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Dejando de lado las evidentes restricciones de tipo externo o material, ¿actuamos libremente? La respuesta afirmativa parece obvia. No hay ninguna restricción que nos condicione. Realizamos una acción como podríamos realizar otra cualquiera. Hacemos lo que nos viene en gana. Sin embargo, desde un punto de vista estrictamente racional (situándonos, por decirlo así, fuera de nosotros mismos), no podemos sino pensar que aquello que hacemos lo hacemos como consecuencia de una serie de factores (quizá desconocidos para nosotros mismos) que nos determinan. Simplificando y para que se entienda: hacemos lo que nos viene en gana, sí, efectivamente, pero no hacemos, ni podemos hacer, aquello que no nos viene en gana. Éste es, evidentemente, un ejemplo muy sencillo, que sólo vale bajo la hipótesis de un comportamiento hedonista, donde no tienen cabida los conceptos morales. Pero aunque estos últimos conceptos intervinieran en nuestro proceso de toma de decisiones, lo harían de una forma muy concreta, de acuerdo a unos criterios muy concretos (que nos vienen dados por nuestra educación y por nuestro carácter). Si alguien fuera capaz de conocer cuales son nuestros valores, y la forma en que los jerarquizamos, ese alguien tendría la clave secreta para predecir nuestro comportamiento.  
 
A pesar de todo lo argumentado en favor del determinismo, creo que la cuestión de la libertad es un asunto abierto. Me explico.  Hay dos formas validas de adquirir conocimientos: la razón y la experiencia. Si bien, desde un punto de vista racional, nos inclinaríamos a pensar, como ya se ha dicho y como dijo Santo Tomás que “nada ocurre en el mundo sin una razón suficiente” (bien es cierto que para el insigne filósofo escolástico la razón suficiente última era Dios, pero esa es otra historia), desde un punto de vista empírico la perspectiva es distinta. La percepción que todos, o casi todos, experimentamos es que somos libres y actuamos libremente. Esa es nuestra sensación, lo que experimentamos cotidianamente, la conclusión que día a día extraemos de nuestro contacto con el mundo. Sin embargo, es evidente que nuestra percepción de la realidad, por muy fundada que la creamos, y por muy mayoritaria que sea, puede no ser correcta. La experiencia nos proporciona un conjunto de datos que es necesario interpretar y, en esa labor de interpretación, el papel del individuo, su personalísima visión de las cosas, es fundamental. Recordemos, a este respecto, el caso del “pavo empirista” que contaba Bertrand Rusell. Este pavo concluyó, tras registrar meticulosamente más de cien observaciones, que sus amos le querían mucho por su alegría y por su vitalidad contagiosas y que era por ello por lo que le alimentaban todos los días. Un buen día  (un mal día para él) los amos entraron al corral y no fue para darle de comer, precisamente, sino para rebanarle el pescuezo: era el día de Acción de gracias.
 
Así pues, es posible que no seamos libres por muy convencidos que estemos de ello. Es en este sentido, José Bergamín escribió aquello de que “los hombres libres son los que actúan de acuerdo con los dioses, en lugar de obedecerles”. Dicho en román paladino: “hay hombres que se creen libres y otros que no, pero ni los unos ni los otros lo son”. Aunque, ahora que lo pienso, es curiosa esa frase de Bergamín, siendo como era un escritor católico y habida cuenta de lo que está en juego en la batalla entre el libre albedrío y el determinismo: ni más ni menos que la posibilidad o la imposibilidad de actuar libremente, y, por tanto, la posibilidad o la imposibilidad del mérito y de la culpa, de la virtud y del pecado.
 
Una variedad muy extendida del determinismo es la que hace relación con la muerte, y en concreto con la fijación inexorable de la hora en que la dama de la guadaña nos hará su visita. Hay un cuento excelente, proveniente tanto de la tradición judía como de la musulmana, que trata de este asunto. No obstante, la versión más extendida del mismo, al menos en Occidente, es la que popularizó el escritor francés Jean Cocteau. En ella, un jardinero le pide a un príncipe persa que le deje ir a la ciudad de Ispahán a esconderse durante unos cuantos días. El jardinero acababa de toparse con la Muerte, quien le había amenazado. Al atardecer, el príncipe, que no sólo había accedido a la petición del jardinero sino que le había prestado sus propios caballos, se encuentra con la Muerte y le exige explicaciones. Ella le responde que sin duda se había tratado de un error, ya que su gesto no había sido de amenaza sino de sorpresa: no entendía como el jardinero estaba todavía allí si esa misma noche estaban citados en Ispahán.
 
Hace pocos días tuvo lugar un trágico suceso en Honduras que me trajo a la mente todas las reflexiones anteriores. Intentaré exponerlo por medio de un relato.
 
 
La muerte la esperaba en el penal de Comayagua
 
No era día de visitas aquel San Valentín, pero Jaime William Aguirre había movido los hilos necesarios para que su mujer, Katy Figueroa, pudiera ir a verlo a la prisión. Quería pasar junto a ella la tarde y la noche enteras de aquel día tan especial, el día de los enamorados. Katy Figueroa también estaba ilusionadísima. La cita de los dos amantes, sin embargo, tuvo un tercer invitado. Un invitado indeseado, desdentado y harapiento: la muerte. Un incendio pavoroso se cobró trescientas cincuenta y ocho víctimas. Katy Figueroa fue una de ellas. A veces, en sus días más depresivos, Jaime William Aguirre piensa si la muerte no habría ido a buscarle a él y, al no poder conseguir su presa, se llevó, como compensación, el inesperado botín de la vida de su amada.  

Texto agregado el 24-02-2012, y leído por 250 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
28-05-2012 Un gran escritor tu!, si que lo eres, te dejo mis humildes estrellas. bishujoo
23-03-2012 Buena reflexión, llena de caminos por los que poder transitar. Tema complicado donde los haya. m_a_g_d_a2000
09-03-2012 tus relfexiones son contagiosas...y aquí nos tienes...pensando y pensando.... ese es uno de los atractivos de tus escritos, nos estimulas a querer entender más y mejor...un abrazote... tigrilla
24-02-2012 Un tema muy profundo que, normalmente no se trata en estas páginas, pero que es importante. Me gustan estas reflexiones, más aún "condimentadas" con cuentos simpáticos. Personalmente, creo que hay un cierto margen de libertad, lo suficiente para ser resposables en nuestra vida. Aunque hay, como dices, muchos factores que nos determinan sin darnos cuenta. ¡Mis cinco estrellas! simasima
 
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