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Volví a mi pueblo justo al cumplir los 65. Habían pasado ya 50 años de mi partida. La nostalgia y la melancolía invadían cada uno de mis pasos. Muchos de mis viejos camaradas habían como yo, abandonado el pueblo, otros, para siempre esta vida. Recorrí pues las calles en las que ya no me reconocí. Sorteando de uno a otro lado del pueblo los sitios que de niño habían modelado mi camino. Y entonces con la ilusión de antaño caminé resuelto hasta el terraplén abandonado. Allí estaba intacta -comunicando de lado a lado- la alcantarilla por la que tantas veces habíamos retado nuestro valor. La larga alcantarilla que atravesaba por abajo las vías del tren y que después se perdía en el interior de una cueva húmeda y en total oscuridad. Ahora ya viejo, mi reto como antaño, atravesarla de nuevo, aunque ahora sin la presencia de los amigos. Entré con paso decidido, en mi memoria el recuerdo de murciélagos colgando. El penetrante olor a guano. Hallé restos de latas y basura a mi paso. No estoy solo. "hay alguien allí" grité y el eco prolongó mi voz con un final patético: allí...allí...allí. Me reconocí en ese - allí- de voz infantil. El eco había dejado de responder y aquel –Allí- final, venia justo de la oscura profundidad de la cueva.
Volví los pasos con el temor de ver hacia atrás y encontrarme con aquel pasado. O peor aun, con el terror de volver la vista atrás y quedar pasmado en una estatua de arena. En mis oídos aun retumbaba el sonido infantil: allí, allí. Aceleré mis pasos. La luz del día fustigó mis ojos. Caminé aún 5 o 10 metros. Sonreí al pensar en mi reciente temor. Detuve mi andar y resuelto volteé de nuevo hacia la oscura entrada de la cueva. Todo yo me estremecí. Aquel niño tiernamente saludaba mi presencia, desde la bocaza de la alcantarilla.
Abandoné sin más el pueblo aquella misma tarde. En mi cabeza me repetía como un eco: allí...allí.
Éramos chamacos por Dios. Eran juegos. Pero dónde se quedó tu hermano? allí...allí. La única respuesta que salía de mis labios. Allí...allí. Y jamás dimos con el. Y crecimos alejados de aquella alcantarilla y de aquella cueva. Y mamá lloraba cada hora de cada día hasta que se fue quedando seca. Y finalmente papá y mamá decidieron que su sino les alcanzaba para volver a la tierra. Y me quedé de pronto solo sin hermano y sin padres. Y yo me fui. Y ahora que vuelvo, ansiaba recorrer el pueblo y encontrarme con mis recuerdos y volver a la cueva y saludarla y recordarte hermano y decirte que sí te entendería ahora, y que si el miedo invadía tu cuerpo no tenías porque hacerlo. Y no burlarme de tu temor. Y no obligarte a que lo hicieras. Tan pequeño mi hermano, tan de mi madre, tan de mis abuelos. Y de nuevo me alejo y no te dije nada. Y de nuevo a cargar con este recuerdo que sólo a mí me pertenece. Te deje hermano. Te deje aquella tarde con tu miedo. Entraste a la cueva, caía la tarde. Desde dentro tu voz angustiosa: ¿y la salida? allí...allí
Y jamás pudiste verla.

Texto agregado el 22-02-2012, y leído por 238 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
22-02-2012 que buen relato te felicito !!! george82
 
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