De pronto, mi madre vino a despertarme bruscamente, mientras soñaba. Vi cómo el escenario del sueño se iba disolviendo en negro profundo, dando paso así a la realidad. Abrí los ojos. Era pleno verano y hacía un calor espantoso.
-¡¡Vamos, Ona, son las once!! –chillaba.-Te llamó tu amiga Marian y le tuve que decir que no estabas, porque seguías durmiendo, ¡¡no te despertabas!!
-Bueno mamá, perdoname… -decía yo con los ojos entreabiertos del sueño.
-Me voy a trabajar -me interrumpió ella. -¿Me das un beso?
Yo le di un beso y, cuando se fue, me saqué unas galletitas de la alacena, me preparé un té helado y puse todo en la mesa con mantel estampado de margaritas para empezar.
Una vez sentada, me puse a llorar. No tenía ganas de desayunar, por el sueño que había tenido. No era una pesadilla, era el sueño de mis sueños, era algo que añoraba hasta ahora.
En mi sueño, estaba yo, junto a mis padres, en una cabaña en la que supuestamente vivíamos, rodeada de un bosque de eucaliptos con aroma inigualable. Yo salía al bosque a jugar y mis padres miraban contentos cómo jugaba en él, y a veces jugaban conmigo también. Sí, jugaba. Porque en el sueño me imaginaba, pequeña, con unos cinco años, esos cinco años que tanto añoraba. Hasta que vino, en el sueño, un taxi, un taxi de color verde esmeralda, que nos llevó a mí y a mis padres a una juguetería maravillosa. Cuando llegamos, mis padres me acompañaron dentro de esa juguetería, no muy grande, y descubrí juguetes maravillosos, una muñeca morocha, un osito de peluche grandote, a los que les apretaba la pancita y parecía que hablaban conmigo de verdad, me decían palabras dulces como ellos…
Hasta que vino mi madre a despertarme, y ahí comenzó todo.
Pero si todavía no saben por qué lloré tanto, fue por esto:
Lloré, porque en mi sueño, mis padres estaban juntos, muy felices, y al despertar me encontré con que vivo sólo con mi mamá.
Lloré, porque en mi sueño, vivíamos en una cabaña en medio de un bosque, y al despertar me encontré en el mismo sótano de la casa de mis abuelos, en el que vivimos desde el año pasado.
Lloré, porque en mi sueño, con cinco años, jugaba junto con mis padres, y en la realidad, vivía en un ambiente de peleas y disgustos, y en realidad, jugaba sola, en una hamaca que me había hecho mi padre, cuando era pequeña, yo creo que es porque no tenían tiempo para mí, para jugar conmigo, porque las peleas tenían primer lugar.
Lloré, porque en mi sueño, tenía cinco años, y yo, la que escribe esto, tiene doce, doce años de disgustos y peleas entre mis padres.
Lloré por el tiempo perdido.

De pronto, mi madre llegó del trabajo y me vio todavía llorando.
-¿Qué te pasa, por qué estás tan disgustada, hija? No hay razón en un día como este.
Yo no quise contarle la historia, porque yo pienso que mi madre no es tan reflexiva como para entender mis problemas. Tan sólo le respondí, entre sollozos:
-Nada, mamá. No te preocupés por mí, ya se me va a pasar.