Antes de morir, Britannie miró hacia la ventana. La hora de partir había llegado. Pero aquella chica alegre, de grandes ojos, desapareció el día en que se mudó hacía siete años. Los recuerdos de aquella juventud vigoroza le volvían a la vida cada vez que el vacío imperaba en su corazón agitado. Con ínfimas fuerzas cogió de la mesa junto a la recámara, un libro de pasta dura y portada ilustre: "Los espartanos". Sus padres tenían la tarea de inculcar en su hija mayor la noble moral de sus antepasados. Así que los días primeros de cada mes regalaban a su querida Britannie la herencia del culto que un libro podría brindarle. "Brita", "Brita" -decíanle sus padres longevos- "Te queremos tanto y eres la razón de nuestros años". Durante la edad productiva de sus padres, Brita servía en los cuidados de ancianos, en las llanuras desiertas del Condado "Atenas". Allí desarolló el oficio en asistencia médica donde ayudaba a ejercitarse diariamente y de manera moderada a los pacientes que ingresaban todas las tardes en la clínica donde ella servía.