EL DIABLO A CABALLO

Esta historia es verídica y sucedió cerca de un pequeño caserío llamado Capur de los Duraznos en la vía que va de Loja a Saraguro.
Pacho Concho. Así se lo conocía a un buen cristiano cuyo única falla era que le gustaba el aguardiente y por eso le echaba de día y de noche y todos los días, haciendo costumbre llegar de madrugada a su casa..
Un viernes por la mañana había salido más sumiso que siempre a cumplir con lo que su mujer le ordenaba: vender un costal de duraznos y, con la platita de la venta, comprar la providencia en el mercado de las Pitas en Loja.
Obedeciendo sin chistar. Porque lo que Pacho Concho andaba buscando era un pretexto nada más para emborracharse. Pacho traía una pena, así como atragantada, que le apretujaba el corazón. Tres días antes había enterrado a su buen amigo su “panita del alma” a su “compadre”. Esta vez si tenía justa y sobrada razón para estar bien triste y dolido. Sabía que no había más que matar la desgraciada pena echándose unas ralas, y por eso le pidió al Jushico Jaramillo, que venía manejando el carro de turno de la Flota Norte, que lo despierte para apearse en la cantina “Aquí me quedo” de las sucas de la quebrada del Gallo y tomarse su “tap’e tuza”.
Copas van, copas vienen… lágrimas, canciones en el tocadiscos que le recordaban a su amigo…y así se hizo bien tarde, hasta que salió la suca mayor, la dueña de la cantina y, con toda su cultura y don de gentes, le dijo poniéndole el brazo en el hombro:
-Don Pachito, ya es muy tarde, ya vamos a cerrar el establecimiento…-
Brinco sorprendido don Pacho, y ante tanta cultura dijo:
-Suquita linda: sírvame la del estibo y me voy-, al mismo tiempo que se ponía de pie para tomarse la última copita de la madrugada.
Empezó a salir tambaleando. Estaba bien, pero bien borracho y, así, camina que camina, arrastrando los pies llegó a la playa del Lirio. Vadeando un poco se dio cuenta que sí podía cruzar el río y, cuando se disponía a hacerlo, no supo de donde apareció un hombre vestido con un funesto traje negro, montado en un caballo negro retinto, como el diablo. A pesar de la borrachera y de lo muy macho que se creía, a don Pacho se le erizaron todos los pelos, y más aún cuando el hombre desconocido se prestaba para llevarlo en su caballo a casa. A sus oídos llegaron estas palabras que las reconoció tan, pero tan delicadas y las sintió tan, pero tan falsas y extrañas a la vez:
-Suba amigo, no se moje cruzando el río, no se canse caminando semejante cuestonon tan parada para llegar a su casa en Capur-, y, acto seguido, lo agarró fuerte del cuello y de un empellón lo trepó al anca del caballo.
Don Pacho, entre boquiabierto y embobado por la sorpresa y chispo aun por los tragos, no acertó a decir nada sobre la propuesta. Cuando se dio cuenta ya iba cabalgando a galope rápido detrás de un hombre al cual no conocía y que no había cruzado el río, sino que se alejaba de él en sentido contrario.

A don Pacho se le fue quitando rápido la borrachera, dejándole un hueco grandote donde se instaló un miedo terrible. Un montón de preguntas se le amontonaron en su zonza cabeza y se dio cuenta, tiritando, que iba a galope al infierno y al anca del caballo del mismísimo diablo.
No podía hacer nada, ni gritar siquiera; tenía la boca seca y la lengua entumecida; el cuerpo le pesaba quintales y lo sentía frio y como paralizado.
De repente, al pasar frente al cementerio de Las Juntas, oyó una voz que salía del panteón y le preguntaba:
-Y vos, compadre Pachito, ¿si sabes a dónde vas?-, al tiempo que sintió una mano fría y huesuda y otra vez un empellón que lo libraba de un condenado destino viajando a galope…

Zoila Isabel Loyola Román
ziloyola@utpl.edu.ec

Loja, Ecuador 30 de abril de 2012