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En este cuento participan: *martincruz **vianto sur***cromatica****kone

La carta

*Fue por marzo o abril del ochenta y tres...Después de haber sido dado de alta del Hospital Militar, Dionisio Frutos apareció en Loma Verde rengueando de una pierna, herencia de su acción en la guerra de Las Malvinas.
Llevaba consigo una maleta y entre sus pocos efectos personales, una carta para Giovanni Scanaro, padre de Mario Scaranto, su camarada, a quien después de agonizar entre sus brazos, bañado de sangre y lágrimas, ayudó a bien morir y enterró con sus propias manos en el Monte Longdon. Todos en el pueblo sabían que el “gringuito” Scaranto, cumpliendo con su deber de soldado en el 7 de Infantería, había dejado su vida en ese sangriento combate.
Los padres de Mario le proponen a Dionisio quedarse a trabajar y a vivir con ellos. El chaqueño debía lo poco que conocía de leer y escribir a las enseñananzas de su entrañable amigo Mario y no encontrando razones válidas para negarse, aceptó casi sin pensarlo; no precisamente porque le gustara trabajar en un horno de ladrillos, sino tal vez, inconsciente, por por la necesidad de mitigar entre los padres del amigo la angustia que lo perseguía y con la cual debería aprender a convivir.


**
Por otra parte el lugar despertaba en él una inusitada calma, era como si el tiempo se hubiese detenido junto a la marcha del tren.
Le gustaba recorrer los andenes abandonados, ver allí el atardecer en compañía de su cigarrillo, ahogar en ese pequeño momento de paz el ruido de las metralletas, que aún resonaban en su cabeza.
Sabía que al caer la noche llegaría de nuevo esa inconmensurable culpa y sus pesadillas olor a sangre por lo cual hacia todo lo posible por permanecer despierto, esperando que el nuevo día le regalara la valentía para contarle a Don Scanaro la verdad de lo que había ocurrido aquel día que se vieron rodeados por el fuego enemigo.
***
Entre uno y otro cigarro, Dionisio desgastaba entre sus manos el papel en el que Mario había volcado todo el amor hacia su familia, pero también la fatídica verdad. Una verdad que no hubiese sido tan triste, si no fuese porque el gringuito había muerto aquel día.
Antes de emprender la marcha, se había vuelto para dejar la carta en manos de su amigo. El frío era como un filoso cuchillo que cortaba la carne en finas láminas, ese frío fue el causante de que Dionisio tuviera que quedarse en la enfermería. El Gringo, con su corazón hinchado de patriotismo, le dijo: no te preocupes, Dioni, lucharé por los dos.
Otra noche caía sobre el pueblo, el olor a barro quemándose se confundía con el del humo de los braseros.

- Dionisio! te buscan - gritó Don Scaranto.

Tiró el cigarro, que apagó con su alpargata gastada, sintiendo el calor de la ceniza en la planta del pie, dobló más pequeño aún el trozo de papel y volvió a metérselo en la media.

No tenía idea de quién podría venir por el a este remoto rincón donde había decidido quedarse.

Sin dudas, el destino no puede evadirse por mucho tiempo.

****
Con lentitud se aproximó al individuo cuyo rostro quedaba oculto por el ala de su sombrero. Un irracional malestar creció en su interior y le pareció que un par de alas apergaminadas vibraban pesimistas. El extraño levantó la mirada y Dionisio lo reconoció.
–Ismael –lo saludó con una ligera inclinación de cabeza.
–Después de lo del Monte Longdon, Loma Verde es el último lugar en el que pensé que estarías –la sonrisa que le dirigó, no llegaba a sus ojos. –Suspirando ruidosamente se quitó el sombrero y limpió el sudor de la frente.
–Loma Verde es un bonito lugar para quedarse. Hay buena gente en este sitio, también trabajo y para rematar, su propio héroe local. –sonrió burlón.
–¿Qué es lo que quieres? ¿trabajo?–Una sensación opresiva se apoderó de Dionisio.
-Más bien dinero. ¿Crees que tu patrón pague por mantener el buen nombre del héroe de Loma Verde?
–Espérame en los andenes –le dijo. - Se lo propongo un rato más y te resuelvo.
Ismael se fue, pero la sensación opresiva continuó, como una especie de anticipación febril. Se encaminó con pasos cansados hacia Don Scaranto. Era hora de decirle su secreto.
Ambos hombres se dirigieron hacia los andenes abandonados, apartándose de donde Ismael esperaba. Poco a poco, las palabras salieron de sus labios, al principio con desparpajo. Le habló del cariño que le tuvo a Mario, de lo mucho que aprendió a su lado, de su bondad y de la paz que había encontrado en lo que fue su hogar.
Sacando de su media el ajado papel con manchas de sangre le reveló su secreto.
Mario acudió a la enfermería para ver como se encontraba su amigo. Le entregó una carta para que la enviara a sus padres y se despidió. Algo en su semblante alertó a Dionisio y en un acto no acostumbrado en él, abrió la carta y la leyó:

Queridos padres:

Sepan que esta es la última carta que les envió. Sé que lo que voy a hacer, los avergonzará, ya que mis acciones no reflejarán el honor, la valentía y el amor a la Patria que siempre procuraste enseñarme, pero le he meditado profundamente y simplemente no puedo cumplir con mi deber.

La muerte me rodea por doquier y el miedo me atenaza por momentos. Esta guerra simplemente no tiene sentido.

Me despido de esta manera porque no podría soportar ver el dolor y la ignominia en tu mirada.

Sólo les pido que no me olviden y no sientan tristeza por mi traición. Los amo más que a nada en el mundo y desearía poder ser el hijo que siempre creíste que sería. Lo siento mucho.

Su hijo que los ama.

Mario.

Dionisio continuó su relato. Le dijo como salió de la enfermería y siguió a Mario. Esperaba convencerlo de quedarse y cumplir con su deber. Vio como se reunía con Ismael, el hombre que vino hacía unos instantes y escuchó como aprovecharían la oscuridad para escapar.
Pero todo salió mal. Una bomba explotó revelando la presencia inglesa y la inminente batalla se precipitó. Todo se convirtió en un remolino de actividad.
Dionisio prácticamente obligó a Mario a reunirse con los demás hombres. Se dirigieron a la mitad occidente del Monte Longdon donde confrontaron al enemigo en un violento combate nocturno.
En ese lugar le juró que lo protegería, que nada le iba a pasar. Arrastrándose por momentos, llegaron hasta una pequeña oquedad formada por las rocas y se ocultaron. Dionisio le indicó que se quedara ahí y que regresaría por él.
Las balas zumbaban encima de ellos, estrellándose en las peñas. El cielo nocturno, iluminado por las bengalas, el fuego de morteros y la artillería de los británicos que protegían a sus paracaidistas.
La muerte se ensañó en ese lugar. La artillería británica eliminó los morteros del RI7 y ante la situación, el contraataque argentino, reforzado por la Compañía de Ingenieros 10 y el Escuadrón de Caballería Blindado, aparecieron tratando de cambiar el curso de la batalla. Fue ahí donde Dionisio luchó cuerpo a cuerpo junto a sus compañeros, en medio de las luces, explosiones y bayonetas que penetraban a los combatientes y enseguida el dolor. ¡Oh! Ese horrible dolor en su pierna cuando fue atravesada por la metralla.
Como pudo, se arrastró lentamente hasta llegar con Mario, que continuaba oculto y se desplomó junto a él. La lágrimas surcaban las mejillas del gringuito, que horrorizado gritó cuando el cuerpo inerte de otro compañero rodó por la rocas y cayó sobre ellos.
El endeble control que tenía, se hizo añicos y el pánico lo dominó por completo. Sin poder hacer nada, Dionisio observó como su amigo salía corriendo, huyendo hacia ningún sitio. Los gritos de angustia de su querido amigo, fueron acallados por el enemigo. Para cuando Dionisio logró llegar a él. Los últimos estertores convulsionaban el ensangrentado cuerpo. Llorando sin tapujos, abrazó a su compañero, a su amigo, a su hermano.
El fragor de la batalla ahora sólo era un rumor apagado, un murmullo que hizo que la noche fuera distinta de cualquier otra. Tal vez fue una fría ráfaga de viento o el traspié de otro muerto, pero en ese momento levantó la mirada y se encontró directamente con la de Ismael, que al no poder huir, también se había ocultado entre los riscos.
Dionisio terminó finalmente de contar su secreto. Tenía la sensación de haberse quitado un enorme peso de encima. Estaba nuevamente en paz y más ligero que nunca.
Observó a Don Scaranto que lo miraba entre gruesos lagrimones.
-¿Estás diciendo que mi hijo fue un traidor, un maldito desertor? –sacudió la ajada hoja de papel
-Esa es la prueba –le dijo señalando la carta–Ismael va a decir la verdad si no le da dinero y no quería que se enterara de esa manera.
-¡Mientes! ¡Mi hijo no fue ningún cobarde y nadie va a manchar su memoria! –explotó trastornado. -¡Es el héroe de Loma Verde!
-Lo siento Don Scaranto. Le juro que…
Las palabras fueron acalladas por el cuchillo de Scaranto. Hundió la ancha hoja profundamente en el estómago de Dionisio que se dobló sobre sí mismo y se derrumbó en el suelo unos instantes después.
La mirada incrédula, el dolor.
Dionisio era un altar y una ofrenda a la vida arrebatada. Esa triste melodía de pesar que lo oprimió durante mucho tiempo, por fin se rompió en mil pedazos y el cálido aliento de la muerte lo recorrió.
Saboreó los últimos instantes de su permanencia y abrazó el ocaso de su vida en una intraductible vorágine de balbuceos.
La muerte rasgó la noche en pequeños matices brillantes y Dionisio cerró los ojos mientras su vida se filtraba gota a gota nutriendo la tierra sobre la que permanecía y el viento se llevaba las cenizas de la carta de Mario.
Al día siguiente, Don Scaranto reportó dos cuerpos asesinados junto a los andenes abandonados. Uno era el de Dionisio Frutos, el otro era un desconocido.
Don Scaranto dijo haber escuchado a Dionisio llamarlo Ismael, pero no estaba seguro.
Ambos hombres había comentado su intención de acudir a un bar y platicar sobre su hijo Mario, quien les salvó la vida en la batalla de Longon.
Le dolía en el alma la muerte de Dionisio, quien se había convertido en un hijo para él, pero ahora estaba junto a su querido hijo Mario y eso le daba consuelo.

Fin

Texto agregado el 30-06-2012, y leído por 275 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
01-07-2012 Un texto de gran calidad. Todos estuvieron muy bien, de principio a fin. Mi más cordial enhorabuena. Idaluz
30-06-2012 Me pareció muy bueno este texto. rhcastro
30-06-2012 De tal palo tal estilla. El hijo no podría ser de otra forma. Buen final umbrio
 
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