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En diciembre de 1999 Elisa y yo nos fuimos a Bariloche por motivos que nunca acabé de entender pero que ahora, gracias a la perspectiva que da el tiempo, diría que tenía algo que ver con profundizar nuestra relación y con el hecho de que Elisa odiaba el calor del verano en la ciudad.
Nos alojamos en la cabaña de su tío biólogo en una especie de altillo que contaba con una pared totalmente de vidrio, desde donde podíamos ver el lago Nahuel Huapi. Cuando no quería hablar , Elisa encendía el televisor y cambiaba de canal durante un buen rato. Durante aquellas semanas me estuvo llamando su pequeño zombi. Elisa estaba siempre muerta de hambre, siempre había un momento para tener sexo, siempre decíamos cosas incomprensibles, las calles siempre estaban –inexplicablemente- desiertas, su tío siempre nos invitaba a alguna cena a la que siempre asistía su novia. Hablábamos de mudarnos juntos y raparnos la cabeza. Ella llevaba jeans holgados y zapatillas All Star fucsias. Nos alimentábamos casi exclusivamente de hamburguesas y salchichas. Las confesiones estuvieron a la orden del día, hicimos mucho el amor y hablamos del futuro unas cuantas veces. Dedicamos todo un día a sacarnos fotos. Su tío insistía en llevarnos a lugares misteriosos y la novia de éste me preguntó cuatro veces cuál era mi anuncio de tele favorito.Tomamos chocolatadas y escuchamos cintas de los Nirvana de la época de Chad Chaning. Nos peleamos en una tienda de libros, tres veces más en una hamburguesería, luego otra en la cabaña. Nos dijimos una y mil veces que no importaba, que todo estaba bien; una opción bastante cómoda. Durante una de aquellas discusiones Elisa me acusó de tener menos ambiciones que un cuida-coches. No puedo decir que tuviera razón ni que dejara de tenerla.
Si después de una pelea no teníamos dónde ir, nos encontrábamos con que dentro de la cabaña no había muchos rincones donde buscar refugio, excepción hecha de la cocina.
Elisa se acostaba en la cama en ropa interior, a oscuras, sin más luz que la del televisor encendido y la de las estrellas en la noche y con música de los Stereolab de fondo. Yo aprovechaba estos momentos de tregua para bajar a dar una vuelta por el bosque que nos rodeaba o leer algún número atrasado de Tiempo Libre mientras mascaba chicle. Estábamos en un mundo sin dimensiones. Los dos hermosos.

Texto agregado el 29-07-2004, y leído por 141 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
19-05-2005 Hola, buen escrito, me hace bastante sentido lo que narras, para mi esa es la gracia. Los pequeños detalles son lo que logran conectar. ¿Viste "Alta fidelidad"?... en una de las escenas rob gordon dice que "lo importante no es como somos, sino lo que nos gusta.." "musica, libros, peliculas, llamenme superficial, pero eso es lo que importa" sentencia... y puede que tenga razon. Saludos paice
25-09-2004 me gusta, es una buena descripcion de de determinados momentos que pasamos todos con distintos paisajes y distinta musica veritoch
 
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