Se hizo el desentendido como siempre. Era una suerte de venganza. Roberto lo miraba ansioso con la traílla en sus manos y los ojos suplicantes.

Fido, renegando ese estúpido nombre, se tomó su tiempo. Luego le colocó el artilugio y salieron a la calle para el paseo diario.

Como siempre, Roberto se dedicó a orinar en casi todos los lugares por donde pasaban, tirando constantemente de la traílla en un intento por ampliar el radio de la caminata.

De pronto se sintió un gran alboroto y Roberto se mostró excesivamente alterado. En una esquina próxima una hembra era acosada por un grupo de machos. Mientras la mayoría luchaba denodadamente, donde no faltaban palos y puñales, uno de ellos, el más corpulento, copulaba afanoso con la hembra.

Tras un gran esfuerzo Fido logró volver a casa. Roberto se fue a su lugar de siempre.