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Martín tenía cierta obsesión con el jardín botánico. La última vez que estuvo ahí se quedó una hora bajo la lluvia, sentado en el barro que antes fue tierra. Miraba la esquina más emblemática de la ciudad con el ceño fruncido. Le gustaba reflexionar sobre la causalidad de la vida. Pensaba que de alguna manera todo estaba conectado. Pero lo que había comenzado con intuiciones pasajeras se había transformado en una paranoia patológica. "Un estilo de vida" decía él.

Por ejemplo hace algunas semanas chocó con una mujer mientras cruzaba el puente e inmediatamente lo interpretó como una señal. Sin que ella se diera cuenta -o al menos eso creía- comenzó a seguirla. Ella usaba un vestido amarillo y caminaba con cierta gracia. A Martín le pareció interesante. La escoltó hasta el terminal y ella subió a un bus con destino a Santiago. El de inmediato se acercó a una ventanilla, preguntó por la disponibilidad de asientos en ése bus y compró un pasaje de ida.

Se subió al bus sin más que cinco mil pesos en efectivo, el comprobante de pago de su cédula de identidad que había extraviado la semana pasada y un libro de autoayuda titulado "Aprenda a usar su intuición en cinco pasos". Se sentó dos asientos más atrás de la mujer y abrió el libro en el capítulo dos, titulado: "Artes adivinatorias en el proceso de conquista". Luego de leer dos páginas Martín se durmió.

En su sueño apareció sentado en el jardín botánico esperando a Camila, una estudiante de filosofía que conoció en una de las fondas donde habían celebrado fiestas patrias hace algunas semanas. La muchacha llegó tarde al encuentro pero a él no lo importó. Se repartían los atrasos entre los dos porque ambos pensaban que la tensión es saludable para las relaciones de pareja. Camila incluso no contestaba el teléfono de vez en cuando. Martín por su parte la despertaba en medio de la noche golpeando ollas y sartenes y sólo los fines de semana, cosa que al contrario de molestarle la excitaba y disponía para los encuentros sexuales, que habitualmente duraban hasta el amanecer.

Camila se sentó a su lado, puso la cabeza en su hombro y él la rodeó con su brazo derecho. Ambos miraban la esquina más emblemática de la ciudad. Martín tenía el ceño fruncido y Camila una semisonrisa. Luego de un largo beso comenzó a llover. Ambos sabían lo que eso significaba: volver a la casa y no salir de la cama hasta el otro día. Cruzaron las calles saltando charcos hasta llegar a la cabaña, que no estaba muy lejos. De pronto Martín escuchó una voz, pero miró alrededor y no vió a nadie más que a su compañera. Siguieron caminando y nuevamente oyó una voz.

- Señor, le repito por favor debe bajar del bus.
- Sí, ya, bajo.

Martín reconoció el terminal de buses de Santiago e inmediatamente buscó a la mujer de vestido amarillo. La encontró al costado del bus esperando su bolso. Repitió mentalmente algunas frases del capítulo dos de su libro de autoayuda y se dirigió a ella decidido.

- Hola, ¿Camila, no?
- Hola, sí. ¿Nos conocemos? respondió la muchacha frunciendo el ceño con cierto temor.

Martín cerró los ojos y esbozó una sonrisa. La expresión de su cara se mantuvo cuando abrió los ojos y contempló la esquina más emblemática de la ciudad bajo el cielo nocturno. Sus manos estaban arrugadas. Estaba completamente empapado. Ya no tenía el ceño fruncido.

Texto agregado el 09-10-2012, y leído por 114 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
10-10-2012 Riquisimo relato, pleno de imagenes y un viaje al interior de la mente. Me guso mucho. Un abrazo!!!! 5* literarias yar
 
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