Abres tu buzón y encuentras una carta suya. Está bien sellada, nadie ha osado a abrirla antes que tú. Das mil vueltas por tu habitación casi vacía con la carta en la mano mirando al techo, y ya estás pensando en qué responderle sin ni siquiera haberla abierto aun. Empiezas a rozar la locura. Te planteas si quemarla sin abrir, si intentar conseguir continuar su vida sin necesitar sus letras y su puño manchado. Te sientas en la mesa vieja de tu habitación mirándola fijamente, mientras la vida te pasa por delante. Enciendes un cigarrillo, y a las tres caladas lo dejas sobre el cenicero en forma de concha que hay junto al flexo intermitente. Agachas la cabeza y la introduces entre tus brazos. Sollozas un poco, pero te decides por abrirla, afrontar la realidad, continuar tu vida, puedes conseguirlo. Entonces notas calor, y cuando levantas la cabeza todo arde. La bombilla del flexo ha reventado y ha hecho cortocircuito, el cigarro ayuda a la expansión de la enorme llama. Intentas correr, pero el fuego va muy rápido. Coges la carta y la escondes en tu chaqueta. Cuando intentas salir por la puerta también arde. Todos los conductos eléctricos han comenzado a arder. No consigues escapar. Te falta el aire. Mueres. Lo único que te pasa por la cabeza es que qué pondría en esta carta. La policía la descubrirá esta carta y me indultará de asesinato, pero cuando me encuentren habré muerto contigo, en el suelo de mi habitación, infectado por somníferos. Sólo quería estar contigo para siempre.
Att. Yo.
Nos vemos pronto.