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Rutina.


No era alto ni bajo, ni muy gordo ni muy delgado; termino medio como dirían las viejas del barrio. Tenía veinte años y se pasaba los días vagando por las calles de la ciudad.
-¡Búscate un trabajo!
Le decían las mujeres mayores. Pero a él no le importaba trabajar, y encontraba infundados los reclamos de su madre cuando le recordaba todos los días que no era más que un parásito en la casa.
Tanto tiempo y nada importante que hacer. Estudiar no le atraía, detestaba la idea de ir a sentarse a un salón y tener que memorizar todo lo que un profesor ocioso tenía que decir.
Trabajar, para qué. Después de todo no estaba para nada mal viviendo con su madre, y sólo de vez en cuando debía soportar alguna riña realmente significativa. Todo era tan monótono, y como cualquier persona acostumbrada a ello, no le interesaba romper la rutina.
Arrojaba piedras cuesta abajo. Se entretenía por lo general solo, no por que no hubiera nadie dispuesto a acompañarlo, sino más bien porque lo quería así. Le apestaban las personas, pero como miembro de la sociedad humana se veía obligado a ir a diferentes lugares solo para que no lo recriminaran.
Solía caminar por la playa de noche, poco antes del amanecer cuando no había nadie y la oscuridad lo aislaba del resto de los seres humanos. Sólo así se sentía libre.
Una noche sin luna, se encontró con un viejo ebrio que estaba tirado en la escalera para bajar a la playa. Lo miró un instante y el hombre pareció despertar, pero volvió a cerrar los ojos.
Sentía repulsión por él, por el estado en que se encontraba, por su ropa toda rota y sucia, pero más aún por su cara delgada hasta los huesos, y su fuerte olor a vino de caja fermentado, que le penetraba por la nariz cada vez que el viejo hacía el más mínimo movimiento.
El joven miró a su alrededor, a un metro de él había una piedra lisa, grande y pesada, que podría romper casi cualquier cosa. La tomó con ambas manos y la levantó. El viejo abrió los ojos un poco, como si todo fuera parte de una alucinación provocada por el alcohol. Como si nada fuese real, aunque tal vez lo era.
Sólo se escuchó un golpe seco. El muchacho dejó caer sobre la cabeza del hombre la roca, ésta parecía más fría ahora, o era esa la sensación que le daba, la sangre le hervía por las venas y parecía apurarse al llegar a su corazón.
Levantó nuevamente la piedra y la empujó ahora con más fuerza sobre el borracho. Se podía oír como se rompían los huesos y la sangre goteaba por el grasoso pelo del hombre. El joven retrocedió un par de pasos, no sentía la más mínima conmoción.
-Mierda.
Dijo, pero su voz era más de desilusión que de asombro. Nada le parecía emocionante, todo era rutina, inclusive esto. Miró el mar por un momento, luego suspiró y restregó los zapatos negros en la arena para limpiarlos. Caminó un par de metros y en la siguiente escalera subió a la calle, ya comenzaba a aclarar.







Texto agregado el 29-07-2004, y leído por 168 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
14-01-2005 Siempre me ha gustado!! desde el dia k lo lei cuando me lo enviaste por msn! Küss! Gustav_De_Lioncourt
19-08-2004 Es como el absurdo, alguien sin sentido hace cosas sin sentido.Chokante! adanir
17-08-2004 Súper fuerte la historia...fría como el hielo.... tensa.... mis estrellas por el estilo..... mariafernanda
29-07-2004 Esa patética rutina, el desinterés total y el desprecio por la vida caminan siempre por terrenos peligrosos. Buena historia, algo lúgubre. Bienvenido yamilethlq
29-07-2004 Es la apologìa del crimen. No me gustò fuentesek
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