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Carlos y Amanda se vieron por primera vez durante las pruebas de ingreso a la Universidad. La casualidad los llevó a examinarse en pupitres cercanos y ello fue suficiente para que Carlos se volviera loco por Amanda.
Me acuerdo que en aquellos tiempos Carlos era una especie de caña brava con orejas, montado en unos zapatos del número 10. Pero tenía sus encantos. Le gustaba la música. Era un trompo bailando. Capaz de hacer un poema y decir el peor chiste y todos reírse. Concluyendo: era feo, pero contento.
Amanda, bueno, Amanda era punto y aparte. Ella era la expresión en vivo, directo y a todo color de una Criollita de Wilson. No es ocioso decir que Carlos pasó por su lado sin pena ni gloria. O sea, con locura por una parte, la de Carlos, e indiferencia por la otra, la de Amanda, comenzó así esta historia.
La vida, el amor y el decursar de los días, se unieron para llevarlos a matricular la misma carrera: para los dos Historia, la para Carlos la carrera adicional de estar siempre cerca de ella. Era un amor sincero, alejado de competencias o de conseguir la mejor niña del curso.
Cada lunes, lloviera, tronara o relampagueara, Carlos le entregaba una flor a Amanda. Ensayaba su mejor piropo. Trataba de estar siempre cerca de ella. El resultado había sido siempre el mismo, pues Amanda ni lo miraba. Recibía la flor y le oía el piropo. Hago un aparte para decir que ella no despreciaba estas muestras porque Carlos utilizaba sus mejores mañas para agradar y eso tenía algún valor.
En varias ocasiones en que se hablaba de los muchachos, comentó Amanda con sus amigas:
-El es agradable, un poco cargoso, pero sí, flaco y desbarata´o a matarse.
Cuando Carlos supo de este comentario, el alma se le fue para los pies. Podía resolver cualquier cosa, pero nunca se preocupó por su presencia física. ¿Qué podía hacer ahora?
La Historia no se prestaba para la actividad física. Y él, mientras consultaba en la biblioteca libros y revistas viejas, le daba vueltas en la cabeza a la forma de cambiar su imagen ante Amanda.
En una de esas consultas bibliotecarias, cayó en sus manos una Bohemia vieja y se encontró un anuncio de Charles Atlas, aquel que hacía el cuento del alfeñique de cien libras que cambió su estampa hacia el hombre más perfectamente desarrollado del mundo. ¿Se acuerdan?
Carlos sonrió. Ese era su caso. Pero un tema era querer y escribir en la revista un artículo propagandístico y otra, muy distinta, lograrlo. No obstante, algo le quedó por dentro.
Repito que él era capaz de cualquier cosa. Se fu para el gimnasio de la Universidad y empezó sus tandas de “hierros”. No necesitaba competir en el mundo. El quería solamente a Amanda y ella decía que él estaba muy flaco. Sumándolo todo tomaba su preparación con más y más ahínco.
No pasó inadvertido para nadie el cambio que estaba dando la figura de Carlos. Pero Amanda se había preparado una coraza de rechazo y no deseaba dar su brazo a torcer.
Por fin, casi dos años después, lo que se inició para Carlos como un capricho, dio sus frutos. Integró el equipo de levantamiento de pesas para los Juegos Caribes. La competencia fue difícil, pero la medalla de en oro en el total de los dos movimientos fue a su pecho.
Bajó del podio. Corrió a bañarse y cambiarse de ropas. Evitó a los compañeros que deseaban saludarlo. Ese éxito no era suyo. Una sola persona era la responsable y a ella le ofrecería su medalla.
Ya pueden imaginarlo.
Esperar una guagua en esta tensión de nervios era insoportable. Salió caminando, casi corría. Bajó por la calle Zapata hasta G, de ahí a la Avenida de Rancho Boyeros hasta Santa Catalina, bordeando la Ciudad Deportiva. Subió hasta las cercanías del cine Alameda. Conclusión, una hora y 45 minutos de camino. Pero, ¿eso qué importa cuando se ha esperado dos años por el amor de su vida?
Llegó a casa de Amanda, abrió la reja del jardín. Subió los diez escalones hasta el portal y allí en el columpio, tal y como él lo esperaba vio a Amanda.
Bueno, no tal y como esperaba.
Amanda no estaba sola. A su lado vio a Juan Alberto, el de tercer año. O más exactamente, vio a “Juanito el Flaco”, su amigo de toda la carrera.
Miraba a Juanito y se veía a sí mismo, pero dos años antes.
¡¿Qué había pasado?!
La respuesta no se hizo esperar. Veía moverse los labios de Amanda. La oía y no la entendía:
-Perdóname, Carlos, pero tu empeño me hizo comprender que lo importante no es lo físico, ni lo externo. Lo fundamental se lleva dentro y este flaco que tengo a mi lado, puede ofrecerme todo eso y mucho más.

Texto agregado el 18-08-2012, y leído por 178 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
07-09-2012 pobre ex flaco pero lo importante no es la figura************** yosoyasi2
02-09-2012 Que bueno!!! silvimar-
 
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