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En la esquina de mi casa vivía un tipo que leía novelas, un lector empedernido, algo perdido del mundo actual, pero empapado de los sueños estampados en las hojas de sus libros, vestía con camisa de franela y unos jeans viejos, usaba un par de gafas sin prescripción médica para enfocarse en su única tarea. Pasaba dos tercios y medio del día sentado en una silla de jardín, y en su mesita un vaso con té de hierbas y un montón de tabaco suelto, amenazando clandestinamente a los pulmones de este personaje solitario.

Le apasionaban las tramas que involucraban amoríos confusos y viajes sin fin, esas búsquedas en las que los personajes gastaban cuarenta hojas en solo armar su maleta y explicar el sentido de la historia, los recorridos relampagueantes que terminaban en un desenlace algo obvio, pero que aun así no perdían su magia.

El hecho de vivir solo no le quitaba compañía a su vida, el Quijote, Martin Rivas y el Principito vivían en su jardín lleno de pensamientos e hibiscos, los que creaban la música en silencio para llenar esos vacíos en el ambiente ilustrado.

Poseía una gran capacidad de amar, un afecto que podía entregar a quien quisiera, solo que todo lo depositaba en los títulos escritos con alguna tipografía exenta de creatividad. Veía a diario la posibilidad de escribir alguna obra, sobre el sueño que el tiempo le había robado, envejecer, las lunas que se habían manchado con tinta y que el propio Sol había borrado con envidia, como se había quebrado el minutero del reloj que colgaba en la pared de su antesala sin razón alguna, todo, todo perdido entre los años, todas las hojas en blanco y los ojos secos, formados únicamente para leer letra por letra, libro a libro sin querer llegar al final por miedo a terminar con la fantasía. Era un señor de sesenta y siete años con menos vivencias que un niño, y una imaginación algo nueva, su rostro no se marchitaba con el tiempo y cada vez mas anhelaba la vejez, tenía ganas de descansar sus ojos vidriosos, pero ese día se veía lejano a su realidad.

Prendió un poco de tabaco para relajar sus sentidos, leyendo sonetos dejo irse al ocaso, y recibió a la noche otoñal, parpadeaba al ritmo de sus latidos como para pasar el rato, observaba su jardín mientras encendía una lámpara, sabía que debía recostarse, pero el capitulo trece de su libro lo seducía más de la cuenta, he ahí su talón de Aquiles, el que de a poco consumía su espíritu, pero lo renovaba con una sonrisa en su boca, su pasión, su único interés lo estaba sacando de este mundo para llevarlo a sus propias fantasías literarias.

Un día salí a caminar y pasé por fuera de su casa, solo vi un par de flores marchitas y un libro abierto, el tabaco se había volado y su vida terrenal, se había acabado.

Texto agregado el 25-03-2012, y leído por 134 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-03-2012 Una buena historia sobre un hombre solitario y ávido lector. ¡Mis 5! simasima
 
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