Entré a orinar al callejón. Era tarde y había un farolito en el fondo. No sé de dónde diablos venía algo como música disco. De pronto sentí un quejido entre los tachos de basura. Busqué en el bolsillo del pantalón un encendedor e ilumíné el lugar. Una mujer de unos treinta años gastados miraba como perdida através unas pupilas verdes que en sí ya eran una alucinación. A su lado había una jeringa. Le pregunté si quería que la llevara a algún lado y movió negativamente la cabeza. -Dejame soñar, me dijo apenas audible. -Joder, que mal que te veo, te llevo a tu casa o donde vos digas. Y ella: perdete, pirate, y cayó en un estado sopor. Ahí tuve un dilema moral: paraba un patrullero o me iba al carajo. Y me fui al carajo. Demasiado grande la ciudad, nos ahoga a todos y pasó la policía a toda sirena para vaya saber que quilombo.Pensé después un rato en esa mujer, y la olvidé cuando me encontré con unos amigos a tomar cerveza.