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Mi papá tenía una tienda, una tienda sencilla, en una esquina de un barrio pobre, una panadería para ser exactos. Cuando era niña, pensaba en el cómo en un héroe, un poeta de la harina y el azúcar que volvía deliciosa cualquier masa deforme. Esa masa se volvía galletas después de unos cuantos mimos y de que entraba en el horno feo, gris y viejo. El horno, el terrible horno que me estaba prohibido, era la única cosa de la que no podía disponer en la tienda.

Ese horno representa para mí el primer gusto a lo prohibido, a lo que no se puede hacer pero que es como un imán. Yo lo tocaba a hurtadillas, para que él no supiera, y cultivaba el placer de mentirle piadosamente, de imaginarme moviendo las perillas multicolor, para que el horno empezara a calentarlo todo, a desprender ese olor dulzón- como a quemado-y a volver el aire menos denso por mi propia mano. A mí me encantaba acercarme cuando estaba caliente, cuando mi papá se descuidaba y yo podía jugar con el dolor, podía acercarme, probar hasta donde podía llegar, hasta donde soportaba tanto aire caliente alrededor. Toqué el límite un día en el que me quemé un dedo por perder el equilibro entre la embriaguez del aire y lo solapado del asunto.

Yo a mi papá no le miento más porque ya no está, se ahorró de mí toda la ingratitud de ser una imbécil que ya se quema con cosas peores. No volví a ver más el dolor en su rostro, el del día del horno, mientras yo gritaba de dolor y le pedía que me perdonara, que no me mirara más así, que me portaría bien. Cumplí mi promesa a mi modo, porque me porté muy bien por un año, hasta que ya no le importaba mucho porque estaba muerto. Se murió de improviso, sin avisar y yo ya no le pude prometer nada, no tuve tiempo ni de rezar, ni de negociar con Dios a ver si me lo dejaba, porque yo ya no quería tocar el horno, ni comerme a escondidas la masa de galletas de chocolate, ni decirle mentiras a mi mamá, ni hacerme la dormida para no comer. Yo sólo quería decirle que ya entendía de dolores, que no se tenía que morir, que con la lección del horno era suficiente.

Texto agregado el 24-09-2012, y leído por 286 visitantes. (4 votos)


Lectores Opinan
30-03-2015 Sentidísima. Puntual. Exacta. Una historia maravillosa, repleta de colorido literario, tierna y brutal a la vez, salida del horno del alma misma, como un regalo, o un obsequio dejado ahí a ver quien pase y pueda tomarlo, deleitandose en ello. Pato-Guacalas
31-01-2013 brutal, hermoso... triste tu sentimiento desnudo, tierno... no sé, todo a la vez, gracias por compartir ese dolor. La lección del horno a todos nos llega... vihima
25-09-2012 Bellísimo. Tanto lo es, que dudo entre preferir que sea una narración a que sea cuento. NeweN
24-09-2012 "Yo a mi papá no le miento más porque ya no está, se ahorró de mí toda la ingratitud de ser una imbécil que ya se quema con cosas peores. " Un gusto. Saludos Dhingy
24-09-2012 Me conmoviste porque este texto tuyo, además del aroma a galleta de chocolate, tiene olor a verdad, Te abrazo muy fuerte, y soplo aquel dedito que se quemó, con brisa fresca.***** MujerDiosa
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