Diez perlas en la hendidura de mi vacío balanceaban su arte y en medio de mi cuello se engarzaron cual lágrimas que no llegaron a mis ojos.

Mi lamento quedó en afonía cuando el pez de mis suspiros, en laberintos y segundos, escapó estridente al Mar de los Ensueños. Así fue, que llegué a ser sirena y salí tras el deseo de encontrar un misterio.
En sondeos, el edén se pintó en tesoro de reliquias doradas en el fondo del océano y en la exquisitez de ese lecho destelló con delicadeza sobre mi ombligo, una flor blanca de centro amarillo. Esta, por varias noches y soles, emanaba un tibio perfume azul de murmullos cantarines.

Al tiempo, con fuerza , la flor llegó a la orilla y posada en la arena renació en niña. Ella riente se divertía entre mi cola de escamas, mi collar de perlas y un medallón de oro. De su carita morena brotaron tenues rizos blancos. Pícara y tierna a la vez la pequeña, simplemente, preguntó su nombre. Y ausente de todo espacio y tiempo levitó, siendo el aliento de esa flor la que salpica a mi vientre, entre risas y algas.