Era de noche, en el cielo había un sol de medio día, la gente iba de un lado a otro como hormigas sobre el azúcar derramada y él estaba solo.
Estaba solo como un monstruo de culpas, un grito divagando en el eco de un desierto, miraba las calles de aquella noche diurna donde dormía la luna, tal vez ensimismada en un rincón del cielo, estaba solo y buscaba en las caras de los otros sonámbulos un gesto que le hiciera soportable el mundo; una sonrisa tal vez para esperar otro día u otra noche, daba igual.
Hubo un amanecer que murió por eutanasia y ya no habían cicatrices en sus muñecas, ya no había nada más que ese sol oscuro y él estaba solo muerto de rabia, muerto de miedo, muerto.