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Inicio / Cuenteros Locales / angel_de_la_muerte / La cueva de los años

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Me sentía como un insecto agarrado a una planta que entregaba sus verdes hojas al placer de un día asoleado. Colgando del risco de una montaña a decenas de metros del suelo. Mis brazos ya extenuados por el esfuerzo de contener mi cuerpo, anhelaban la cumbre, el final de este recorrido, la manifestación de todos mis logros. Fue ahí, en ese preciso momento cuando nada lo presagiaba, que una avalancha se avecinaba hacia mi con premura. Como queriendo atraparme entre sus fauces como un león a su presa.
Mi mente en blanco, reaccionó tardía a la amenaza. Solo atiné a trepar lo más rápido posible hasta el descanso más próximo para tratar de protegerme de lo que se venía. Cuando llegué las rocas casi rozaban mi cuerpo adolorido por el sobre esfuerzo, pero en ese instante pude ver la cueva que se presentaba ante mí. Sin dudarlo entré a tientas y me adentré en ella.
Las paredes de la cueva estaban húmedas y muy lisas, como si alguien las hubiera pulido por siglos. Abrí mi mochila y saqué la linterna que siempre llevo conmigo en las excursiones. Al prender la luz mis ojos no podían creer lo que veían. Un mundo etéreo de destellos azules y verdes emergían por doquier. La luz de mi linterna los activó y ya no fue necesario mantenerla prendida. La cueva tenía como 3 metros de alto por 5 de ancho y se adentraba en la montaña en forma zigzagueante. Seguí adentrándome en ella y las luces se tornaban cada vez más resplandecientes, como queriendo anunciar lo que se venía por delante. Tras caminar unos cuantos metros por la cueva llegué a una recámara de suaves formas con luces rojas y verdes emergiendo por entre las paredes. En el centro de la bóveda se podía apreciar un altar de piedra, oro y diamantes que hacía olvidar todo lo demás. Al acercarme pude notar algunas inscripciones en los bordes de la roca y sobre la cubierta que no pude reconocer como un idioma conocido.
Cuando llegué al altar lo rodeé para apreciar todas sus formas y cual no sería mi sorpresa al percatarme de que debajo de el había un hombre muy anciano con ropajes muy deteriorados y mirada perdida. De inmediato lo cogí por los hombros y lo levanté con suavidad.
- Anciano, me llamo Esteban ¿Cual es su nombre?
- Mi nombre es Esteban también.
- ¿Que hace aquí?
- Me perdí hace años atrás
- ¡Años!
- Sí, años. Ahora me toca morir
- ¿Por qué dice eso?
- Porque llegaste tú y ahora la cueva no estará sola
- Pero yo voy a salir de aquí
- No, ya no podrás salir más.
El anciano profirió estas palabras y en ese instante se desmayó y murió. Toda la cueva brilló de forma inusitada y luego volvió a la normalidad, si es que esa palabra es válida en esta situación.
Después de enterrar al anciano en una esquina de la cueva, me dirigí hacia el exterior, pero tras seguir el camino seguido con anterioridad solo llegué a la recamara del altar nuevamente. Mis manos empezaron a temblar y tras un breve dolor las miré y lucían como las manos de un anciano. Toqué mi rostro y mi piel estaba laxa y con grandes surcos. Tras gritar y calumniar, me arrojé al piso y sin darme cuenta me protegí debajo del altar. Por fin me sentí a gusto y con una extraña paz interior. Ya no necesitaba salir de ahí.

Texto agregado el 01-06-2012, y leído por 164 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-06-2012 Me gustò tu cuento. marisas
01-06-2012 La idea es buena, pero las repeticiones innecesarias de algunas palabras "roca-roca" y el formato me espantan un poco. No está mal. Egon
01-06-2012 Que suerte tengo de poder leerte. Tu cuento desborda imaginación y el tema de lo fantastico (mi favorito) es excelente. kone
 
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