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Inicio / Cuenteros Locales / negroviejo / LA BUENA Y LA MALA SUERTE (Ensayo)

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La superstición está ligada indisolublemente a la ignorancia. El hombre desde tiempos inmemoriales ha sentido que más allá de sus esfuerzos por hacer las cosas bien en beneficio de sus proyectos y objetivos, existen fuerzas desconocidas que pueden decidir su buenaventura o perdición. Particularmente creo que mucha gente culta que descree del esoterismo y pasan alegremente por debajo de una escalera, no eluden el cruce de un gato negro o niegan el dogma de la religión con una sonrisa burlona en los labios, en realidad no hacen más que adoptar una pose que marque superioridad intelectual y así distinguirse de la masa, a la que consideran cerebralmente infradotada, no obstante lo cual, elevan sus ojos al cielo o tocan madera cuando nadie los ve. También pienso que todos albergamos una duda ancestral en nuestro pecho cuando hablamos de temas desconocidos sobre los que la ciencia no se expide.


Los argentinos, en un importante porcentaje, somos cabuleros, término derivado de cábala y que implica la práctica de ritos destinados a evitar la mala suerte u obtener la buena. Hay ropa que trae buena suerte y otra que deja de usarse porque se la llevaba puesta al ocurrir un hecho desagradable. En el juego es donde quizás más se practican. El jugador sabe a ciencia cierta que algo no explicable sucede con el azar y que las ”rachas” se dan, entonces crea códigos a través de los cuales convoca la fortuna y ahuyenta la “mufa”. Esto se extiende a los deportes, por ejemplo el fútbol, donde personas solas o en grupos al producirse una situación de riesgo para su meta, repiten palabras o efectúan gestos rituales destinados a evitar el gol. También están los que se ubican en el mismo lugar del estadio en el que estaban durante algún triunfo importante.


Mufa, en Argentina, es el termino con el que se designa vulgarmente la mala estrella y por extensión, peyorativamente, sirve para descalificar a ciertas personas, los mufas, individuos con mala suerte que como los leprosos, la contagian. Quien es alcanzado por esta adjetivación cruel, sufre el escarnio de la marginalidad social. Es evitado, su nombre no es pronunciado, y en reuniones la gente se divierte relatando anécdotas en las que su presencia o intervención provocó algún desastre. Encontrarlo casualmente por la calle ya es señal de que un mal se avecina. Un buen ejemplo sería el apellido de uno de nuestros últimos presidentes, que sus adversarios pronunciaban cambiando dos letras, por considerarlo portador de ésta nefasta condición.


La frase, cada hombre es el artífice de su propio destino, tiene sin duda, un propósito noble y aleccionador porque sin esfuerzo y tesón las metas, por lo general, suelen no cumplirse. Pero también debemos reconocer que el factor suerte tiene, algunas veces, peso decisivo. No hay voluntad o esfuerzo personal que evite un accidente de tránsito que a uno lo mate o lo deje hemipléjico el día en que se recibió de ingeniero, como no hay garantías que el más disoluto, ignorante, perezoso y necio, gane el premio mayor de la lotería de año nuevo o herede un castillo en Alemania a los veinte y que muera a los cien años, después de haber disfrutado una vida de maharajá.

En el teatro, la ópera o el ballet, el color amarillo está prohibido como también lo está la palabra suerte, que se desea con la escatológica, mierda. A mediados del siglo XX la conducción de la Fórmula uno internacional de automovilismo deportivo, decidió que los autos fueran numerados solamente con números pares para evitar así el 13 y el 17, considerados fatales. Y en ésta línea, no se deben prender los cigarrillos de tres personas con la misma lumbre, se debe mojar la frente con vino si éste se derrama, nunca alcanzar el salero en mano y arrojar la sal tres veces sobre el hombro si cae sobre la mesa, evitar trece personas sentadas a la misma, se debe tocar madera al nombrarse alguna desgracia, no levantarse con el pié izquierdo ni embarcarse o casarse un martes trece, se debe entregar una moneda al recibir como obsequio un elemento cortante (armas blancas en general), no debe ver el novio el traje de la novia antes de la ceremonia nupcial y también hay quienes aseguran que tener peces o palomas en la casa atrae la mala suerte. En fin la lista es interminable y, ostentosa o secretamente, son muchas las personas que por convicción, o por las dudas, cumplen los rituales. Total, no cuesta nada, dicen.


La historia está plagada de ejemplos, donde la suerte decidió el destino de naciones y de imperios. Los reyes de la antigüedad vivían rodeados de augures, oráculos y pitonisas y hasta mataban a los mensajeros portadores de malas noticias. Napoleón creía a pies juntillas que sus generales además de ser capaces debían tener buena suerte. En tiempos de la conquista de América dos buenos ejemplos del anverso y el reverso de la medalla han sido Cristóbal Colón y Pedro Sarmiento de Gamboa. El primero, ayudando a su buena estrella con un accionar inclaudicable, pero equivocado. Colón creía que navegando hacia el poniente llegaría a Las Indias, porque desconocía la real circunferencia de la tierra. De haberlo sabido jamás se hubiera aventurado al océano en tres barquichuelos insignificantes y con una tripulación de forajidos. Pero su buena estrella quiso que en el medio estuviera el ignoto continente americano, lo que le valió perdurar en la historia como el más importante descubridor de todos los tiempos.


Lo de Sarmiento de Gamboa, hombre de gran cultura e imaginación, si los había, en el siglo XVI, matemático, cosmógrafo, historiador, estudioso de lenguas clásicas y soldado, fue de una mala suerte aterradora. Si bien anduvo por el Perú cumpliendo funciones para la corona española, de las que tampoco salió bien parado, su historia está principalmente ligada al estrecho de Magallanes. Quien desencadena sus desdichas, involuntariamente, es el corsario inglés Francis Drake, extraordinario marino, pero a quien, por contraposición, la buena estrella jamás lo abandonó. Precisamente las andanzas de éste último bordeando América a través del estrecho, saqueando lo que encontraba a su paso y arribando a su patria cargado de riquezas luego de circundar el globo, motivan al rey de España Felipe II a crear una fortificación sobre una margen del estrecho de Magallanes para taponar las incursiones del capitán inglés. Y para tan importante misión designó al hombre con peor suerte de su reino, Pedro Sarmiento de Gamboa.

La historia es demasiado larga para contarla detalladamente en un artículo, así que valga una breve sinopsis:


Se hace a la mar desde Callao en 1579 con dos naves hacia el estrecho de Magallanes, del cual toma posesión, pero las tempestades y la falta de provisiones lo acosan, pierde una y sigue hacia España. Al arribar a Cabo Verde, su aspecto y el de la tripulación son deplorables al punto que la gente acude al puerto a mirarlos y santiguarse.


Finalmente llega a España y ya recobrado, a fines de 1581, parte en carácter de Gobernador desde San Lúcar de Barrameda al mando de una formidable expedición militar y colonizadora compuesta por veintitrés naves, con Flores de Valdez como capitán. A la salida del puerto los sorprende una tormenta terrible, pierde cinco navíos y mueren ochocientas personas. Se dirige a Cádiz.


Zarpan nuevamente dos meses después para cubrir el cruce del Atlántico más deplorable de la historia. En alta mar se declara la peste y mueren ciento cincuenta personas, otras doscientos en Río de Janeiro adonde arriban tres meses después de la partida, en marzo.


En noviembre continúan, a la altura del Río de la Plata, se hunde otro de los navíos y mueren trescientos cincuenta tripulantes.


Deciden volver a Brasil, se hunde otra nave, otra es cañoneada por el pirata inglés Fenton y también se pierde.


Reanudan en 1583, desde Santa Catalina donde naufraga otra, al pasar por el Río de la Plata tres naves deciden abandonar la expedición y se van a Buenos Aires. Arriban finalmente al estrecho en 1583, dos años después de la partida de España con cinco naves, pero la estación poco propicia por los vientos no les permiten ingresar al estrecho, de manera que regresan a Río de Janeiro.


Allí reciben cuatro carabelas de refuerzos con ayuda para las colonias que el rey creía ya fundadas, pero Flores de Valdez no aguanta más y opta por regresar a España con tres navíos. Gamboa continúa al estrecho con seis y quinientas personas, entre ellos mujeres y niños, espantados. A pesar de los fuertes vientos consigue entrar al estrecho, desembarca en febrero de 1584 y funda la Purificación de Nuestra Señora. Una tempestad rompe las amarras de cuatro naves y las arrastra mar afuera, sus marinos no consiguen ingresar nuevamente al estrecho y vuelven a España. Gamboa queda con una, la Santa María y los cañones que atinó a desembarcar, que emplaza en una segunda fortificación a la que bautiza Nombre de Jesús.

Arrastra a cien hombres exhaustos y ateridos a pie a fundar otro emplazamiento en las cercanías de la actual ciudad de Magallanes en Chile. Sufre sublevaciones y debe degollar a algunos pero finalmente funda Ciudad del Rey Don Felipe. Un día, embarcado en la Santa María lo sorprende la mayor tempestad de la historia que lo arrastra fuera del estrecho al que ya no puede volver a entrar. Lo intenta durante un mes, pero el hambre, comían los gatos y los cueros de las bombas, y las enfermedades, lo obligan a desistir.


Derrotado viaja al norte y llega a Río de Janeiro en busca de provisiones. De allí despacha un buque hacia el sur, que naufraga. No consigue más ayuda en Río de Janeiro y va a Pernambuco donde otra tempestad destroza la Santa María. Se consigue un pequeño batel y trata de navegar hacia su gobernación pero otra tormenta lo hace naufragar, llegan a nado, desnudos, a Río. Su gente se subleva y a espadazos mata a algunos e hiere a otros.


No recibe ayuda de España y decide ir personalmente. Cae en manos del pirata inglés Walter Raleigh, que lo conduce prisionero a Inglaterra. Rescatado por el rey Felipe, atravesando Francia es apresado por los hugonotes que lo tienen treinta y ocho meses preso en un calabozo deplorable.


El rey Felipe consigue rescatarlo nuevamente y llega a España, paralítico. Aun así deambula por la corte mendigando ayuda para los que quedaron en el sur.


Allí termina su historia, nadie sabe que fue de él ni como murió.




Texto agregado el 26-06-2012, y leído por 1771 visitantes. (8 votos)


Lectores Opinan
21-12-2012 Muy ilustrativo tu texto.Toda una compilación de casos.Pero de algun modo todos somos ignorantes y supersticiosos, hasta los científicos materialistas. Sócrates se ufanaba de la propia. Y a algunos nos fascina. Entre más ignoramos más hay por qué vivir, la búsqueda es inmensa. Pobres de aquellos que lo saben todo. Al final todos igual morimos felipeargenti
13-12-2012 Buen ensayo sobre un tema que todos evaden y en el fondo ten. Gamboa, pobrecito, mas le hubiese valido quedarse en casita, aunque es casi seguro que el cualquier momento el techo se le caía encima. Pitrimitri
04-09-2012 Nada mejor para defenderse de las supersticiones y falsas creencias es un buen vaso de racionalidad. remos
11-08-2012 Me entretuve muchísimo, la imágenes son para tocarlas, muy visual. nonon
05-08-2012 Qué realidad más dura y cruenta la de nuestros antepasados aventureros. Dura, en verdad. Tu texto, muy fluido e ilustrativo. Gracias. ZEPOL
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