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ÑA BLANQUITA
Son las cuatro de la mañana y luego de algunos cantos del gallo, Ña blanquita se revuelve sobre su estera, obligando a su cansado cuerpo a despertarse. Otro nuevo día, se levanta presurosa pues debe despertar a sus cinco hijos y hacer que se vistan para mandarlos a la escuela, es que ellos, quieran o no, serán instruidos, trabajarán bien y no como ella, obligada a viajar horas tras horas, atravesando desde los extramuros de la ciudad hasta llegar a la casa de la Miss Swett, donde deberá barrer, limpiar, cocinar y tener todo preparado para cuando lleguen los dos energúmenos, hijos de la Miss Swett y pongan todo de nuevo patas arriba.
El mayor de los hijos de Ña Blanquita, Limberg, mozo que puntea los catorce, alto y espigado, parece el padre de familia, recién está empezando el colegio, sus pantalones cortos demuestran a lo lejos que ya caducaron en su uso, ésto lo acompleja cada vez que sus compañeros le gritan "a saltacharcos", pero está determinado a ser un profesional "un dotor" como dice él y mientras aguanta los chances que le hacen sus compañeros, sueña en un futuro mejor para él y su familia.
Ña Blanquita le da un golpe certero a la nalga de su única hija, ya pué Maribel, levántate que tienes que ir pa´ la escuela, pero Maribel, luego de pegar un grito se recoge más, arropándose con mayor empeño. Todos los días es lo mismo, los gritos de ella y las quejas de la niña, este tirijala entre la madre y la hija despierta a todo el barrio, hasta que al fin vence la madre y entre regaños y malos modos, se levanta para cambiarse e ir a la escuela.
Los otros tres hermanos, pequeños todavia, al son del ruido de madre e hija se despiertan y empiezan también su letania de gritos y empujones, colmando la paciencia de Ña blanquita, que solo se calman cuando ella agarra el látigo de cuero de vaca, comprado exprofeso para estos menesteres y que se encuentra colgado de un clavo en la pared.
Cuando por fin logra que se vistan y estén listos para marcharse a la escuela, les sirve su modesto desayuno, que este día tiene visos de lujo, pues a Ña blanquita le han regalado de la casa de la Miss Swett, un molde de pan relleno de queso que dejaron los niños en la tarde, luego del colegio.
Corta cuidadosamente el pan, calculando milimétricamente cada tajada, todas iguales, pues si por un instante llegan a ver que una es más grande que la otra, empezará otra batalle verbal de nunca acabar. el aguita de canela calentita acompaña este suculento manjar.
Cuando por fin ha despachado a los muchachos a la escuela, se termina de arreglar presurosa, se alisa el vestido y con la palma de la mano se acomoda las hebras de su pelo platinado y media coqueta se mira en el espejo, brindándose ella misma una amplia sonrisa que refleja unos dientes blancos, parejos, quizás el único tesoro dentro de su pobreza.
Ña Blanquita debe caminar mucho desde su casa sobre el estero, tener mucho cuidado por donde pisa, pues las cañas de los puentecillos, por acción de las lluvias y el sol, están muy resquebrajadas. El cric que su peso produce sobre ellas, hace temer que en cualquier momento pueden romperse, pero eso no la amilana. Continúa presurosa, con el cimbrear de sus caderas, para poder llegar a tiempo a la estación y hacer la cola del bus que la llevará al centro. Es temprano todavía, pero diversos olores se mezclan, produciendo un almizcle que hace que instintivamente se tape la nariz.
La cola es larga y cuando por fin, entre empujones y sobajeras, logra subirse al bus, se siente apretada y apestosa, todos luchan por ser los primeros en salir de la estación, el viaje a la ciudad es largo y para Ña blanquita es doble, pues tiene que bajarse en el centro y de ahí coger otro carro que la lleve fuera de ella, pero del otro lado, del lado de las casas pudientes, grandes, con hermosos jardines, donde se respira comodidad y no la pestilencia terrible que el sol produce en la basura que botan al estero.
En la casa donde trabaja, Miss Swett, como gusta la señora que la llame, que por cierto no es más que una mujer con aires de petulancia, tirada a creici, pues tuvo la suerte de pescar un marido con plata y que según dicen las malas lenguas de los otros empleados, el chofer y el jardinero, no es más que la mocita del gran señor, la espera con aires de desenfado para darle las órdenes del día. Límpiame las porcelanas, pero ten cuidado, pues donde rompas alguna, trabajaras sin sueldo para mi toda tu vida. Después preparas el suflé que le gusta al señor. Mis niños no vendrán a comer pues fueron invitados por los hijos del diputado a almorzar en la casa de ellos y luego se quedarán en la piscina. Para mí, no olvides de prepararme la ensalada, pero ojo, no se te ocurra ponerle ese aceite barato que le pusiste el otro día que casi me intoxico, ponle el aceite de oliva extravirgen que compré en mi último viaje a España. Vendré a eso de la una de la tarde, después de mi sesión de reiki y tenme listo el vestido de chifón verde esmeralda, con los zapatos y la cartera que le hace juego, pues a las cuatro la Marujita Santibáñez me ha invitado a un té y tú sabes que a ella no le puedo decir que no..
Ña Blanquita la escucha, en su mirada hay cierto aire de conmiseración ante lo fatuo de las expresiones de Miss Swett, pero con su sonrisa grande, abierta, franca, le dice que sí a todo.
Mientras realiza las labores ordenadas por Miss Swett, su pensamiento está en sus hijos, en el LImberg que a pesar de su juventud y de las influencias negativas de su medio, lucha por salir adelante, con mucho esfuerzo, pues no ha tenido para comprarle los libros que necesitaba para el colegio. Su mayor preocupación es Maribel, quien con sus doce años, despunta una floreciente adolescencia que no pasa desapercibida, pues la mirada lasciva de los mozalbetes y veteranos de su barrio, le demuestran que su presencia no les es indiferente. Y sus tres muchachitos, diferentes entre sí y como podría ser de otra forma, si son de distintos padres. La verdad que ella no ha tenido suerte, probó con uno y con otro obtener una mejor vida y lo único que consiguió fue llenarse de hijos, que luego fueron abandonados como si no importaran. Pero para ella nada es dificil, con tal de sacar adelante a sus hijos y conseguir que triunfen en la vida, así tenga que seguir agachando el lomo, fregando, lavando, cocinando, no le importa.
Tan ensimismada estaba en sus pensamientos, que no se dio cuenta que al limpiar una de las porcelanas, que a ella le parecían bastante feas, pues prefería las estatuitas de barro, adornada con muchos detalles de vivos colores, el trapo con que las limpiaba se enredó en una de ellas y al halarlo, lo hizo con tanta fuerza que cayó al piso rompiéndose en muchos pedazos. Al ruido de la porcelana estrellándose en el piso de mármol, se quedó pasmada, sin poder reaccionar y de pronto, como una explosión en su mente, saltaron las palabras de Miss Swett que le repetia "donde rompas alguna, trabajarás sin sueldo, para mi toda tu vida", se estremeció ante esta sentencia, ella necesitaba su miserable sueldo para poder mantener a su familia, no podía quedarse sin él.
Miles de ideas cruzaron por su mente, quiso salir corriendo y no regresar más, pero algo la detuvo, quizás su conciencia le decía que a pesar de todo, debía afrontar lo pasado, podría llegar a un arreglo con Miss Swett, pero de nuevo el temor se apoderó de ella, se veía a si misma trabajando para pagar ese cachivache roto y vislumbraba la triste mirada de sus hijos al no poder darles lo poco que podía conseguir con su sueldo.
Pasó la mañana como en el aire, no supo como preparó la ensalada de la señora, ni el suflé del señor, a pesar de todo, arregló con sumo esmero la ropa que la señora le había indicado, le planchó delicadamente las pequeñas arrugas del vestido y lo depositó sobre la cama, sacó los zapatos y la cartera que hacían juego y los dejó sobre una silla. Los años trabajados con Miss Swett, le permitían conocer de memoria con que combinaría ese vestido, así que sacó de la cajita, las joyas que le parecía que iba a usar y las colocó al lado del vestido. su único respiro fue no ver a los dos niños de la casa, mozalbetes malcriados que se creían los dueños del mundo y que muchas veces, cuando ella no cumplía las órdenes con prontitud, se mofaban y le decían que era una lerda.
Cuando el reloj marcó la una de la tarde, su corazón se sobresaltó, se hizo tan chiquito que por un instante pensó que se iba a caer, ahogada, sin respiración, pero no se movió, su integridad la hizo quedarse y se quedaría pase lo que pase. El pito del carro avisando la llegada de la señora, la hizo temblar, no sabía que excusa le iba a decir, no podía pensar.
Cuando entró, con ese aire de reina del mundo, puso sobre la mesa de la cocina unos paquetes y le ordenó que los llevara a su cuarto. Ña blanquita se quedó estática y ante la inmovilidad de ella, extrañada le preguntó que le pasaba.
Vea, pué, Miss Swett, no fue adrede, lo que pasa es que... y gruesos lagrimones rodaban por sus mejillas, yo estaba haciendo lo que usté me ordenó y de pronto, zás, el trapo se enredó y una de sus estuatas se cayó al piso y se hizo mil añicos. Miss Swett se quedó observándola y sin decir palabra, salió de la cocina en dirección a la sala para ver que era lo que habia pasado. sobre una de las mesitas estaban recogidos todos los pedazos de la porcelana rota, el rostro inmutable de la Miss Swett contrastaba con el aire compungido de Ña Blanquita, ella se imaginaba la peor, ya se veía insultada, vejada haciendo primero alusión a su color, pero no, un silencio tan denso, que parecía que podía ser cortado con un cuchillo, estaba en el ambiente, cuando de pronto una sonora carcajada de Miss Swett se escuchó en la sala. Ña blanquita, sorprendida por esa manifestación, no supo a que atinar. La voz de la señora rompió el silencio cuando le dijo: Ah, esa se cayó, no te preocupes, es una copia barata, mejor dicho, ninguna es auténtica, pero no se lo digas a nadie, porque te mueres, anda recoge esos pedazos y bótalos a la basura, aprovecharé para comprar otra, donde una amiga que las hace como si fueran auténticas.
Ña Blanquita corrió a la cocina para coger una funda y recoger los pedazos, mientras su mente no atinaba a pensar en forma coherente, !no le dijo nada! mejor que no salió corriendo, que se quedó, pero aún tenía miedo y con voz temblorosa le preguntó, Miss Swett, puedo seguir ganando mi sueldo? No voy a trabajar sin paga? La señora, por primera vez, la miró abiertamente, sin ningún tipo de afectaciones y le dijo, no te preocupes Blanquita, vas seguir ganando tu sueldo, es más, te voy a aumentar un poquito, pues has demostrado ser una persona de confianza, íntegra, además donde voy a encontrar una persona que conozca mis gustos y que haga el suflé tan rico, que le gusta a mi marido, me mata si te despido. Ánda, sírveme la ensalada, que tengo que cambiarme para mi compromiso de la tarde.
Por la noche, de regreso a su casa, mientras viajaba en el bus, su mente y su corazón no podían creerlo, por un instante, dos seres humanos se encontraron y no importó la escala social ni las diferencias raciales. Cuando llegó a su casa, su rostro dibujaba una gran sonrisa y al ver a sus hijos corrió a abrazarlos, con más fuerza que nunca. Se dijo para sí, mañana será otro dia.

Texto agregado el 12-06-2012, y leído por 84 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
12-06-2012 I valé te ko kuná kara-i. Oimene echogüá chupé achevé erohory aveí. azucenami
 
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