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Una fría brisa bajaba cargada de humedad desde las altas cumbres, arrancando a los árboles sus últimas hojas y creando una hermosa lluvia de calidos colores.
El bosque entero parecía sumirse poco a poco en un extraño sopor y solo algún pajarillo se atrevía a romper el silencio reinante.
El Sol declinaba ya y un joven muchacho regresaba a casa mientras comprobaba una por una las trampas que había ido colocando días atrás. Se disponía a quitar una vacía, cuando le pareció escuchar unos pasos furtivos. Se giró sobresaltado, pero no vio a nadie alrededor, por lo que regresó a su faena. Metió el lazo en su jubón y en ese momento le pareció escuchar una estridente risa. Esta vez, busco mejor entre los árboles y arbustos. Nada. No había nadie. Pero de nuevo escuchó aquellos pasos furtivos y esta vez creyó ver, entre los arbustos, unas pieriecitas desnudas alejarse corriendo.
Hacia frió. "Como... ¿Como iba alguien a correr desnudo por el bosque?". Pensó que quizás era alguien que necesitaba ayuda, pero aquella risa... casi parecía burlona.
El joven corrió y corrió tras aquella risa, tras aquellos pasos...De vez en cuando le parecía ver una mano, pequeña y grácil. Unas piernas bajo los arbustos...Por un momento creyó ver que aquel ser tenía la piel tan blanca como la nieve e incluso parecía refulgir como ella.
No sabía cuanto rato llevaba corriendo, ni donde se encontraba en aquel momento, pero esta seguro de haberlo visto en aquel claro. Paró un momento para descansar pues le faltaba la respiración y se arrodilló en el húmedo suelo. Un sobrecogedor silencio era el dueño del lugar y el muchacho se incorporó al rasgarlo, de nevó, aquella burlona risa. Esta vez parecía venir de todos lados al mismo tiempo...Luego, un susurro en su oído, la misma risa...Lo hizo caer al suelo de culo.
Justo enfrente de él, en medio del claro, había un montón de rocas cubiertas de musgo y sobre ellas, había crecido un enorme y viejo roble, cuyas raíces parecían abrazar a las rocas.
¿Que era aquel lugar? ¿Que estaba pasando?
En aquel momento vio como de entre los huecos de las rocas surgían cientos de pequeñas lucecillas de varios colores que revolotearon alrededor del árbol y las rocas.
El primer pensamiento del joven fue que eran luciérnagas, pero no...No se movían como insectos, incluso le pareció que se movían con ritmo, como si siguiesen una canción. En aquel momento, de nuevo aquella risa cantarina que lo había llevado hasta allí se alzó en el aire. Al principio sonaba como una risa pero poco a poco aquel sonido fue convirtiéndose en una hermosa melodía con cuyo ritmo se movían las pequeñas haditas luminosas, creando así un espectáculo de color.
Sobre las rocas se fue creando un remolino de color, dentro del cual se iba formando una vaporosa silueta, tenue al principio, pero que poco a poco fue cogiendo consistencia hasta crearse de la nada una pequeña figura que parecía una niña.
Ante él tenía lo que parecía una niña, pero la belleza de su rostro denotaba una sabiduría inmortal. Aunque su tamaño era el de una niña de unos diez años, su cuerpo estaba completamente formado, como la más hermosa de las doncellas. La delicada criatura bailaba junto a las haditas, que revoloteaban a su alrededor, y de su garganta surgía esa hermosa risa cantarina.
El muchacho estaba embelesado con aquella escena, pues en verdad, era lo más hermoso que sus ojos mortales podrían ver; las hadas revoloteaban de aquí para allá. Su reina cantaba sin dejar de mirar al joven con aquellos negros ojos que brillaban como estrellas del firmamento.
Comenzó a nevar y poco a poco, el mundo entero se cubrió con su manto albino.
Las horas pasaban en aquella extraña noche y el muchacho no se dio cuenta del tiempo que allí pasó, ni del frío que poco a poco le agarrotaba los músculos, ni del hechizo del que estaba siendo preso. No se dio cuenta del momento en el que ocurrió. No dolió. Fue una muerte llena de paz y tranquilidad.
Un instante antes del amanecer, el enjambre de haditas comenzó a revolotear del ya inmóvil muchacho. La reina dejó su trono de roca, al pie del árbol y entró ella también en el remolino de luz que sus pequeñas súbditas creaban al volar.
Las haditas volaban cada vez más rápido, hasta que sus destellos coloridos envolvieron el cuerpo del joven por completo, y en el instante en el que el primer rayo de Sol iluminó el lugar, las hadas desaparecieron y allí donde había habido un muchacho, brilló una hermosa estatua de hielo. Ya no había carne ni huesos, solo agua helada. Una hermosa estatua de hielo que representada a un muchacho arrodillado, abrazado a lo que parecía una niña.
El hada del estío lo eligió a él aquel año, a aquel muchacho. Un acompañante para su descanso invernal. Y allí seguirán en la misma posición, hasta que los primeros rayos del Sol estival deshielen la estatua y la reina de las hadas despierte de nuevo para reinar un verano más.

Texto agregado el 29-08-2012, y leído por 128 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
30-08-2012 Hermoso y mágico. Me fascinan los cuentos de Hadas, yo creo en ellas. Un abrazo. SOFIAMA
29-08-2012 Que bello relato Pire; me encanta la manera en que describes. Un abrazo!!!! 5* felices yar
 
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