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Mayo. 2012. Las palabras y sus efectos en mi vida

Ahora que avanzo con más prisa en el camino del tiempo, he aprendido bien lo que es el peso de la culpa o el de la censura.
Y aunque pudiera decir, a manera de defenderme, que soy el producto de una educación en escuela religiosa, en donde aprendí entre otras cosas que: Los buenos modales abren las puertas.
Recibí en mi infancia principios de buenas maneras y responsabilidades de mi abuelo materno, hombre exiliado de España en la Guerra Civil, quien me decía que las malas palabras son muy bonitas, si se saben enseñar y no imponer
En mi juventud todo era pecado, prohibido o censurable.
Atravesé la infancia leyendo a escondidas las proclamas y muerte del Che Guevara, la represión y asesinato de estudiantes en Tlatelolco en 1968, sin duda muchos sucesos de aquella mentalidad represiva.
Vinieron después años de hipocresía social, hasta llegar a la incipiente democracia, la apertura, y la posibilidad de abrir las ventanas y ventilar el desván tan lleno de telarañas. Fue así que palabras como censura, culpa e incluso responsabilidad, pasaron a ser malas, o retrógradas y por lo tanto susceptibles de ser ridiculizadas.
Aunque da la casualidad de que las palabras no son bellas o feas, malas ni buenas.
Son, si se quiere, como un vaso: su contenido unas veces puede resultar benigno y otras malvado.
Discutiendo primero de la más fea de todas, la censura.
De tanto luchar contra ella durante la etapa en que se consideraba a la sociedad como menor de edad por parte de la iglesia y el Estado, tendemos ahora a creer que es algo a combatir, sólo que censurar quiere decir literalmente: juzgar el valor de una cosa, sus méritos y faltas, nada más.
Sin embargo, como se considera una palabra del pasado y por tanto fea, hoy en día nada resulta mal visto, moralmente reprobable, o éticamente perverso; todo vale porque lo que no vale es censurar, que eso es de mentalidades anticuadas.
Otra palabra ajada es responsabilidad.
Antes la repetían mucho los padres, los maestros, los educadores: Tienen que ser responsables, que comportarse como adultos.
Ahora en cambio se dice que los niños deben de ser niños el mayor tiempo posible.
Déjenlos, ya tendrán tiempo de ser adultos y responsables, dicen personas de criterios modernos, sin darse cuenta de que crecer no es ninguna desgracia y ser responsable es algo bastante útil en la vida.
Sin advertir, tampoco, que la responsabilidad o se aprende muy pronto en la infancia o no se aprende nunca.
Y me queda por fin la más fea de las feas, la palabra culpa.
Es cierto que en tiempos lejanos, ese término llegó a ser muy cruel.
Se fomentaba la culpa para no mentir, octavo mandamiento, o al cuarto, honrar a los padres, y no digamos nada si pecaba contra el sexto, se sentía fatal: se sentía culpable. Ahora, si se fijan, hemos descubierto un truco perfecto para librarnos de tan incómoda losa: la culpa de todo lo que nos pasa siempre la tiene otro.
La tiene la sociedad, que es muy mala, o el gobierno que es un desastre, o el calentamiento global, o el lucero del alba.
En este mundo en el que vivimos, hasta para las faltas más graves se encuentra siempre una razón protectora.
Cuántas veces hemos oído decir que si fulano es un violador es porque tuvo una infancia muy desdichada.
O que si mengano es un asesino se debe a que viene de una familia disfuncional, sólo que la justificación, tiene un lado perverso: si la culpa de todo lo que nos pasa la tiene otro, nunca vamos a hacer nada por mejorar nuestra situación.
Porque culpar al mundo cruel es muy cómodo, aunque también muy estúpido.
Sé que lo que acabo de decir va en contra de esta realidad Walt Disney que nos hemos inventado, también que es lógico que las palabras que antes se usaron de modo autoritario cuando no cruel, sufran su purgatorio y sean revisadas.
Aunque una cosa es revisar un concepto y otro muy distinto es desechar de él.
Las palabras no son feas ni hermosas, incluso las más bellas como libertad, amor o amistad tienen su lado amargo, cuando no perverso.
El secreto, creo yo, está en usar cada palabra con sabiduría.
Eso al menos es lo que hace un adulto, lo malo es que para algún@s, adulto, crecer y madurar, también son malas palabras.
Analizando las palabras y sus efectos en mi vida, desde BC, mi rincón existencial.
Andrea Guadalupe.

Texto agregado el 08-05-2012, y leído por 114 visitantes. (1 voto)


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