cuando llegó la mañana los dos estaban de pésimo humor. Freddy volvió a salir refunfuñando a buscar un empleo y Laurita dejó todo el día la puerta abierta, dispuesta a encarar finalmente a la supuesta casera, pero ese día tampoco se presentó.
A las diez y cuarto de la noche Laurita, bastante preocupada por que Freddy todavía no regresaba, decidió que sin importar lo que pasara, no volvería a casa de sus padres y nunca dejaría que nada le hiciera falta a su bebé.

Texto agregado el 31-01-2012, y leído por 83 visitantes. (0 votos)


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