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LAS RATAS DEL MUELLE


I

Alejandra buscó en la oscuridad, semidormida y a tientas, el auricular del teléfono que timbraba insistentemente, con voz levemente enronquecida contestó:
- Bueno…
- Alejandra... encontraron a Margarita.
El sobresalto que le causó la noticia despejó de inmediato su mente, sintió un escalofrío de horror y las lágrimas comenzaron a rodar por sus mejillas al escuchar los pormenores de la muerte de quien fuera su amiga de infancia y compañera de lucha en los muelles.
Mientras se vestía torpemente tratando de controlarse, llegaron a su memoria los tiempos en que ella y Margarita estudiaban en la Escuela Técnica Pesquera de Veracruz, a la que habían ingresado contra la voluntad de sus padres, del consejo de sus amistades y de la resistencia pasiva del profesorado de aquel plantel donde se habían graduado treinta años antes.
En ese entonces se habían propuesto incursionar en un campo vedado para las mujeres: Los barcos de pesca de altura. Eran años de bonanza para una industria pesquera que comenzaba a desarrollarse de manera casi explosiva. En todos los puertos surgían empresas con grandes embarcaciones para la captura de especies oceánicas nunca antes explotadas y eran tantos los barcos que salían de los astilleros, que no habían suficientes tripulaciones disponibles para cubrir las vacantes que se generaban.
En los puertos se ampliaban los amarraderos, se construían almacenes y se instalaba maquinaria moderna para facilitar las descargas. Los muelles vibraban con el frenesí del acondicionamiento, avituallamiento y reparación de los barcos pesqueros, mientras enormes buques mercantes llegaban para embarcar los productos del mar destinados al extranjero.
En medio de este ambiente de febril actividad portuaria, Alejandra y Margarita irrumpieron decididas a terminar con las ancestrales costumbres de la gente de mar que tradicionalmente había excluido a las mujeres de los trabajos de a bordo. Los tiempos estaban cambiando, las mujeres hacían sentir ya su presencia en muchas actividades antes reservadas para los hombres y lo estaban haciendo bien; este era el momento preciso para actuar. Confiaban en que las condiciones estaban dadas para que ellas se convirtieran en la punta de lanza que abriera el camino de los barcos de la flota pesquera a las mujeres. Con su juventud, su optimismo, sus ganas de hacer historia y sus ansias de recorrer caminos desconocidos, querían ser portadoras de las nuevas trompetas de Jericó que derribaran los muros de la discriminación, la intolerancia y el machismo que los usos y costumbres marineras habían terminado por hacer ley no escrita; Alejandra y Margarita estaban decididas a romper tradiciones y a abrir brecha para las mujeres que vinieran atrás siguiendo su ejemplo.
Se sentían tocadas por el destino.


II
El día en que decidieron incursionar por los muelles, los asombrados marineros suspendían sus labores y recargándose en las barandillas miraban con azoro y divertimiento el gracioso espectáculo que ofrecían las dos jovencitas al caminar procurando conservar al mismo tiempo la dignidad y el equilibrio entre las fallas de las tablazones del muelle, sorteando el paso de camiones , grúas y montacargas, esquivando eslingas y chinguillos que colgaban de las plumas de los barcos y tratando de ignorar a la cáfila de estibadores que las envolvían en un entrevero de silbos y exclamaciones, algunas picarescas y divertidas, otras simplemente burdas y las más decididamente soeces.
Subieron al primer barco que encontraron y pidieron hablar con el Capitán, quien las recibió circunspecto en el salón de su camarote.
-Acabamos de salir de la Escuela Técnica Pesquera y estamos buscando trabajo, ¿Nos pudiera enrolar en la tripulación de su barco?
El Capitán las observo por un momento entre extrañado y divertido y con socarrona sonrisa preguntó:
-¿Y me pudieran decir qué saben hacer ustedes?
-Sabemos hacer nudos y costuras con cabos y cables de acero, podemos reparar redes, guarnir aparejos, hacer estrobos, bozas y salvachias, manejamos cualquier lancha o embarcación menor, tenemos conocimientos básicos de navegación costera, sabemos operar el radar, las ecosondas y los radios, podemos actuar como timoneles y estamos capacitadas como auxiliares en las guardias de mar, también podemos rasquetear y pintar cubiertas , conocemos las artes de pesca más usadas y tenemos título de Marinero Pescador Calificado expedido por la Secretaría de Educación; es cierto que no tenemos mucha experiencia, pero echándole ganas creemos que en poco tiempo estaremos a la altura del mejor de sus tripulantes.
El marino las escuchaba con asombro, la situación era cuando menos desconcertante; ni en sus más descabellados sueños hubiera imaginado que alguna vez una mujer vendría a pedirle un puesto como marinero pescador, ¿Estarían las chicas diciendo la verdad? ¿No serían nada más que un par de locas aventureras que querían sorprenderlo para embarcarse, sabrán los diablos con qué aviesos fines? Pero el hombre contaba con larga experiencia en el oficio, de suerte que una rápida serie de preguntas fue suficiente para quedar convencido de que las muchachas sí sabían de qué estaban hablando; pero aún así, aunque las chicas estuvieran superlativamente capacitadas o fueran hijas del mismísimo Neptuno, él no iba a aceptar traerlas a bordo durante el par de meses que en promedio duraban los viajes de pesca, menudo lío se armaría entre su gente; ya bastantes problemas había tenido en el pasado con algún marica que había logrado colarse entre las tripulaciones.¿Mujeres en mi barco ? ¡Ni pensarlo!
Ya serio y sin el menor asomo de sarcasmo el Capitán se dirigió a ellas:
-Muchachas, las felicito por su preparación y por el esfuerzo que están haciendo, pero lo que me piden es prácticamente imposible; para comenzar, estos barcos aunque grandes y modernos no están acondicionados para recibir tripulaciones mixtas, los baños para los marineros son abiertos y comunes , los camarotes son para cuatro o seis tripulantes cada uno y no hay privacidad alguna; por otra parte, aunque la tripulación de mi barco tenga muy alta la moral, no puedo decir lo mismo de sus principios morales. Su presencia crearía un serio problema a bordo, así que lo siento mucho, pero no puedo contratarlas.
Con variación de matices, las conversaciones con todos los capitanes era la misma y el resultado era el de siempre: No había lugar para ellas en los barcos pesqueros; pero Alejandra y Margarita no estaban para desalentarse por nimiedades como esas, por el contrario, en vez de desilusionarse parecía que los escollos con los que se tropezaban no hacían más que fortalecer su determinación y renovar sus ansias de lucha.
Optaron por dirigirse a las autoridades buscando el apoyo de la ley para garantizarles el trabajo a bordo, mandaron escritos a la Cámara de Diputados, al Presidente de la República, a las autoridades de Marina, a las de Pesca, pero todo caía en oídos sordos; así que para llamar la atención se dedicaron a hacer pintas en cuanta pared se le pusiera enfrente. ¡POR EL DERECHO DE LA MUJER A LA PESCA! Era su eslogan favorito.
En cierta ocasión en la que un gobernador hacía gira por el puerto, se plantaron frente a él petición en mano y no cejaron hasta que el político, con tal de evitar una situación embarazosa les concediera unos minutos para escucharlas atentamente y luego endilgarles el siguiente discurso:
-Me encuentro profundamente conmovido con su historia y con sus ideales, la lucha que ustedes llevan a cabo para reivindicar los derechos de la mujer al trabajo en la muy noble actividad del mar y la pesca es una labor loable que las honra y enaltece. Es satisfactorio constatar que las juventudes se dan cuenta del generoso potencial que el mar ofrece para su futuro, donde estoy cierto que la eximia voluntad femenina cosechará sus mejores frutos. Es consigna de mi gobierno ¡Y lo digo enfáticamente! Aspirar a la igualdad entre hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, sanos y minusválidos, hasta alcanzar las metas del equilibrio económico y social que cristalice la consecución de los ideales revolucionarios que se hallan plasmados en los postulados de mi partido.
Una cerrada ovación remató la arenga, el orador fue arrastrado por el empuje de la muchedumbre mientras que las dos chicas, casi flotando en medio de un oleaje de empellones y codazos, fueron echadas a un lado.
Solas y con su solicitud todavía en la mano, vieron alejarse en medio de una gran algarabía a aquel de quien esperaban apoyo y solución a sus problemas.
La ingenua Margarita no cabía en sí de gozo, cada palabra del gobernador había sonado como música en sus oídos.
-Ya ves Ale, te lo dije, el Licenciado está con nosotras y nos va a ayudar ¡Creo que ya la hicimos!
- ¿Pero no te diste cuenta de que ese infeliz se estuvo burlando de nosotras? - Replicó furiosa Alejandra – En realidad no nos dijo nada… ya me estoy cansando Marga… creo que esta es una lucha sin esperanza.
Triste y con la mirada baja, Margarita musitó:
- No te desanimes Ale… ya verás que algún día la vamos a hacer.



III
Mientras los días se hacían semanas, las semanas meses y los meses se convertían en años, las dos chicas deambulaban por los muelles recorriendo barcos, conversando con agentes navieros, con armadores, con dirigentes gremiales, con estibadores, amarradores, carretilleros y alijadores. Llegaron a ser parte del folklore de los atracaderos y poco a poco fueron despertando primero la simpatía de la gente de mar, después ganaron su confianza y terminaron trabando amistad con un buen número de ellos, gracias a lo cual pudieron conseguir trabajo, aunque el embarque les seguía vedado.
Una vez aceptadas en la comunidad del puerto, Margarita y a Alejandra se mantenían siempre ocupadas, lo mismo le entraban a las descargas de pescado que a la reparación de redes, a pintar cubiertas o a enmendar amarras y defensas. Los sábados por las tardes iban con la gente de los muelles a tomar cerveza en la enramada “La Jarocha” , ya formaban parte del clan, habían adoptado la jerga marinera y se chanceaban con los pescadores como uno más de ellos:
-¡Órale batos...ahí vienen las sirenitas!
-¡Sirenita tu abuela, pinche Tuerto... ja, ja, ja...!
-¡Esas morras... acodérense por acá!
-¡Sale mi Yessy, pero te pichas las cheves! ¿No?
-¡Ya vas mi reina!
En ocasiones la tertulia se prolongaba hasta bien entrada la noche; Margarita era mala bebedora e invariablemente se le pasaban las copas; ya semiebria a veces se ponía sentimental llorando la desgracia de no ser aceptada en los barcos ( ¡Qué culpa tengo yo de ser mujer! ) En otras ocasiones la frustración y el rencor le afloraban y se tornaba agresiva
( ¡Méndigos güeyes, yo soy mejor redera que todos ustedes! ). Por su parte, Alejandra hacía migas con el Yessi, un mocetón que se desempeñaba como jefe de cubierta en un barco atunero, tipo simpático y de trato agradable, siempre dispuesto a ayudar y dar consejos al par de muchachas.
- Yo que ustedes buscaba el jale por otro lado, aquí no la van a hacer...nomás miren que fachas tienen... si se arreglaran se verían re bonitas... este ambiente no es para las morras... de veras se los digo... están perdiendo su tiempo.
- Gracias Yessi, sabemos que lo dices en buena onda, pero entiéndenos, a nosotras nos cuadra esta vida y sentimos como que tenemos un deber moral con las demás chavas, algún día la vamos a hacer machín y después ya todo va ser una brisa para las que vengan atrás.
- Pues ojala lo logren, pero me anda que no la van a hacer, yo conozco a la raza. Pero por mientras ¿Qué les parece si les consigo jale con las guardias de puerto?
- ¡Juega! Con eso sí que nos das un buen aliviane.
Cuando los barcos recalan después de varias semanas en alta mar, la tripulación continúa atendiendo las necesidades del barco, como son las descargas, reparaciones y limpieza, además de montar guardias constantemente para mantener activos los generadores, los sistemas de refrigeración y otros equipos, así como cuidar la integridad del barco ante cualquier contingencia.
Con frecuencia los marineros buscan entre la gente de los muelles a alguien que haga sus guardias nocturnas para poder disponer de más tiempo en casa. Este fue uno más de los trabajos que Margarita y Alejandra comenzaron a hacer a partir de que el Yessi les ayudara, era un trabajo bien remunerado y relativamente fácil de desempeñar, pero de mucha responsabilidad, ya que cualquier falla en los mecanismos o un cambio en las condiciones del mar o viento, pueden provocar un desastre.
Corrió el tiempo y las muchachas se habituaron a la rutina de las guardias, sin embargo, hubo algo a lo que Margarita nunca pudo acostumbrarse: La presencia de las ratas que bullían por todas partes durante la noche, les tenía asco y pavor.
Los muelles y los barcos han sido proverbialmente campo fértil para esos roedores que viven en la miríada de agujeros que hay entre las rocas, bloques y tetrápodos de las escolleras y en medio de cajas, contenedores, maquinarias, toneles y mercancías diversas que se hacinan por semanas enteras en patios y almacenes portuarios. Ahí encuentran las ratas cobijo y alimentación, ahí hacen sus nidos y se reproducen cebándose en la gran cantidad de mercancías enteramente a su disposición. No conformes con eso, suben a los barcos trepando por amarras y pasarelas y una vez que llegan a las cubiertas, con su extraordinario olfato localizan la gambuza dando cuenta de los víveres ahí almacenados, aunque también son capaces de sobrevivir alimentándose de papel, cartón, cuero, madera o de cualquier material que se encuentre a su alcance ¡Inclusive el aislante de los cables eléctricos!
Cuando caía el crepúsculo y las ratas salían de sus madrigueras correteando por las plataformas del muelle o las cubiertas de los barcos, Margarita experimentaba sus miedos más terribles; no podía soportar su presencia, sentía escalofríos y temblaba sin poder contenerse; solamente la compañía de Alejandra le infundía algo de valor y hacía soportable el paso de las largas horas nocturnas.
– No les hagas caso Marga; es más, cierra los ojos cuando pase alguna.
- Es que no puedo controlarme, Ale, me dan mucho miedo...
- No debes tenerles miedo, las ratas son cobardes y nunca atacan a alguien vivo, fíjate que solamente cuando encuentran algún animal muerto se alimentan de él, así que cierra los ojos y no les hagas caso: vive y déjalas vivir.



IV
Margarita y Alejandra llegaron a moverse como peces en el agua entre esos estratos intangibles pero perfectamente definidos y tácitamente aceptados del pequeño universo de la gente de mar, donde todos saben quien es quien y donde las señales de respeto, de amistad, de resentimiento, de simpatía o de odio, aún imperceptibles y sutiles perviven en el cotidiano quehacer de barcos y muelles.
En la cima de la escala social de un puerto se encuentran los armadores y las cabezas de autoridades, les siguen los capitanes y jefes de máquinas de los barcos, los agentes navieros, los proveedores de bienes y servicios y los dirigentes sindicales, vienen después los patrones de costa, los contramaestres y los jefes de cubierta, los capataces de las cuadrillas de muelle y al final están los marineros y estibadores. Pero aún muy por debajo de todos ellos y fuera de cualquier categoría, en los muelles subsiste una lastimosa masa humana compuesta por seres desdichados que como las ratas, viven entre recovecos y arrastran su existencia mendigando la comida en los barcos o un espacio bajo cubierta para dormir cuando llueve, siempre al acecho de una oportunidad en el descuido de un guardia para robar cualquier pequeño objeto al alcance de sus manos y que de inmediato cambian por alcohol o por droga. De este abigarrado grupo que conforma la hez de los muelles, algunos fueron en su tiempo buenos marinos, gente capaz y trabajadora que en épocas de bonanza obtuvieron buenas pagas en los barcos que tripulaban, pero que en apenas atracando se lanzaban por las cantinas del puerto a las proverbiales francachelas del pescador afortunado en celebración de una buena marea. Entre golfas y cantineros los dineros se escurren como agua entre las arenas y antes que temprano conforme las pesquerías favorecidas van desapareciendo, sin siquiera darse cuenta el pescador incauto pasa de la escasez temporal a la penuria persistente y de ahí a la miseria total.
Solos, envejecidos, con la salud minada e incapacitados para desempeñarse en trabajo alguno, arrastran el final de sus vidas en los muelles como verdaderos derrelictos humanos. Y mientras que Alejandra sentía lástima por ellos, Margarita les tenía pavor… igual que a las ratas.


V
En cierta ocasión Margarita y Alejandra trabaron amistad con un tal Capitán Varcarcel que temporalmente andaba sin trabajo. Como a todo hombre de mar, al Capitán le agradaba ir diariamente a los muelles para enterarse de las novedades del gremio, tenía fama de ser además de un buen pescador y excelente marino, un celoso cumplidor de su palabra y aunque trataba bien a sus tripulantes, pecaba de ser un bromista incorregible que gustaba de hacerles víctimas de sus burlerías, a veces ácidas y de mal gusto, que los marineros le soportaban únicamente por eso, porque era el Capitán.
Las chicas conversaban muy a menudo con el viejo marino y éste les endulzaba el oído comentando que él era fiel partidario de la igualdad entre hombres y mujeres, que no debería haber privilegios de unos sobre otros y que dándose condiciones similares, una mujer muy bien podía desempeñar las labores de un marinero a bordo.
-Ojalá que todo mundo pensara como usted Capitán, pero ya ve, aquí nos tiene año tras año buscando jale a bordo y no hemos podido lograrlo; lástima que ahora no tenga usted barco, pero si algún día lo tuviera ¿Nos daría una oportunidad?
-Yo les prometo, chicas, que cuando consiga embarque serán ustedes a las primeras que tomaré en cuenta antes de seleccionar mi tripulación.
Eufórica Margarita exclamó:
- Capitán, ¡Es usted un encanto!
Estampándole un beso en la mejilla sin darle tiempo a reaccionar, lo que hizo ruborizar al viejo navegante.
No había pasado un año cabal cuando en los corrillos muelleros se supo que al Capitán Varcarcel le habían dado el mando del “CHIRIGOTE”, un hermoso arrastrero de 900 toneladas. Más tardaron en saberlo las chicas que hacerse presentes a bordo.
- Capitán, por fin se llegó el día, qué bueno que vuelve a tener barco y aquí estamos para ver si cumple la promesa que nos hizo.
- Por supuesto muchachas, ustedes fueron las primeras a quienes tomé en cuenta para la lista de candidatos, que no se diga que el Capitán Varcarcel deja sin cumplir alguna vez su palabra.
- Te lo dije, Ale, te lo dije, este Capi vale oro...
Y sin terminar de hablar Margarita se abalanzó para darle un beso, que esta vez el viejo lobo esquivó con destreza.
- Quietas, chicas, recuerden que ahora soy el Capitán del barco, así que seriecitas y entremos en materia ¿Trajeron sus cartillas?
- ¿Sus... qué?
- Sus cartillas, la Cartilla del Servicio Militar.
- Capitán, usted sabe que las mujeres no hacemos servicio militar obligatorio, así que no podemos tener cartilla.
- Entonces lo siento chicas, saben que soy fiel a mi lema de igualdad y como a todos los tripulantes se les exige ese documento, pues no puedo concederles un privilegio por encima de ellos; pero si algún día logran sacar la famosa cartilla aquí las espero.
Margarita y Alejandra se vieron entre sí y después sus miradas furiosas se estrellaron en el brillo frío y burlesco de los ojos del capitán Varcarcel.

Esa tarde, sentadas en unas bitas del muelle, con el sordo tumbo de las olas a sus espaldas y mientras una espesa neblina diseminaba el eco de los ladridos de los lobos marinos aposentados en las boyas del canal de navegación, Margarita y Alejandra rumiaban sus tristezas.
- No pos no - decía Alejandra- este desgraciado nos salió peor que los otros.
- No importa Ale, tenemos que seguir insistiendo.
- No pos no… yo creo que hasta aquí llegué… no hay manera de seguirle, en este negocio los hombres tienen el sartén por el mango y nunca van a dejar que entremos en su mundo, mira cuántos años llevamos picando piedra y estamos igual que cuando empezamos.
- Igual no, Ale, cuando menos ya todo el mundo nos conoce, no nos falta el trabajo y el siguiente paso que es embarcarnos está a la vuelta de la esquina, verás que en cualquier momento se nos hace...
- No pos no…
Alejandra seguía repitiendo el estribillo en un afán de reprimir o cuando menos retrasar la salida a sus pensamientos, tenía que soltarle la noticia a su amiga, pero no sabía como hacerlo.
- Cómo de que no, acuérdate que ya nada más estamos esperando la respuesta del Movimiento Nacional Feminista, nos han dado muchas esperanzas y de seguro que nos van a ayudar interviniendo a favor nuestro....
- No pos no… mira Marga… la verdad es que tengo algo que decirte… el “Yessi” me pidió que nos casáramos.
- ¿Que qué? -Exclamó Margarita incrédula.
- Bueno… te diré que estaba esperanzada en que el Capitán Varcarcel nos diera algún día trabajo a bordo… yo hubiera retrasado un poco la decisión del matrimonio mientras que tú quedabas ya establecida como tripulante del barco. Pero después de lo que nos acaba de hacer, pues hasta aquí llegué... voy a aceptar el ofrecimiento del “Yessi” y me voy a casar con él.
- No Alejandra, tú no puedes hacerme eso, como quiera las dos juntas podemos seguir en la brega, pero si me dejas sola yo no sabría ya que hacer.
- Deja todo esto Marga … vamos a buscar otra vida … estos perros no van a soltar el hueso… ya encontraremos en que ocuparnos … sabemos trabajar y el mundo debe ser más amable fuera de este ambiente … ya habrá puertas abiertas en otro lado, además de que ya no estamos tan jovencitas… no se nos vaya a pasar el último tren.
– ¿Pues sabes qué? Pues que eres una traidora Alejandra, y una desertora, ¿Ya no te acuerdas del pacto que hicimos? No se trata solo de nosotras, sino de todas las que vienen atrás, para que no pasen los mismos sufrimientos que hemos padecido, tenemos que hacer también camino para ellas.
– Es inútil Marga… ya he tomado mi decisión…espero que lo pienses y abras los ojos, tiene razón el Yessi, por este camino no vamos a llegar a nada.
- ¡Pues no y no! Si quieres tú vete y cásate con el Yessi, yo voy a seguir en los muelles y ya verás que algún día se me hará embarcarme.
Alejandra se levantó y apesadumbrada hizo el intento de apoyar la mano en el hombro de su amiga, pero ésta rechazó la caricia. Con paso lento se fue alejando mientras Margarita contemplaba como se desvanecía su silueta entre la espesa gasa de la niebla vespertina.


VI
La partida de Alejandra dejó a Margarita triste y desolada, sin el apoyo de Alejandra todo tornó a serle más difícil. A pesar de que ya estaba acostumbrada a la vida de los muelles y de que contaba con el cariño de la gente, comenzó a intuir que nunca alcanzaría su objetivo, pero el orgullo le impedía reconocerlo y así le fue envolviendo la desagradable sensación de que estaba atrapada en un camino sin salida. Alejandra cuando menos ya se había casado y formado una familia, pero ella ni siquiera tenía esa esperanza, nadie se le había acercado con esas intenciones.
Las guardias nocturnas comenzaron a hacerse insoportables, había comenzado a beber para dominar el temor a las ratas y poco a poco su desempeño empezó a desmerecer a la par que iba perdiendo la frescura de la juventud , ya tenía las manos callosas , el pelo sin brillo y la piel curtida por el sol y la sal marina; las visitas a la enramada “La Jarocha” comenzaron a ser más frecuentes y al igual que sus accesos de melancolía , crecía la agresividad cuando estaba tomada; los clientes de “La Jarocha” fueron apartándose de ella, comenzó a beber sin control y dejaron de darle trabajo, su voluntad fue menguando y su salud pronto se quebrantó.
Comenzó a llegar por los barcos a pedir comida y en ocasiones le dejaban dormir bajo cubierta, por las mañanas le echaban y pasaba el día vagando por los muelles, perdida la dignidad, pidiendo a los elusivos antiguos compañeros una moneda para seguir bebiendo. De vez en cuando un alma caritativa le regalaba un poco de ropa que luego ella cambiaba por un trago de aguardiente.
En las ocasiones en que alguna enfermedad la postraba, el Yessi y Alejandra pagaban su ingreso al hospital; pero tan pronto se reponía, Margarita marchaba sin mostrar el menor asomo de agradecimiento, pues en el fondo del profundo laberinto de la razón perdida anidaban todavía un agudo rencor por su abandono y una envidia lacerante por la suerte que sonreía a su amiga.
Margarita ya no sabía siquiera qué la había conducido a los muelles ni qué hacía en ellos; su existencia se convirtió en un movimiento inercial sin objeto ni sentido, a la deriva compartía con los desarrapados una vida que ya no era, su mente solo respondía al fuego que le quemaba las entrañas y que únicamente se mitigaba con la sedación del alcohol; ya nada importaba en el espeso infierno que vivía, había perdido totalmente la noción de su ser.
Una vez, al caer la tarde sintió más fuerte la insoportable hoguera que le consumía, con paso tambaleante y la mirada perdida como respondiendo a un llamado inexplicable se arrastró hacia el rompeolas, con gran esfuerzo comenzó a trepar por entre las piedras, le temblaban brazos y piernas, su respiración se hacía intermitente mientras que el corazón que por momentos parecía detenerse, volvía a palpitar con furia desbocada; antes de llegar a la parte alta se sentó y trató de recostarse pero perdió el equilibrio y lentamente rodó hasta quedar atrapada entre dos grandes bloques de cemento donde ya no pudo moverse … los latidos del corazón se fueron perdiendo y con un leve quejido dejó de respirar.
Más tarde la brisa nocturna llevaría un tenue mensaje de muerte hasta el olfato alerta de las ratas del muelle.

FIN

Texto agregado el 12-06-2012, y leído por 101 visitantes. (0 votos)


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