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PEQUEÑAS IMÁGENES COTIDIANAS


Un tibio sol aplacaba el gélido frío que traía la brisa del mar. De todos modos se sentó en la terraza a beber el café de la mañana mientras leía el diario. Ella se acercó despacio con una taza de té en la mano y las páginas de sociales en la otra. Con un buen día involuntario lo saludó. Él levantó la vista ante su presencia y ella ni siquiera se preocupó en mirarlo.
Al enfriarse el té tan deprisa, se dio cuenta que la mañana estaba demasiado fresca para desayunar fuera y fue en busca del calor de la cocina.
La miraba partir. Su figura ágil y fresca le recordaba a aquella joven de la cual se había enamorado.
Muchos recuerdos le venían a la mente. Los primeros besos, las caricias tímidas, el descubrir del sexo y el amor. ¿Cuánto tiempo había pasado? Aquellas cosquillas que sentía al verla, dónde habían quedado.
Se preguntaba si ella aún sentiría lo mismo que él. El paso de los años anestesiaba el amor o a la pasión; lo que ahora experimentaba es el amor verdadero y lo otro, lo de los primeros tiempos, era la excitación, el frenesí.
Él le había propuesto un fin de semana lejos de los chicos, de la rutina, para darse un tiempo para charlar, para reavivar esas brazas aplacadas y volver a sentir el fuego que una vez los consumió.
Sentada en la banqueta bebiendo el té, leyendo el periódico, comiendo una tostada con manteca y mermelada, acomodándose el cabello detrás de la oreja cada vez que le tapaba los ojos, todos esas pequeñas imágenes cotidianas, cuántas veces las había visto sin mirarlas.
Comenzó a darse cuenta que la belleza continuaba intacta, o más aún... el paso de los años había acrecentado su hermosura. Esas mínimas líneas alrededor de los párpados, las huellas de tanta risa gozada junto a sus labios, le daban un toque de encanto a su incipiente madurez.
Él estaba distinto, los hombres envejecían precipitadamente. El vientre apremiante era el primer síntoma, la papada, las canas, cuando no, la caída del cabello. En cambio ellas, lograban, gracias a cremas, institutos de belleza, y demás artilugios mantenerse más jóvenes o dilatar la vejez.
Se conocieron en el cumpleaños de quince de una prima de ella. Él fue de colado. Llevaba puesto un vestido color rosa pálido, el cabello lacio y rubio que caía sobre sus hombros desnudos le atrajo enseguida. Acercándose tímidamente la invitó a bailar. Parecía una princesa rescatada de un cuento de hadas, para él, era la más bella, la más hermosa.
Danzaron toda la noche. Intercambiaron números de teléfonos y la invitación a reencontrarse en algún otro momento.
Pasaron unos días hasta que se animó a llamarla. Ella lo esperaba ansiosa.
Una tarde caminando por la rambla le dijo... ¿queres arreglarte conmigo?. Le sonrió, respondiéndole con un beso en los labios.
Con días de visita y salidas los sábados a bailar, transcurrieron los cinco años de noviazgo, hasta que decidieron casarse.
Eran jóvenes, con el mundo por delante. Él estudiaba y trabajaba, ella solo estudiaba. Con la ayuda de los padres de ambos; amor, pan y cebolla, fueron armando el hogar.
Luego el embarazo, mellizos... mejor dijo ella, matamos dos pájaros de un tiro. A él aún le quedaban unos años para recibirse de arquitecto, ella dejó los estudios a mitad de la carrera.
Ismael y Sofía nacieron prematuramente, las corridas al sanatorio, el armado de los bolsos, todo fue una confusión. Anécdota mil veces contada en cada reunión, acompañada de algún u otro agregado catastrófico, para hacerla aún más tragicómica.
Como una película la vida iba pasando delante de sus ojos. Teñida de momentos felices, otros más duros, pero fieles a esa promesa ante Dios, “en la salud y en la enfermedad, en la dicha y en la desgracia, en la prosperidad y en la adversidad”.


Parecería que copian una noticia de la otra, nada nuevo, siempre lo mismo, todo sabido, las mismas caras, la misma hipocresía. Recién son las diez de la mañana, del sábado, ¡cuanto tiempo falta aún para el lunes! Como dice el dicho... al mal tiempo, buen cara.
Me daré una ducha y luego veremos.
Un baño de inmersión es lo que estoy necesitando, igual... qué apuro hay.
Mientras la bañera se llenaba, iba colocando las sales, los aceites, para que hidratasen la piel y sentir como esa espuma perfumada penetre en sus poros y la haga sentir fresca, revitalizada.
El agua estaba como a ella le gusta, ni demasiado caliente, ni muy fría. Cierra los ojos y disfruta. Siente como las manos deambulan su cuerpo, esa voz ronca le susurra al oído lo hermosa que es. Cada uno encaja en el otro como una llave en la cerradura correcta.
Se reía al acordarse cuando se conocieron. Ella estaba sentada en la plaza de comidas esperando a Esmeralda que se había retrasado, como de costumbre.
- ¿Este paquete es tuyo?
- Ah, si no me había dado cuenta, gracias.
Era alto, cabello negro, ojos de igual color, la piel bronceada, cuántos años tendría... 25, 28 a lo sumo, más no creo.
Le regaló una sonrisa blanca y se fue.
- Hola Inés, perdona la demora, pero viste como es, los chicos, el tránsito, todo un enredo.
- ¡Ah!, hola, no te había visto llegar, ¿cómo estas?
- Se te ve distraída, ¿ pasó algo?
- No nada, todo bien... (pasó un morocho que me dio vuelta la cabeza, pero no te lo puedo contar).
- Tomamos un café y nos vamos de compras.
- Si claro, tengo que ver el regalo para Juan Pablo y otras cosas para los chicos.
- Ok.
Entraron a la tienda preferida de Inés, fueron al sector hombres a ver algo para su marido.
- ¿Qué te parece esta camisa, Esmeralda, o te gusta más esta otra?
- ¿Qué talle es, ésta entró ayer?
Al darse vuelta, otra vez esos ojos negros, esa sonrisa, esa voz ronca.
Quedó paralizada, como una niña atrapada in fraganti.
- Talle 44, ¿en azul hay?
- Si, ya se la traigo.
- Qué te pasa Inés, estás pálida como si hubieses visto un fantasma.
- No, no es nada, debe ser la calefacción del lugar.
- Aquí está señora.
- La llevo.
- Pase por la caja y gracias por la compra.
- Gracias, adiós.

Cuando regresó a la casa, ordenando las boletas de los gastos realizados, encuentra en la de la tienda donde compró la camisa, un teléfono y un nombre.
Se quedó un largo rato mirando el número, como si fuese el de la lotería o de algún premio de azar.
Un simple llamado y todo lo estable, rutinario, cotidiano, podría cambiar.
Sin saber muy bien por qué, decidió guardar el número... quién sabe, tal vez me anime, deje esta farsa de lado y lo llame, se dijo.
En el cumpleaños de Juan Pablo le entrega el regalo y se acuerda del joven.
Al otro día decide llamarlo por teléfono. La voz le temblaba, al igual que las piernas, estaba nerviosa, aturdida. Esa voz ronca inconfundible la atiende.
- Hola.
- Hola, habla Inés, bueno no sabes mi nombre, soy la que te compro la camisa...
- Azul, ya te recuerdo, esperaba ansioso tu llamado, te tomaste tu tiempo.
- Bueno... no es fácil.
- Me imagino, ¿sos casada, no?
- Sí
- ¿Cuándo nos vemos?
- No sé.
- Te parece hoy a las siete de la tarde.
- ¿Hoy, a las siete? Eh... me tomas tan desprevenida.
- ¿Qué queres esperar?
- Está bien, decime el lugar y voy.

Tocan a la puerta. - ¿ Inés estás ahí?
- Si Juan, me estoy dando un baño de inmersión.
- No, como hace más de una hora que no salís, pensé que te había pasado algo.
- No, nada, esta todo bien, ya salgo.
- Dale, así vamos a dar una vuelta.
Salió del baño, se vistió y volvió a la realidad.
Juan la estaba esperando con las llaves del auto en la mano.
- Vamos a pasear, el día está lindo, luego podemos almorzar en algún restaurante de la zona.
- Bueno.

Durante el trayecto Juan Pablo no dejaba de hablar, comentar cosas del paisaje, de la vida diaria, los chicos, el colegio, el trabajo, amigos, etc., etc... Ella ausente, en otro mundo, su mundo prohibido, ajeno a todo y a todos.
Un universo de dos, donde sus amigas, familia, sociedad no la entenderían jamás, al contrario sería juzgada y condenada y si fuese posible a la hoguera.
El almuerzo transcurrió tranquilo, al igual que la tarde, yéndose poco a poco, como ella tras cada minuto que pasaba. Cada vez más lejana, más vacía y sola.
Juan Pablo preparó unos tragos, encendió la televisión para ver el informativo y ella se recostó en el sillón a leer ...
Hoy quisiera tus dedos
escribiéndome historias en el pelo,
y quisiera besos en la espalda,
acurrucos, que me dijeras
las más grandes verdades
o las más grandes mentiras,
que me dijeras por ejemplo
que soy la mujer más linda,
que me querés mucho,
cosas así, tan sencillas, tan repetidas,
que me delinearas el rostro
y me quedaras viendo a los ojos
como si tu vida entera
dependiera de que los míos sonrieran
alborotando todas las gaviotas en la espuma ...
El recuerdo golpeando la puerta nuevamente, la lengua de Ignacio recorriéndola palmo a palmo, sus brazos fuertes tomándola, las manos acariciando su piel, sintiéndose fundirse en él.
- Cuántos años tenés le preguntó un día.
- ¿Eso importa?
- No, pero me gustaría saber.
- 28 ¿y vos?
- 13 más que tú.
- Siempre me gustaron las mujeres maduras, son más sensuales, seguras de sí mismas.
- Me siento vieja a tu lado, ridícula.
- Yo me siento feliz. Le respondió él.

- Inés, Inés... ¿te dormiste?
- Si, estaba cansada.
- Preparo algo para cenar, ¿te parece?
- Bueno, sí.

Prepararé la pasta que a ella tanto le gusta, quiero sorprenderla, pondré la mesa: velas, flores, el vino... esta todo, no falta nada.
La cena transcurría en silencio, Juan Pablo no dejaba de mirarla y admirar a su mujer, le gustaba su rostro plácido.
- ¿Te agrada la comida?
- Si, gracias, está todo delicioso.
- ¿Brindamos?
- ¿Por qué motivo?
- Por nosotros, nuestra felicidad, nuestro matrimonio, los chicos, nuestra vida juntos.
Levantó la copa, le sonrió y se sintió culpable.
Luego de la cena, se sentaron frente a la chimenea. Él la estrechó y ella no soportó esos brazos alrededor de su cuerpo. Ansiaba los de Ignacio.
Le colocó una gargantilla de oro en el cuello.
- Como símbolo infinito del amor que siento por ti, le dijo.
No podía dejar de llorar, él pensó que se debía a la emoción del obsequio. Solo ella sabía cuál era el verdadero motivo de esas lágrimas.
Lo miró a los ojos, se quitó el collar y se lo entregó a Juan Pablo.
- Gracias, pero no puedo aceptarlo.
- Pero, por qué, no te gustó, podes cambiarlo sí queres.
- No, no es ese el motivo. No puedo recibirlo porque te soy infiel.
- Cómo que me sos infiel, de qué hablas Inés.
- Hace casi un año, conocí a un joven y tengo un romance con él. Creo que estoy enamorada y no puedo seguir en esta situación.
- Me parece que el vino te sentó mal Inés, estas delirando, vos un romance con un joven, de qué hablas.
- De eso Juan, tengo un amante.

Se levantó, fue al cuarto, armó el bolso y regresó a la ciudad.

Juan, inmóvil frente a la chimenea pensaba... cuando dos personas comienzan una relación ambas están enamoradas, en cambio cuando se termina, una de ellas deja de amar y la otra continua amando y lo que más se extraña son estas pequeñas imágenes cotidianas.

Salsipuedes
julio ‘04










Texto agregado el 04-08-2004, y leído por 275 visitantes. (0 votos)


Lectores Opinan
02-09-2004 excelente siempre lo tuyo lobita... ;) flacojoselo
04-08-2004 quizas les pasa a muchas personas lo que tu desarrolaste tan inteligentemnte forrest
 
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