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 La historia me la contó el turco  Atanor después de la quinta copa de caña, y del vigésimo cigarro partido de tanta tristeza.  Nunca supe si fue cierta o no, pero no me importaba, esa noche yo había decidido  volver sobre  mis huellas,  marcados sobre el barro y  henchidos de presencias. Me tenía que abrir paso entre el humo y la humedad, para poder verle la  cara al turco. Abundaban estas historias en el bar, sobre todo a altas horas de la madrugada, cuando  la ciudad se escondía detrás de los versos y las cales parecían caminos sin fin.
 Resulta ser que  este cuento lo habita un personaje que  yo ciertamente  conocí muchos años atrás, cuando la inocencia era el principal pecado. Un poco mayor que yo, medio gordo y  desalineado, de chico siempre en problemas, asiduo visitante de la dirección de la escuela, el más alto de la clase de tanto repetir. Lo dejé de ver cuando pasé a la secundaria, a  la que él tristemente nunca asistió.
 En el barrio le decíamos  “correcaminos” porque nunca lo arrestaban,  siempre se las ingeniaba para escapar  de la policía. Lo último que supe de él es que andaba en algo grande y que  se tuvo que ir a  vivir a Brasil para escabullirse una vez más de la “Autoridad”. Cuando volvió lo  agarraron  en la frontera y lo metieron preso. Tenía tantas causas pendientes que lo encerraron por un buen rato.
 En este punto de la historia entra el turco. El turco  Atanur en aquella época tenía  junto a su padre una especie de astillero cerca del arroyo al que yo una vez conocí de joven, cuando fui con unos amigos en busca de una chalana para salir a pescar. No pescamos nada, pero el barquito funcionó muy bien. Así fue que conocí al turco, pero  luego yo me fui a otro barrio y no lo vi más, salvo una que otra vez, cuando  nos juntamos a contar historias en este mismo  bar.
 Ahora  la casa del turco es como un cementerio de barcos,  o de pedazos de barcos, desprolijamente esparcidos como un rompecabezas flotante y destruidos como  si hubiese pasado un tornado.  Atanur ya no fabricaba ninguna cosa  para flotar en el agua, sino que se las ingeniaba para flotar en el alcohol,  y para eso sólo necesitaba posar su codo derecho sobre el mostrador de estaño y observar  desde  ese lugar de privilegio, el ligero bamboleo de sus marineros.
 Yo pedí una caña más,  el turco me siguió con el gesto como en los viejos tiempos; ya quedaban pocos en el bar, algunos ya dormidos, otros  ni siquiera sabían dónde estaban; un tango medio ronco,  como la voz de Atanor, sugería otra ronda. La noche se prestaba para ello, la nostalgia,  desde  todos los rincones del tiempo, nos indicaba el camino.
 - ¿Cuánto hacía que no venías por acá?....
 - Unos cuántos años´, ya perdí la cuenta…. Me acordé del gordo Benítez  y pasé  para ver en que andaba. De niños éramos muy amigos. Escuché unos rumores muy raros, supongo que debe estar en cana….
 -De eso te quería hablar. Está  y no lo está…esa es la cuestión…
 .- ¿Cómo es eso?-, le pregunté, sorprendido.- Lo último que supe de él, fue cuando lo agarraron en la frontera con Brasil-, dije yo.
 -Si… hasta ahí todo bien, pero no me  vas a creer lo que sucedió después.
 -Del gordo puedo creer cualquier cosa…
 El bar ya estaba cerrando,  había solamente un parroquiano dormido sobre la mesa  escoltado por una nube de moscas que trataban en vano de despertarlo. El dueño del bar estaba contando la plata mojándose el dedo con su lengua y el mozo limpiaba el piso, levantando las sillas y poniéndolas arriba de las mesas  como si fuesen  pequeños trofeos.
 -  No sé qué habrá hecho en Brasil  pero  se tuvo que rajar y lo agarraron acá…creo que andaba  en  algo de drogas…   no sé….  eso se comentó en el barrio.
 -No es de extrañar en el gordo algo así. Siempre estuvo en la misma, de adolescente  ya andaba en complicaciones; yo no sé como hacía, pero constantemente se escapaba. Preso…como quien dice preso,  estuvo pocas veces.
 -Si, era como un fugitivo. Recuerdo que cada tanto pasaba por mi casa  bien de noche para que nadie lo viese  y me pedía que le diera algo de comer, y como lo estaba buscando la policía, yo tenía miedo de que me llevaran preso  a mí, como si fuese  su cómplice,- decía el turco, sonriendo y tomando el último sorbo de caña.
 El mozo , que era el mismo de aquellos años,  escuchaba atento al turco  y asentía con la cabeza , sonriendo  con los  restos de aquella  cara  de antaño y  orgulloso de las hazañas del gordo,  quien a esta altura era como un ídolo para todos los muchachos del bar. -El gordo cuando tenía plata  se venía al boliche e invitaba a todo el mundo  y después  no tenía  ni para comer  y andaba revolviendo  la basura-, remarcó el turco.
 Una leve brisa que venía del arroyo se filtraba por las ventanas que todavía estaban abiertas y  se mezclaba con el olor a alcohol y a detergente barato. El parroquiano que dormía, al fin se levantó y en zigzag se fue hacia ninguna parte. Afuera, un dialogo  de grillos y ranas,  interpretaban las indulgencias de la oscuridad.
 - ¿Y después que pasó?...
 -Bueno, después  de estar un tiempo preso,  tuvo la suerte de ponerse viejo… y  ahí fue que le salió  lo del arresto domicilario.,por la edad….. Eso lo salvó……
 -¿Arresto domiciliario?,  pregunté sonriendo, si nunca tuvo una  casa,  ni nada que se le parezca…
 .- Ahora viene  la parte de esta historia  donde entro a jugar yo- decía  Atanor, orgulloso.- A mi casa no me  lo podía traer, mi mujer no lo hubiese permitido, entonces  cuando el gordo me pidió ayuda  se me ocurrió lo del barco. Después supe, que en realidad el gordo  sí tenía a donde ir,  porque  tuvo una hija que vivía en un rancho por las riberas del arroyo, pero su yerno no lo aceptó, no quería  tener problemas ni andar ocupándose d estas cuestiones.
 -¿Cómo fue  lo del barco?,..¿Para qué lo quería el gordo?
 -Se no ocurrió a mí, pero luego me di cuenta que  en definitiva fue idea suya,  que él me llevo hacia eso, que me engaño de alguna manera...en eso Benitez era un genio. Cuando me llamó de la cárcel para que le diera alojamiento me preguntó si no tenía algo parecido a una casa  en los fondos de mi propiedad. ¡Y claro que tenía! ¡Tenía varios barcos!!!!...  algunos todavía enteros….otros apenas esqueletos….
 -¿No me digas que se fue a vivir a un barco?
 -Y si… qué iba a hacer…..le armé el barco más grande que tenía, el que más le gustaba   y se lo puse  en un terreno  abandonado que está a la vuelta,  cerca del arroyo. Se veía hermoso, le coloqué una escalera de madera pintada con los mismo colees de la nave. La policía y el juez lo aceptaron, les dio lástima…porque   el gordo, sería medio delincuente,  pero nunca mató a nadie  y a su edad ya no representaba un peligro.
 La noche nos convocaba desde su mutismo, y el dueño, con su mirada, hacía eco de su presencia. Ya era tarde, hasta el mozo se había quedado dormido; las calles revelaban sus secretos  sobre un sinfín de luciérnagas que competían con el brillo estelar. El lejano  aullido de un perro, se perpetuaba en la oscuridad del arroyo, recortando su silencioso devenir. Pagamos la cuenta, ya nos teníamos que  ir,  pero no quería hacerlo sin saber el final de la historia.
 -´ ¿Y  Benítez  Ahora dónde está?
 -Esa es la cuestión. Yo lo visitaba casi todos los días y le arreglaba alguna cosa del barco para que al menos no pasara frio; tenía una suerte de  camarote  y una cocinita...yo creo que nunca estuvo mejor en su vida,  era el hogar que nunca conoció. Hasta lo vieron con una mujer joven que lo visitaba de vez en cuando.  La hija le llevaba algo de comer  y así tiró un buen rato. Yo le  fui dejando  el barco como nuevo, desconociendo  que su verdadero plan era otro; y vino el desastre  que ya  todos  conocemos, el que vos te habrás enterado por televisión.
 -La inundación.
 - Exacto. Fíjate que el gordo hasta eso calculó. Acá, como vos bien sabes, cada tres o cuatro años se inunda un poco la rivera del arroyo ¿Te acordáis? Pero  la última, fue la peor de todas, la peor de los últimos cincuenta años. La mayoría de la gente perdió sus ranchos  y sus casitas, yo me salvé de pura suerte,  porque estoy lejos del arroyo,  pero el gordo un día se despertó y vio el horizonte lejano,  ese que él tanto amaba. Era libre de nuevo,  la naturaleza se encargó de ello; nunca más supimos nada de él. Dicen que lo vieron por Rocha con su amante arriba del barco,  pero no lo creo,  debe ser  parte de la leyenda.
 
 GABRIEL FALCONI
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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