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Los caballos se veían hermosos aquella tarde. El cielo dejaba pasar algunas nubes ligeras, que se entretenían con la cima recortada de la sierra. Y unas cuantas bandadas de pájaros, pasaban de norte a sur, volviendo quién sabe de dónde, a buscar el cobijo de las totoras y cañaverales que cubrían la laguna cercana.
Las chicas y muchachos llegaron puntualmente, cada uno a buscar su caballo; debían arreglar los aperos, las cinchas, las monturas. Era un grupo de unos veinte jóvenes con el instructor de travesía, Geremías Alto, un hombre robusto y conocedor de la zona. Llegarían al poblado cercano, para continuar al día siguiente el recorrido prefijado, que los llevaría a la desembocadura del río Antín en el Lago Maure. Con paso tranquilo, cuando el sol se ocultaba tras una arboleda, el grupo llegó al lugar donde pasarían la noche. Las cabañas ya alquiladas con anterioridad, los resguardaron de la fría oscuridad. A la mañana siguiente, bien temprano, emprendieron el más importante tramo de la travesía, llegar hasta el Lago Maure.
Debían costear en gran parte el río Antín. Se alejarían un poco de su margen sólo en una zona abrupta, con grandes piedras, internándose en un cerrado bosque de acacias y laureles. El sol alto sobre sus cabezas daba crédito a un día de buen clima, aunque al llegar nuevamente al borde del río, para seguir su orilla, los caballos parecían inquietos. Geremías, el instructor decidió parar en un recodo, para descansar.
Fue peor aún cuando dejaron los caballos cerca del agua, para que saciaran su sed. La nerviosidad de los animales era creciente y ya parecía muy difícil montarlos nuevamente. Con mucho esfuerzo, Geremías hizo que cada uno volviera a la montura de su caballo, poniéndose al frente del grupo, entre preocupado y asombrado por la actitud de los animales.
Al llegar a una zona de pajonales, unas lechuzas salieron volando en círculos sobre sus cabezas, mas lejos el vuelo torpe de dos chajás, distrajo por un momento los pensamientos de todos. Los caballos avanzaban lentamente, el grupo fue perdiendo la alegría con que contaban al partir. Casi sin darse cuenta, surgió por detrás una tremenda ráfaga de viento, como un tornado, que elevó pasto y tierra hacia el cielo.
Pero al contrario de lo que todos esperaban, que se desatara un huracán o cosa parecida, no sucedió nada de eso, la ráfaga se alejó, llevando una formidable cantidad de pasto seco, ramitas y polvareda, ennegreciendo una franja del cielo, lo que hizo que todos quedaran extrañados.
El sol siguió imponente en el cielo, y los acompañó hasta que llegaron a la desembocadura del río, apareciendo frente a ellos el gran lago Maure. Éste parecía un mar embravecido, con olas que rompían en su costa, cual si fuese el Océano Atlántico. El ruido ensordecedor de las olas, conmovió no sólo a los jóvenes, sino mucho más a Geremías, quien conocía muy bien aquel lago, y nunca lo había visto de esa manera. Caminaron por la costa un largo trecho, hasta que a lo lejos vieron la silueta de una mujer parada con sus pies en el agua. Las olas mojaban su vestido. Lentamente el grupo se fue acercando, y Geremías se apeó del caballo.
Ella recién en ese momento percibió la presencia de los jinetes, quienes la miraban con asombro. La mujer dijo de pronto como poseída por algo:
- Soy la sobreviviente de mi propio naufragio. Continúa mi sorpresa al estar viva. Parada hoy frente a mí, detecto la desesperación de quien ha sido obligado a expulsar la vida de su futuro. Las olas barren la arena por la noche, se llevan las tristezas, algún recuerdo. Queda lo inmediato. Me acuesto boca abajo en la playa, con la vista al mar, el agua sobrepasa entonces el nivel de la tierra. ¡Vendrá toda sobre mí y lo barrerá todo! El mar se contiene entonces y espera, me da una oportunidad. ¡Tomar una decisión y sostenerla, no esperar nada! ¡Llegar a un punto de asfixia en que se cambia desde adentro, cuando el salitre se clavó en la retina! ¡Entonces se es…!
Y Geremías se acercó a ella, mirándola con dulzura.
- Señora- le dijo, -¿Qué le ocurre a usted? ¿Está perdida?
- No- dijo ella,-acabo de encontrarme- pronunció por toda respuesta y se confundió con la luz del sol, que en ese preciso momento se ocultaba sobre el lago, formando una bola anaranjada, que todo lo teñía.
Cuando el sol ya se hubo escondido en el horizonte, el cielo se puso rosado, y ella ya no estaba. Ninguno la vio ingresar al agua, y no había lugar donde refugiarse ni esconderse en la costa, pues esa zona era de hierba rasa.
Absolutamente consternado todo el grupo llegó hasta el sector de hospedaje. En el lugar, Geremías llamó a la policía para comentar el hecho, aunque en la seccional le informaron que no podrían tomar una denuncia de semejante desaparición.
Al día siguiente emprendieron el regreso. Ya acercándose a la ciudad, debían bordear la ruta en un corto tramo, hasta llegar a las caballerizas. Distinguieron un tumulto de gente sobre la ruta, y varios automóviles detenidos a los lados. Al aproximarse, divisaron un tremendo accidente. Un automóvil había quedado debajo de un camión. Geremías dejó al grupo como a diez metros, y caminó hasta la ruta. Como muchos curiosos, pudo ver a la mujer, ya sin vida, atrapada en el auto, mientras varias personas llamaban a la ambulancia y la policía. El guía asustado y entristecido por el hecho, pudo reconocer a la mujer del lago, de la tarde anterior, con el mismo vestido, yaciendo entre los hierros retorcidos. Desparramados entre lo que quedaba del auto, y sucios de barro y sangre, un montón de papeles con algo escrito. Él solo pudo leer “sobreviviente de mi propio naufragio”. El viento comenzó a alejar algunas páginas sueltas, Geremías las reunió para dejarlas luego sobre lo que había sido la falda de la mujer, al tiempo que llegaba ya la policía. Aunque no dijo nada a los jóvenes, todos comprendieron quién era esa mujer muerta, porque los caballos se inquietaron muchísimo, comenzando a corcovear, teniendo que regresar a pie, los kilómetros que les quedaban.


Todos los derechos reservados

©"Agua y Delirio"
Edith Meier

Texto agregado el 26-02-2012, y leído por 403 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
19-10-2012 Misterio y tristeza. Los paisajes que describes hacen muy grato este cuento que termina con "la sobreviviente de su propio naufragio". Mis***** MARIAELENA
03-03-2012 Atrapante relato. Exquisito. Misterioso cuento que resume esa inquietante cosa, que es la muerte por parte de los animales y adosa ese epejismo de intriga, magia de las películas de Quintín Tarantino. Como explorar el terror hasta que te deja sin aliento. Un item para colocarlo entre los cuentos fantásticos de Julio Cortazar o Mempo Giardinelli. No encuentro otras palabras para resumirlo. Gracias Edith .- deojota51
02-03-2012 Interesante desde el comienzo, intrigante hasta el final. Buen relato, gran escrito. Y en mi tierra te dirían: ¡Te barriste! za-lac-fay33
29-02-2012 Un relato verdaderamente impresionante, bellisimo en la descripción de la naturaleza y la intriga de fondo, un final muy bueno.Qué más se puede decir que mil gracias por permitirme disfrutar.******** shosha
27-02-2012 Edith, mi más sincera enhorabuena por este magnífico relato, la superposición de los planos avocados a un final casi esperado por la naturalidad del reconocimiento de la muerte como "otro plano del ser". Como siempre la naturaleza animal tan sabia en sus sentidos "no embotados" por otras consideraciones. En definitiva muy buen relato, muy bien contado. Me quito el sombrero (ya sabeis que lo llevo) Saludos y estrellas para tu buen hacer ESCRITORA. lider_de_masas
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