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Inicio / Cuenteros Locales / rosaAlbaChavez / ¿Dónde está Macario?

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Esta, como otras noches, otras tardes, otros días, otros meses, otros años, Macario no llegó a casa. Desde hace cuatro días nadie de la familia sabía de él.
Justo a la hora de la cena Ana, su esposa, escuchó sonar el celular dos veces seguidas. Se trataba de un número desconocido. La primera vez servía la comida a sus hijos y ni siquiera tomó el teléfono; la segunda vez dejó de sonar mientras entraba a su cuarto buscando privacidad para contestar.
En la soledad de su habitación, sentada en su cama, angustiada y pensando que quizás era Macario quien llamaba, esperó unos minutos a que el teléfono sonara una vez más. Pero no sonó más y ella regreso a la cocina, donde cenaban sus tres hijos. Para quitarse la angustia le pidió a su hija le transfiriera crédito y así llamar al número desconocido, pero al hacerlo nadie contestó.
Cuando sus hijos terminaron de cenar, ocultando su angustia los llevó a dormir. Luego de limpiar la mesa regreso su cuarto, dejo el celular en el tocador y se recostó sin siquiera cambiarse, con la esperanza de escuchar el teléfono. Quería que fuera su esposo; pero nada de eso sucedía.
Estaba rodeada de un silencio sepulcral: sólo algunas veces escuchaba rugir su estómago. Ni siquiera cenó: no quería cenar sin el, sin la esperanza de verlo, sin saber qué le pasaba, sin entender qué había ocurrido. No, tampoco se sentó a llorar cuando vio que en el reloj dieron las doce, porque ya no tenía lágrimas ni ánimos para hacerlo: estaba algo más que acostumbrada.
Ahora, recostada, ya no quiso confundirse o angustiarse hasta caer en la histeria, hasta arrancarse los cabellos, hasta querer salir corriendo a buscarlo, hasta aventarse al paso de algún coche, hasta aventarse al paso del metro.
Pensó en sus hijos y quiso ser optimista; recordar como otras veces, antes de dormir, sus mejores años vividos con Macario, el único hombre de su vida. Quiso vivir en sus recuerdos, en su luna de miel; en el nacimiento de sus hijos, en lo mucho que lo amaba, en los primeros besos, en las primeras caricias…
A veces le era imposible no regresar a la angustia, a la desesperación que le provocaba la ausencia de Macario. Trataba de engañarse a sí misma imaginando, como otras veces, que quizás estaba en otro lugar mejor, sin pobreza y que algún día vendría por ellos y se irían juntos.
Envuelta en sus pensamientos, dando vueltas en la cama sin poder dormir, transcurrieron las horas. La venció el sueño a las dos de la mañana, y como otras veces soñó a su Macario.
Soñó que se casaba nuevamente con él. El festejo era a las orillas del mar; ahí estaba ella con su largo vestido blanco rodeada de sus hijos, quienes llorando y sonriendo festejaban. En medio de la boda ella y Macario subían a un autobús que él manejaba, y que se adentraba en el fondo del mar. Viajaban felices admirando los peces hasta que abordó el camión una sombra que le dio a Macario una bebida embriagante y un polvo blanco. Aquello provocó que el autobús chocara con una roca. A Macario lo sacó de entre los fierros un hombre, alguien parecido a José, el homosexual que durante un tiempo le pagó su adicción a la cocaína.
A ella en cambio la sacaron sus hijos y la llevaron a casa con el vestido empapado y sin herida alguna, dejándola en la puerta. Al entrar a la cocina vio a Macario, herido por mordidas en el cuerpo, y a José con navajazos en las manos.
Dio la espalda a tal imagen para no llorar ni sufrir más; sin embargo en ese momento su sueño se convirtió en una feroz y desgarrante pesadilla al ver a través de la ventana a la calle, a sus hijos inhalado cocaína. Angustiada, salió de la casa corriendo, arrastrando su vestido de novia sucio y mojado. Atravesó la calle llorando, buscando a sus hijos. Pero sólo llego a la cárcel donde estaba encerrado Macario. Quería reclamarle por sus hijos, pero se quedó paralizada, cuando estuvo frente a él, al verlo rodeado por sombras que lo atormentaban e intentaban asfixiarlo.
Cuando a ella se le acercó una de las sombras, quiso gritar para pedir ayuda, pero algo la enmudeció. Lo intentó varias veces pero sentía le cerraban la boca. Algo o alguien le impedían gritar y le hacían sentir un miedo indescriptible. Quiso huir de las sombras, pero se vio atada a una pared y no pudo hacerlo.
Sin poder moverse siquiera, se rindió, se quedó quieta, en medio de una soledad escalofriante, esperando lo peor. Rodeada por la oscuridad de las sombras vio surgir un punto de luz. Se llenó de esperanza, pensando que se trataba de una salida, pero cuando la luz se hizo más clara y grande sólo vio un periódico en la pared con la foto de Macario decapitado. Aquello le generó tormento y dolor.
Estaba viviendo su pesadilla como si fuera una realidad, como si sus sentidos estuvieran despiertos. Lo soportó todo hasta que en su oscuro sueño su hijo menor se le acercó y la abrazó. Entonces pudo despertar y comprobó que eran casi las cuatro de la mañana.
Cuando despertó, su hija mayor la abrazaba. Se levantó con cuidado de no despertarla, pero su hija despertó también. La niña le preguntó por su padre, contestándose a sí misma que quizás había vuelto a caer en la cárcel. Ella estuvo a punto de llorar al escuchar esto, pero no lo hizo. Con los ojos rasos alzó la cabeza al techo, como implorando al cielo; luego de unos segundos bajó la cabeza, miró a los ojos a su hija, quien esperaba una respuesta, y le dijo: “Te quiero…Ya regresará mañana”.
Pero la niña, molesta, le cuestionó: “¿Por qué me mientes, mamá?”
Se disponía a explicarle a su hija cuando vio la sombra de una persona acercarse a la ventana y tocar. Preguntó a la persona detrás de la ventana cubierta por una cortina oscura a quién buscaba. La sombra le contestó: “Soy yo, Macario. Vengo mal, me dieron varios navajazos y mordidas en las piernas, me secuestraron… Ábreme, por favor”.

Texto agregado el 28-07-2012, y leído por 78 visitantes. (2 votos)


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