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Inicio / Cuenteros Locales / carlitro350pajaritos / Carlitos 2: la tarea

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7 dias atrás...


Eran las 8 y cuarto. 15 minutos después de la maldita 8 en punto. No entiendo como a uno lo hacen estudiar con sueño. Las clases debieran empezar a las 10:00. A esa hora ya se esta bien despertado y, mucho más, si antes hubiera recreo para jugar y gastarse las ganas de converzar. Ahora comienzo a comprender la cara de pañuelo usado de la profesora; Debe ser tremendo estar medio siglo levantándose temprano. De tanto sueño acumulado, los pliegues de su rostro no se levantan y cuelgan como hamacas. Eso explicaría porque su sonrisa siempre esta al revés.


–¿Estas son horas de llegar Carlos muñoz? –me dijo teatralmente, cuando crucé la puerta de la sala. Y antes que me diera hipo por querer tragar saliva con la boca seca, la profe siguió con su ironía– ¿Otra vez el trafico?

Estaba acostumbrado a que no creyeran el motivo de mi atraso, así que seguir insistiendo en la verdad no tenía sentido, porque si hay algo que molesta, es que no te crean cuando se dice la verdad. Por eso, para no sulfurarme, empecé a decir puras mentiras.

–No mi linda profesora, se equivoca (primera mentira). Pasó que me quedé dormido (segunda mentira).

–Viste Carlitos que no cuesta nada decir la verdad.

–Tiene razón profesora (tercera mentira)

Era increíble como las mentiras blancas conseguían complacerla y desparramarla en su silla. Yo no era mentiroso, pero sabía que a veces la cruda verdad duele más, mucho más; Como una vez que regresé a la casa con la cabeza partida y ensangrentada por culpa de la Mireya que, con increíble puntería, de lejos me lanzó una piedra picosa del porte de una manzana. Mis papás al verme sangrando como un cristo, levantaron los brazos y pusieron una cara de terror, y a mí seguro me hubiese dolido harto más de haberme visto mi verdadera cara de asesinado. El accidente era súper grave, pero yo no estaba preocupado. Eso sí, mi cabeza estaba reocupada; me latía todo el rato como si el chichón fuera un segundo corazón saliendo por mi frente. Por eso, mi lema inventado por mí y que espero algún día sea creído por muchos para que sean tan feliz como yo, es “dichosa la ignorancia”. Porque esa vez fue bueno desconocer el aspecto de mi cara de asesinado. También imagino que comer ratones debe ser sabroso, siempre cuando se ignore que se come ratón. O que todas las comidas nos sabrían a caca si viéramos los microbios que comemos. La dicha reside en ignorar lo malo de las cosas para disfrutarlas bien; Dios cachaba esa volá, por eso los bebés nacen ignorantes. Y por eso los cavernícolas debieron ser súper felices.

–Carlitos ¿Cuál es tu sueño en la vida? ¡Carlitos, otra vez en las nubes!

–Disculpe profesora, me repite la pregunta por favor.

–Cuando tú nos interrumpiste, trabajábamos en esto –dijo, apuntando a la pizarra, desde la cual se leían distintas profesiones–. Deben escribir un ensayo con nota sobre el máximo sueño que tengan en la vida y entregarlo el próximo lunes. ¿Alguna duda?

Tenía chorrocientas dudas recién nacidas, pero no le daría en el gusto. Sabía que me diría– Carlitos, ya explicamos eso. Eso pasa por llegar tarde.

Ser incomprendido se sentía mal, triste; era como ser estrujado y gotear del ojo por dentro, sin poder secarse. Por eso con el dedo índice junte la inteligencia en un punto de mi frente y juré que comprendería a mis rebeldes e indefensas dudas pequeñas. Al rato mis dudas crecieron y no pude comprenderlas más. Eran muy locas. Me pase casi toda la clase con mis dudas. Entonces estiré el cogote para ver el cuaderno del Herrera. Mi sensación de impotencia fue tan potente que sin querer se me descorchó por la boca con saliva y resfriado.

–¡Profesora! –Gritó el Herrera, y con el dedo apuntando a mi cara me acusó– ¡Me escupió el cuaderno!

Me defendí alegando que fue sin querer queriendo y que el Herrera había robado mi sueño. El muy copión quería ser astronauta, igual que yo. Y yo sabía que la NASA elige puros gringos rubios con dientes perfectos; y yo era moreno, chilenito y con colmillos separados. Necesitaba un milagro. Y hay que ser inocente para esperar que ocurran dos; para que la NASA escoja al herrera y a mí.

La profesora revisó mi cuaderno y me dio una tripleretada: por mi cuaderno en blanco, por mi saliva voladora, y porque sí. De nada sirvieron mis explicaciones de que yo necesitaba primero comprender mis dudas antes de escribir mi sueño en el papel. No fuera que mi destino quedara escrito y me arrepintiera en el futuro.


Desde aquel momento decidí, para que no fotocopien mi sueño, vivir con mis dudas grandes hasta que sean ancianas y mueran de forma natural.

Texto agregado el 05-07-2012, y leído por 183 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
06-08-2013 Me gusta, sigo. filiberto
05-08-2012 me gusta como escribes, ya te lo he dicho. ;) avefenixazul
 
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