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Cuando un ser querido se va, todo se jalona de recuerdos, las imágenes vividas comienzan a acuciarnos con insistencia y aunque uno desee sustraerse de algo que nos es tan propio como las añoranzas, estas se quedan en nuestra mente hasta que finalmente son ecos que al menor estímulo, vuelven a aparecer.

Se van a cumplir dentro de poco, diez años desde la partida de nuestro padre y sin embargo, él persiste en el recuerdo, tal si el triste instante en que rindió su espíritu hubiese sucedido unas pocas horas. Lo suyo fue algo progresivo, pero en un breve lapso de tres meses. Poco a poco fue perdiendo la conciencia, y si bien, a veces nos sorprendía con gestos efusivos, al instante comprendíamos que todo en su cabeza era simple confusión.

Curiosamente, cuando fue internado en el hospital, pensamos que sería el principio de su extinción, ya que todo indicaba que su enfermedad, mezcla de una estadística penosa de males sumada su avanzada edad, lo irían apagando poco a poco. Por lo mismo, el día en que nos reunimos todos en rededor de su lecho, imaginamos que sería el crucial momento de la despedida. Sin embargo, él, que hasta entonces se encontraba en una nebulosa, sin reconocer ni dar muestra alguna de entendimiento, recobró en parte su conciencia, habló con todos y hasta intercambió una que otra palabra con su compañero de sala.

Fue entonces que hizo su entrada un sacerdote, quien nos saludó con gentileza y al ver tan animado a mi padre, se aproximó a su cama y le expresó que en vista de su enfermedad y a solicitud de los que lo querían, él le administraría el sacramento de la unción de los enfermos. Mi padre lo quedó mirando un instante, hecho que a todos nos encogió el corazón. Nunca había sido alguien que simpatizara con la religión, y no sabíamos como reaccionaría. Se produjo una extraña tensión en la sala, pensamos que se enfurecería, que diría algún disparate o se amurraría. Pero no, mi padre abrió su boca, sonrió complacido y respondió: -¡Mire que macanudo!

Todos nos largamos a llorar ante tal muestra de simpatía, ya que reconocimos esa expresión tan suya cuando algo le agradaba. Tras esas palabras, pareció aquietarse, sonriendo con todos y por todo.

Días más tarde, nuestro padre falleció, y no me cabe duda que al encontrarse en el portal desconocido del más allá, una vez más pronunció su consabido: ¡mire que macanudo! aceptando los designios de nuestra naturaleza, que conlleva la extinción y la especulación variopinta de los que nos quedamos en este mundo…













Texto agregado el 18-09-2012, y leído por 184 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
18-09-2012 Su recuerdo estará siempre y te acompañará en cada momento que lo necesites, relatas la historia con ternura, intimidad, nos haces sentir ese momento y lo compartimos. - ¡Mire que macanudo ! - esa frase me gustó, así de macanudo debe de haber sido tu papá. ***** Ignacia
18-09-2012 Un momento imborrable, diestramente expresado***** achachila
18-09-2012 Como siempre tu prosa es excelente, lo que cuentas con tanta facilidad, aun de lo doloroso que es... un abrazo sendero
 
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