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Sin descanso
-¿Quién eres?-
Preguntó una voz que se escuchaba en la lejanía, pero que parecía provenir de su cabeza. Era una voz dulce que la llamaba casi cantando.
-¿Ana?- respondió ella como preguntando sin entender donde estaba, todo era oscuro, y veía imágenes que no lograba comprender.
-No te pregunté cómo te llamas, te pregunté quien eres- respondió la voz, esta vez más cerca. Mientras las imágenes en su cabeza parecían cobrar sentido. Nubes y sombras, de pronto un baúl enorme. Mirando alrededor encontró oscuridad, únicamente veía el baúl.
-¿Quién eres tú?- preguntó esta vez Ana, con algo más de firmeza
-Soy aquello que esperas, pero que te niegas a creer que esperas-
La voz provenía del baúl. Pero al mismo tiempo parecía salida de su cabeza, de sus entrañas, de su propia alma.
Ana caminaba, pero no veía sus pies. Levitaba en medio de aquella oscuridad, se acercaba al baúl o el baúl se acercaba a ella, no comprendía.
-¿Quién eres Ana?-
Esta vez la voz parecía lejana. Ella estaba en frente del baúl con una llave en su mano, pero no veía la llave, no veía su mano, no veía nada, solo la oscuridad. El baúl, hecho de agua y con cerraduras de fuego se abrió lentamente. Un abismo infinito dentro del baúl. Una caída infinita, un acertijo infinito. Y la voz seguía preguntándole… ¿Quién eres?
Ana cerró los ojos, pero no los cerró. El tiempo se detuvo, la caída termino, y el abismo seguía allí.
Suspendida en el espacio, en el tiempo, en ella misma gritó –Soy lo que quiera ser, ni más ni menos, soy el alma de la fiesta, soy el principio y el fin y este es mi sueño-
-¿En verdad eres eso que dices Ana?- era su propia voz, era ella mirándose a sí misma, era el abismo infinito mirándola a los ojos, perforándole el alma. Ana despertó, pero no abrió los ojos; despertó esperando no seguir allí.


Abrió los ojos lentamente, y no vio nada. No hay luz, no hay oscuridad, no hay abismo. No hay nada. Solo ella y aquella pequeña.
-Hola Ana-
-¿Quién eres?- Ana hizo un esfuerzo por ver a su alrededor pero no existía nada, absolutamente nada.
-Tú sabes quién soy- respondió la pequeña a su alrededor.-soy… el alma de la fiesta-
-¿Dónde estoy?
-En ningún lugar-
-Quiero despertar, ya estoy cansada de este sueño-
-y yo quiero morir, pero no puedo, es un universo difícil-
-Quiero volver a donde estaba-
-ok-
De pronto el abismo, la oscuridad reinaba sobre todo
-¿Qué es esto?-
-El tiempo- le respondió aquella voz, esta vez detrás de ella. Parada sobre el abismo estaba aquella pequeña de mirada perdida. Sus ojos negros se lograban mezclar en la oscuridad de en rededor, pero su piel blanca brillaba con un aura inquietante.
-¿Quién eres Ana?-
-No lo sé-
-Sí lo sabes, lo has sabido siempre, solo que no recuerdas- la pequeña la tomó de la mano, y la llevó a través del abismo, de pronto una luz, un recuerdo. Veía, pero no podía moverse a su antojo, veía a través de los ojos de alguien más, veía a través de sus ojos. Era ella a los 6 años. La mesa estaba servida, un desayuno, un plato de cereal, jugo de naranja. Lo recordaba, pero no lo sentía. Era ella en su cuerpo de 6 años.
-no me gusta esto mama, todo esto esta frio, ¿me calientas unas tostadas y me preparas chocolate?-
La cocina era pequeña pero acogedora, iluminada por las dos grandes ventanas. No lograba ver bien, pero allí estaba ella. Aquella mujer con su delantal sonrió, tomo dos rebanadas de pan y sacó leche y dos huevos de la nevera.
-Que no se entere tu padre que hay tostadas francesas-
El olor se le hacía familiar, pero no podía olerlo, no estaba allí.
Un hombre entró a la cocina. Algunos gritos, las lágrimas de su madre, ella lo veía todo, pero la visión era borrosa, sus lágrimas ocultaban todo. De pronto el silencio. La mesa estaba servida, un desayuno, un plato con tostadas francesas, leche achocolatada caliente, su madre le sonreía.
-¿Por qué lloras Ana?-
-¿Donde está papa?-
-¿Quién?- su madre sonriendo la miro a los ojos. Su rostro estaba limpio, sin lágrimas. Nadie más estaba en la cocina.
-¿donde está papá Ana?- pregunto la pequeña. El abismo se hizo infinito de nuevo
-Mi padre desapareció-respondió Ana con lagrimas en los ojos - nadie sabe de él, ni siquiera mi madre lo recuerda, mi padre nunca existió-
-¿Desapareció?- la voz de aquella criatura se escuchaba lejana, pero su mano estaba sobre la de Ana.
Una luz. Un recuerdo. Un cuaderno, un libro, el pupitre de madera. Ana de 14 años está medio dormida en la primera fila de su clase, mirando su cuaderno de matemáticas. Fracciones. Sus ojos se cierran y se abren con lentitud mientras la voz de su profesor intenta llegar a sus pensamientos.
Miró la pizarra que se desvanecía, y allí están sentados sus compañeros en la clase de enfrente, desvaneciéndose.
Los gritos la despertaron. Y sus compañeros junto con la pizarra estan allí de nuevo.
-¿lo viste?- una voz a su lado preguntaba.-todo estaba desapareciendo-
De nuevo el abismo. De nuevo la nada.
-¿Quién eres Ana?-
-no lo sé-
¿Quién soy Ana?
-no lo sé-
Las lágrimas de nuevo brotaron de sus ojos. Pero sus ojos no estaban allí, seguían perdidos en la nada al igual que sus lágrimas.
-¿Aun no lo sabes cierto?- la pequeña la miraba con una sonrisa tranquila. Se sentó en frente de Ana mientras acomodaba su vestido diciendo –eres aquello que quieras ser. Eres el principio y el fin, ¿Cómo has podido olvidarlo?-
El vacío empezó a llenarse. Un edificio, una casa, un hombre, un grupo de niños, las colegialas en sus uniformes, y Ana de nuevo veía sus manos, sus pies, era ella en este extraño mundo.
-han pasado eternidades completas, y en cada una este es tu mundo, repites una y otra vez lo que alguna vez sucedió. Y siempre el resultado es el mismo. Siempre terminas sola, siempre terminas aquí, en la inmensidad del vacío-
Ana se dejó llevar por la pequeña a través de calles llenas de gente que no se percatan de su existencia. Humanos cada uno más parecido al anterior llena cada uno de los rincones de este mundo. No se miran, ni se conocen, ni se saludan, ni interactúan. Solo pueblan.
De pronto ambas se detuvieron en frente de un parque amplio, lleno de pinos y abetos. Una luz tenue se colaba entre las copas de estos dejando sombras sobre Ana, mientras la pequeña seguía mirándola.
-eres lo que en el universo se llama una anomalía de creación universal-dijo la pequeña- si es que es posible llamarte así, ya que tú fuiste la que escogió ese nombre-
Un hombre tras unos arbustos hablaba alegremente con una muchacha de unos 20. Ana no lograba distinguirlos con precisión. De pronto el hombre la miro a los ojos. El hombre podía verla, sabía que estaba allí aunque ella en realidad no existía aun. Su mirada era profunda, y su sonrisa maliciosa. Ana no lograba recordarlo aunque sabía que lo conocía.
Aquel hombre de ojos marrones le hizo un guiño y continúo hablando con la muchacha. Ana se acerco a ellos pero el rostro de la joven estaba borroso.
-sabes que te amo- dijo aquel hombre – lo sabes muy bien-.
-y yo a ti, con todas las fuerzas de mi alma- dijo la joven – no quiero dejarte ir, nunca-
Un beso, un largo beso, uno de despedida. Ana estaba congelada, no podía moverse, ni proferir palabra.
-¿quién eres?- por fin Ana logro reunir fuerzas para hablar.
El hombre mirando a la joven dijo – estoy en ti, y tú en mi- puso su mano sobre el pecho de la joven, como queriendo tocar su corazón.-Soy el final de la fiesta-.
De pronto la mano de aquel hombre se convirtió en luz. Una luz brillante como el sol. Ana cegada por el momento y aun inmóvil se vio a si misma tendida en el suelo, pálida, sin vida. Aquella joven era ella.
–Siempre estaré aquí, esperándote Ana. Siempre, aunque parezca mucho tiempo- dijo el hombre mirándola a los ojos, directo a su alma.
De pronto las imágenes empezaban a llegar a su cabeza como recuerdos uno tras de otro. Y Ana lograba ver su vida, una y otra vez pasando frente a ella. Su nacimiento, sus primeros años, aquel chico que se enamoraba de ella aquella vez en el bachillerato. Y al final de todo estaba él. Ese hombre de cabello castaño y mirada profunda. Ella empezaba a recordar su amor por él, sus besos, sus caricias. Y él en cada recuerdo la hería. La mataba una y otra vez, y de nuevo todo se repetía. Su nacimiento, sus primeros años, aquel chico que se enamoraba de ella aquella vez en el bachillerato, y de nuevo él.
-tú eres el principio y el fin Ana, lo controlas todo, lo creas todo, y todo lo destruyes-
-¿entonces por qué no puedo controlarlo a él?-
Ana y la pequeña estaban una en frente de la otra y Ana lo comprendió. Aquel árbol, aquella mujer, los niños, las colegialas, aquella pequeña que la acompañaba. Ella era cada uno de esos seres, ella era el universo mismo, excepto por aquel hombre de cabello castaño. Una y otra vez, ella recreaba el universo, volvía a empezar todo, a construirlo todo, solo para verlo a él, para estar con él, para entenderlo, tomarlo de su mano y hacerle el amor. Una y otra vez su memoria se perdía en su propio universo, ella nacía, crecía, y lo buscaba entre su propio mundo, para que al final, una y otra vez él la asesinara sin que ella pudiera hacer nada por evitarlo. Una y otra vez. Y de nuevo, esta vez, no sería la excepción.

Texto agregado el 14-08-2012, y leído por 87 visitantes. (0 votos)


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