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Tijuana BC. Abril 2012. El tejido de la evocación.
El tiempo contiene innumerables condiciones, algunas de ellas, lo delatan como violento y paradójico, y yo, al escribir, fácilmente caigo en la tentación de abreviarlo, de enmascararlo, o al menos, de mostrar su condición en la práctica humana.
Y aunque no soy capaz de atender toda esa vivencia con solo signos, porque la escritura en si, depende del tiempo, acudo a las imágenes, las mismas que el tiempo va deteriorando, ya que nos disminuye en cada ronda, porque somos fugaces y lo que permanece, es nuestra circunstancia, nuestra huella.
Y a pesar de saber que lo efímero fracasa en su afán por perdurar, sin embargo deja rastros, manchas que por su condición se convierten una marca permanente; Esta es una de las paradojas del tiempo.
Y así, acudo continuamente a mi pasado remoto y retomo el recuerdo para fundirlo con el otro yo de mi historia, donde recuerdo a mi padre, hermanos, amigos, al amor de mi vida, y hasta un jardín, porque el amor se reduce a tiempo, y esto, lo convierte en una dualidad.
Elijo el trayecto más largo, y vuelvo para transformar la memoria en un olvido, en algo fugaz.
Lugar desde el cual, la mente abre sus alas al pasado y convierte a la memoria en una fosa común.
Ahí, van a dar los convenios sin efecto, antiguos inquilinos de mi vida, rostros inútiles, destellos que se apagaron en la curva gélida del horizonte.
Melancolías que conducen a las reflexiones de la conciencia.
Nostalgia que nunca deja de ser elegante y se mantiene, no como un impositivo anfitrión que pretende demostrar la tradición de su remoto origen, sino, como huésped amable y discreto que saluda desde el quicio de la casa o al coincidir en la calle.
Tal vez, llamarla evocación, o añoranza, sea demasiado concluyente.
Se trata más bien, de la propia conciencia al contemplar el mundo, o quizá, de sombras de la realidad que se han alargado en palabras escritas.
Imagen de un ambiente otoñal, juego de tonalidades donde predominan el azul, sepia y grises.
Contexto tan sutil, que dialoga incluso con el agua.
Y si tuviera que describir con una imagen o con una metáfora explicativa mi caminar tomando registro de cuanto la realidad me ofrece, diría que la imagen, es sólo una puerta de entrada a la luz y que la retina capta en un instante perdurable.
Porque mi narrativa surge de detenerme con admiración ante un paisaje o una ruina a orillas de la ruta habitual.
Y son palabras escritas que recurren al dialogo con lo que se mira tras la mirada, con aquello sin lo cual, una imagen, es sólo un hexagrama sin interpretación.
Ya que el ojo que mira, es también una mente que sueña o que recuerda.
Materia que se rebela a su silencio y toma la palabra desde una dimensión distinta.
Todo tiene su lugar y argumento en la marea de la memoria y en la última cuenta de la realidad: objetos, lugares, percepciones.
Viejos templos, silenciosos y olvidados, jardines, antiguas canciones.
Motivaciones que me urgen a contar lo que sucede, no arriba en el lenguaje donde florece su manto, la espuma, sino abajo, donde la flama nace o tiembla la raíz.
Porque me urge invertir el cono y evidenciar su fondo, para atraer el clamor de las arenas que las corrientes submarinas ondulan.
Espacio donde mi narrativa, curiosa, obsesiva, exigente en su propio entorno, se nutre de metáforas que confluyen y colman la prosa de cada trabajo para dotarlo de multiplicidad y ahondar en lo interior y dirigir el estado de animo.
Desde Tijuana BC, mi rincón existencial, donde las imágenes dispersas conforman el tejido de la evocación. Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 02-04-2012, y leído por 119 visitantes. (0 votos)


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