¿Cómo debe comenzar un buen cuento? No lo sé. No sé si sea adecuado iniciar como lo hacen los cuentos de hadas pues les restaría credibilidad. Y credibilidad es lo que merece la historia del africano. Porque es una historia real. Pero sé bien que a pesar de mis esfuerzos no superará el espectro de la ficción ahí en tu imaginación. Cómo quisiera que no fuera así. Hacernos justicia al africano y a mi. Él lo merece. Yo lo merezco.


Pues bien. Dejaré de hacer miramientos e iré al grano. Entonces...¿Como narran los niños? Érase una vez...


Una niña, yo. Vivía en el seguro nido de la zona sur de la ciudad de David junto a mi mamá, mi hermano y mi anciano tío minusválido. Aquellos días estaba dedicada únicamente a mi misma. Los últimos meses, mientras estaba cesante, los había dedicado a tomar un curso de confección y tejido. Como toda una diosa doméstica. Pero había culminado con tranquilidad un buen miércoles del mes pasado. Y ahora mis días me pertenecían. Mi vida me pertenecía, muy a pesar de los sacrificios que ello representaba, mía. Quería volar. Aprovechar cada instante de mi vida. Ser feliz. Pero sobre mis espaldas llevo el peso de un amor malogrado. Timo, el hijo del sur, se había llevado mi corazón bastándole únicamente una semana para sembrar en él una ilusión que fructificó con su amable cobijo y su dulce miel. Yo había brindado incentivo a aquellos sentimientos. No amaba desde el año pasado. No he amado nunca siendo amada en respuesta. Nunca, parece. No quería pensar más en esto. Así que salí de casa aquella tarde sin un rumbo fijo...¿A dónde iría? No tengo ni la menor idea, en cambio, sí tengo una cierta certeza de que quizás fuera de casa me encuentre en peores circunstancias merced del escaso valor que tengo para imponerme sobre mi depresión. ¿Pero qué voy a hacer cuando salga? ¿Qué haré? Decidí no detenerme a pensar más en ello y salí de allí.


Estaba en el portal de mi casa bajo un sol inclemente. Me persigné y luego emprendí mi camino bajo mi sombrilla sin estar segura de hacia dónde ir. A dónde. Me detuve en la esquina un instante y resolví tomar el autobús en la parada que estaba una cuadra más adelante. Allí me quedé meditando en qué hacer aquel día, a dónde ir y cuándo regresar. Ya lo sé. Iré a ¿? Cielos. No tenía ni la menor idea.


Súbitamente, tras el fondo de la carretera se aproximaba el autobús de la tarde. Era ahora o nunca. Subí a la acera procurando disfrutar de aquella aventura descabellada exprimiéndole el zumo aún al más insignificante minuto. ¡Ya lo sé! Me la pasaré todo el día recorriendo la ciudad en autobús. Me detendré en la ciudad y allí tomaré el primer autobús que llegue tras el que dejo e iré a donde me lleve para luego tomar otro autobús que me devuelva a la ciudad donde volveré a hacer lo mismo.


-¿Ese autobús va a la ciudad? - me sobresaltó una voz plácida y cariñosa tras de mi.

-Sí. Es el de la tarde - le respondí distraida a un muchacho. Yo seguía con mi atención puesta en el amasijo de inseguridades que me asaltaban mientras su mirada dulce se había prendido en mi.

-Bueno, y ¿a qué hora pasa el próximo?-me preguntó de nuevo.

-El próximo pasa en media hora-le respondí esta vez reparando bien en su rostro. No era muy fino, era más bien tosco, pero su expresión era noble y dulce. Yo me detuve a pensar que estaba atrapada en una de esas incómodas situaciones en las que orillamos aquellos círculos viciosos de los que difícilmente salimos.

-Tomaré el próximo-dijo el muchacho. Estaba expectante.

-Hasta luego-dije gentilmente. El autobús se detuvo delante mío y yo lo abordé. Era tiempo de salir a recorrer el mundo en un solo día...:))