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I


Sus ojos se llenaron de lágrimas y sus sollozos eran tan entrecortados que parecía que iba a perder el conocimiento. Al comienzo era todo una mezcolanza de luz variopinta. El cielo se había oscurecido y los amuletos se habían desvanecido. Poco a poco la luz tomó un color amarillento único. Una figura humana empezó a vislumbrarse, era el cuerpo de una mujer definitivamente. Al ponerse de pie, por inercia, la luz desapareció y el sol volvió a ser visible. Sin embargo, como es propio del ritual, el cuerpo no tenía la fuerza suficiente para sostener su propio peso y cayó rendido al suelo. Víctor corrió hacia ella, la tomó en brazos, cerró sus ojos y la besó con intensidad, como si hubiesen pasado galaxias desde la última vez que la vio. Las lágrimas aun corrían por sus mejillas y solo pensaba en lo feliz que iba a ser aquel día. Una vez culminado el ósculo apartó sus labios de los de ella y abrió los ojos para contemplar su inconmensurable belleza. Empero, la sonrisa de su rostro se vio trastocada y se transformó en una extraña mueca, como si una mosca hubiese entrado a su boca. Sus púrpuras cuencas se sobresalieron y su cuerpo se vio inmerso en una asquerosa tensión.
- No…no es ella…


II


Eran las ocho de la mañana y Víctor se encontraba en la habitación que había reservado para aquel día tan especial. El lugar tenía un gran ventanal a través del cual podía observarse el mar. Había unos cuantos botes y veleros que podían apreciarse. También era posible avistar la península de Manbecua con sus casas mediterráneas todas pulcras y llenas de la rica cultura de la gente de la zona. No obstante, nada de aquello lograba captar su atención. En algún momento, la “otra Frida” iba a despertar y el tendría que darle explicaciones, pues después de todo ella estaba muerta y cómo cresta le iba a explicar que un extraño había estado jugando con las viejas enseñanzas de su tribu para traerla a la vida nuevamente, solo que no era a ella, sino a otra Frida y esta era otra Frida y pensó en qué podría haberse equivocado y no hallaba la solución pero bueno, lo hecho, hecho está y hay que aperrar no más. De repente, un sonido angelical, como gotas de agua rechinando contra el cuerpo desnudo, penetró en los oídos de Víctor y sintió un leve cosquilleo que jamás había sentido antes.
- ¿Dónde estoy? ¿Quién eres?
El silencio invadió la habitación.


III

Le contó toda la historia. De su infancia en el pequeño pueblo y de cómo se había enamorado de Frida, la pequeña muñeca de porcelana y de su trágica muerte a manos del sicario. La otra Frida solo escuchaba y asentía mientras de vez en cuando le daba uno que otro sorbo a la taza de té de espinaca que Víctor le había preparado con un poco de nerviosismo en su caudal venoso. También le contó sobre las enseñanzas de su tribu, el ritual y el error que había cometido. La otra Frida comprendió y le agradeció el nuevo día que le había regalado aunque hubiese sido por error. Él le preguntó cómo era la muerte y ella le dijo que muy interesante y que no le podía contar más.
- Entonces ya que estaré aquí solo un día hagamos algo entrete. – insistió ella.
- ¿Cómo qué?


IV


Fueron a comer a un restaurante del pueblo de Manbecua y la otra Frida estaba encantada de estar en tierra extranjera pues cuando estuvo viva jamás salió de su país y si no hubiese sido por la guerra tal vez sus últimos días habrían transcurrido en la nación vecina, donde las aves cantan al salir el sol y las praderas están llenas de flores color caleidoscopio. Por suerte, la otra Frida era bilingüe y no tuvo problemas para entender el menú. Pidió un plato sin carne y bebió un delicioso jugo de fruta natural de la zona. Extrañaba los sabores, así como los olores y los colores, pero también extrañaba el sexo, razón por la cual se atrevió a incurrir en locuras tales como fornicar a plena luz del día en un lugar público, total, ella iba a vivir solo ese día así que le importaba un reverendo carajo lo que pensara el resto. Víctor, por su parte, era muy joven y su reloj biológico aun estaba exento de las preocupaciones de la inminente muerte y sentía un pudor inmenso pero a la vez una lluvia de excitación sexual. En adición le parecía una demencia enorme follar con una mujer que, en primera instancia, ya había muerto una vez y, en segundo término, era una total desconocida y se preguntaba si ello contaba como necrofilia o no.


V


Eran casi las ocho y atardecía, pero no en sus corazones. Víctor y la otra Frida estaban en el muelle y cada segundo transcurría como una década. Ella estaba en paz, feliz de volver por ese día y agradecía profundamente el error de aquel amable extraño. El, solo la contemplaba y se preguntaba por qué no estaba asustada, tal vez la muerte no era un lugar tan desagradable después de todo.
- Quiero ir al medio del lago. Cuando morí era de día y el sol del desierto me quemaba los ojos y la piel. En este lugar hay poca contaminación lumínica y se aprecian muchas estrellas. Quiero llevármelas conmigo así como a la magia de la noche.
Víctor comprendió que era algo importante aunque no sabía por qué. Con sagacidad robaron un bote que estaba cerca y comenzaron a remar. Ella cantaba canciones de alguna época ya olvidada en una lengua ya olvidada y sonreía y miraba a Víctor con sus pupilas doradas con tintes de aniz. Era como si el mundo fuese un gran espectáculo para su alma. Sus cabellos rojos caían por su cabeza y de repente se enredaban con sus dientes mientras jugaba con ellos. Al llegar al medio se recostaron y vieron las estrellas e inventaron constelaciones con las historias más graciosas e incoherentes hasta que abrieron la puerta al mundo onírico.
Al despertar, a la mañana siguiente, Víctor notó que la otra Frida ya no estaba.

Texto agregado el 05-02-2012, y leído por 80 visitantes. (0 votos)


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