Una vez al año vuelvo a casa para ver a mi madre, nos abrazamos fuertemente y después platicamos durante horas. Como ya es de costumbre, tras el encuentro, solemos dar un paseo por el barrio en el que viví mi adolescencia, ella me informa de todo lo acontecido durante mi ausencia; es grato para mí poder observar que ahora todo marcha bien, que las penurias se han disipado poco a poco y la tranquilidad abunda en el sector.

Al llegar a la plaza, una imagen me impacta, pude divisar a la señora Mercedes sentada en la banca principal, al costado del gran Romero ,allí se encuentra reflexiva, como queriendo encontrar algunas respuestas. Le pregunté a mi madre que había sido de ella; me respondió que lleva más de siete años esperando información con respecto a la desaparición de su primogénito, me expresó también, que madrugaba para obtener algo de noticias, a diario y sin cansancio, en donde recorría los hospitales de la región y los departamentos de policías para obtener actualizaciones sobre su denuncia por presunta desgracia.

La señora Mercedes estaba arruinada, su tristeza era evidente, abatida por la desesperación, sólo le quedaba mirar al cielo y pedir a Dios para que se aclaren las cosas. Lo que a mí me causo mayor amargura, fue que Mercedes aún tenía esperanzas de encontrar a su hijo con vida.

Ahora que me encuentro un poco más maduro, me imagino una y otra vez, que todo hubiese sido tan distinto si el hijo de la señora Mercedes me hubiera convidado ese cigarrillo en aquel momento de extrema locura.