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HACIA UN ESBOZO


Él creía que el silencio era buena compañía. Luego comprendió que el silencio era señal de incertidumbre, sin espacio para real tranquilidad.
En el último tiempo, entre tanto mutismo exagerado, el joven L se sentía tan profundo que ni él mismo lograba observar lo que ocurría en su interioridad. Se lo hizo comunicar a su convidado, el viejo señor I, mientras compartían una misma habitación a puertas cerradas, sentados ambos sobre un ancho sillón descolorido. Debían llegar a algo, pues era ya tiempo de respuestas después de una larga discusión. Pero no lograban mucho.

-¿Y cuánto crees que me he tardado?- preguntó el anfitrión del lugar, el joven L, haciendo cruces sudadas con los dedos.

-No estoy seguro...- contestaba I mientras se hundía gozosamente en el respaldo -pero si supieras dejarte llevar y traerla contigo...

-Es que tal vez no tendría sentido.

-¿Y acaso importaría el que lo tuviera? Además, está allá fuera, sola, esperando siempre dispuesta. Así que, ¿importaría?

-Pero temo por lo que llegue a ocurrir con ella, a las secuelas de todo esto...- respondió L, sacando un arrugado y humedecido pañuelo desechable.

El convidado se puso de pie, se ubicó frente a él a pocos pasos y lo miró al rostro.

-Ya es tiempo del tambaleo, ¿no es así? Piensa en lo que has querido pero no has logrado... Me dices que lo harás, pero no lo quieres intentar... ¿entonces, qué diablos?

-Es que te lo he repetido un centenar de veces: no creo sentirme tan mal como la última vez para andar tomando tales decisiones...- pasó el deshilachado pañuelo sobre sus sienes -Siento superar el peso que recae en mis hombros... Seré fuerte y luciré mejor cuando el vacío se halla extinguido...- aún continuaba con la mirada gacha al suelo.

-¿Y quién entonces te apaga las ansias profundas y desagradables que te arrastran a tu propio patetismo? ¿Y cómo se extingue un vacío? ¡Eso es nuevo para mi!

El joven cerró el puño donde tenía el pañuelo y se lo acercó a la nariz, como oliendo el estupor creciente sacado de su frente. No tenía qué responder, dudando por un instante... hasta que algo asomó como excusa de su boca.

-No te burles ni me tomes tan en serio... desde hace horas que no logro ordenar y comprender mis ideas. ¡Mírame ahora, compartiendo contigo algo que humilla a mi orgullo desgastado!

-¡Sincérate contigo! El que un sentimiento sea privado, ¿significa que sea secreto? Te cansaste de pasar por las mismas ideas e imaginaciones calladas y sin concretar. Querías darte una ilusión algo más real de tus emociones, pero lamentas verte en la obligación de negarte a continuar creando tus propias fantasías, de las cuales aquella mujer era partícipe, callando y tragando todos tus sentimientos aparentemente desperdiciados. Tú lo acabas de mencionar: ‘orgullo desgastado’...

Un hondo suspiro interrumpió el discurso de I. Colocó sus manos dentro de los bolsillos grises y se dispuso a dar lentas vueltas por la habitación, girando alrededor del escritorio vacío, notando el peculiar adorno de polvo y mancha de agua que había quemado la superficie. Continuó entonces la segunda parte del discurso.

-Todo esto es por ti, por tu persona, por tu intimidad, por tu desahogo. ¿No quieres citar la frase aquella de hace un rato? No parecía un disparate, ya que te veías convencido cuando la dijiste.

-Es que no atrevo confiar en mi propio pensamiento...- abrió su mano y el pañuelo ya estaba desecho por el sudor, enderezándose lentamente y cruzando su pierna izquierda sobre la derecha, para sacudir su mano sobre la rodilla doblada.

-Dilo, qué tan difícil sería. Y qué tanto perderías.

-Pues... me prometí en elevar mi orgullo y mirar en menos a las nuevas situaciones... así nadie lograría alcanzarme ni herirme- y miró la palma de su mano aún sucia con trocitos desechables. -¡Pero necesitaba de una compañía ideal! Y ante el no encuentro de alguien que me satisficiera, me la representé en mis ratos libres, en mis viajes a la ciudad y en mis sueños...

Fue entonces lo suficiente para que el viejo I se volteara sorprendido.

-¿En tus qué? Repite, no logré entender...- y una sonrisa desapercibida por la tenue luz del lugar se asomó en su rostro -¿En tus sueños, tal vez?

-Eh... algo como eso... sueños.. sueños... Mas necesito un rostro agradable para identificarla, alguno apenas conocido y no accesible.- aún continuaba impávido mirando su palma, como buscando en ella una palabra adecuada y lo menos vergonzosa posible -Lástima que el primero fuera aquella de ojos ingenuos, el de una niña cándida, sencilla y callada. Y tan mentirosa a la vez.

Sin dudar I sacó del escritorio la silla cercana a su brazo y se arrojó por sobre ella, estirándose y haciendo tronar sus articulaciones.

-Ah, caballero...- exclamaba con cierto placer -Todas son unas mentirosas... Cuando creas conocer de verdad a una preocúpate, pues o estarás demente o serás un estúpido. Es más, tampoco importa en estos casos lo farsante que sea. Ahora importas tú y tu desahogo. ¿No era eso para lo que me llamaste?

Por un momento los rodeó un aire denso, sin siquiera con ruidos mínimos. Pero L lo intervino:

-Sí... algo así...

-Entonces, te vuelvo a preguntar, ¿qué esperas?- decía I, equilibrándose con sus piernas sobre el escritorio -Posees las capacidades necesarias para realizar tu sueño, de formularte preguntas burdas que te den las respuestas obscenas que lograrías únicamente si te propusieras a arrastrarte en lo profundo de tus sensibilidades y cargarte a esta joven sin remordimiento.

-Detente un momento. ¿A qué viene eso?- preguntó aparentemente desconcertado, enderezándose atento.

-¡¿A qué viene todo esto?!- recobrándose de inmediato afirmó ambos pies sobre el piso y se levantó alterado, ya sin la mueca siniestra de su sonrisa. Se dirigió al cajón superior del escritorio y sacó un manojo de papeles, todos con una esquina doblada por el desorden inescrupuloso de su dueño. -¿Quieres que te lea la certeza de anoche? ¿Quieres que te recuerde el llanto que creías inconsolable de anoche? ¡Déjate de tonterías! Hace unas horas, antes de encontrarnos, estabas dispuesto incluso a masacrar la virginidad de esa supuesta blancura femenina, ¡y me vienes a criticar algo que se vuelve instintivo en ti!- y acto seguido, arroja la pila de papeles de su mano al lado de L, desarmándose y cayendo al azar bajo y sobre los muebles -Recuerda lo insomne y disipado que estabas ayer... ¿a qué conclusión llegaste?

Otro silencio, y ahora se acompañaban de un ambiente acalorado de remordimiento pero también de arrebatos. El joven separó sus piernas cruzadas y miró a un lado, donde se hallaban desarmadas algunas duras y sinceras furias y a la vez dolorosa pena por la desilusión. Hasta que por fin pronunció algo que decía así:

-Creí que sólo me quedaban mis palabras, creyéndolas las más ideales herramientas para aliviarme y hacerme larga compañía. Mas tuve que caer en torpezas para lograr comprender que los sentimientos nobles son un lenguaje único, el reconocido por todos pero el más complejo para reducirse a cualquier otra forma. Cuando llegué a vislumbrar esto me pregunté: ‘¿qué hacer con tanta emoción por entregar?’ Me hubiese encantado una respuesta satisfactoria de su parte... Pero por las circunstancias elegí silenciar. Mas cuando me rendí a mi propio cautiverio deserté de mí mismo. Así, preferí arrancar como un cobarde, escapando de imágenes nuevas, y coloqué sonrisas falsas que me repugnaban.

También se puso de pie, tomó el chaquetón arrugado a un costado del respaldo, entre los papeles botados, y sacó una cajetilla del bolsillo interior. Olió uno de los cigarrillos, lo encendió e hizo una fuerte inspiración, botando de inmediato una bocanada enorme. Sonrió luego mostrando levemente sus dientes aún blancos y se dispuso a terminar lo dicho.

-Mmm... creo empezar a comprender lo que intentas sacar de mi... y veo que podría ser cierto... que la creatividad que no se deja dar vida da lenta muerte a su dueño. Es cosa de agarrarla a ella y darle como sea: total, no habrán arrepentimientos, sólo dilatación, suspiro y largo relajo en el final...

-Ella está para satisfacer, y no al revés...

El viejo I lanzó una breve carcajada, y cerrando los ojos tiró de una cadena amarrada al cinturón de su pantalón, apareciendo del otro extremo una billetera desgastada. La abrió y sacó una tarjeta, entregándosela a su anfitrión con estas palabras:

-Toma pequeño Literato. Cada vez que requieras ayuda con esa perra de tu Musa que tanto te daña y te abandona, no dudes en llamarme al número de la tarjeta, y tu amigo la Impulsividad te ayudará lo suficiente como para que la niña esta te tome en cuenta.

Agitando el cigarrillo para botar la colilla ya consumida, el Literato, el anfitrión abatido, tomó con gusto la tarjeta, la miró con extrañeza y sentenció (y admitió de una vez por todas) con agrado:

-Estimado... no ha sido nada fácil para mí el no quererla entre mis ideas. Ni en tardes joviales ni en el cansancio de la enfermedad quedo tranquilo, destacándola aún más en mis sueños reemplazando pesadillas: esta fiebre calienta mis sensaciones, hirviéndolas y mezclándolas, colocándola en escenas que rozan a veces el límite de la vulgaridad, pero que se mantienen levemente en una belleza y serenidad abarcadoras, pronunciando su nombre con esfuerzo y con peores ánimos, aunque prefiero tales imaginaciones que continuar deformado en la lastimera realidad.

-Ya sabes, ella está...

-Sí, ella está para satisfacer...

Y estrechándose las manos, ambos parecieron poner fin a una larga discusión en torno a esta mujer tan difícil de alcanzar, la Musa, y luego de alcanzada, satisfacerla como mejor se pueda.
Los escritos y sentimientos callados esperando impacientes a ser a-cogidos, por sí solos, no tiene valor alguno. Así que ya es tiempo de desgarrarse la mano escribiendo y dejarse estallar por los altos ritmos de la imaginería en un grito estremecedor de fuerte emoción, ansia y querer ocioso.

Texto agregado el 03-08-2004, y leído por 157 visitantes. (0 votos)


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