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Otro rollo de papel antiguo cayó de las antiguas repisas, a su camino levanto un viejo polvo que no deseaba ser despertado de su letargo. Una vez en el suelo se quedó quieto como esperando que nuevas capas de polvo ocultaran su contenido.

- “Uno más para leer.” – pensó al verlo tirado sobre las frías piedras de la catacumba.

Viejas catacumbas, con muchos niveles por debajo de la montaña. Tan antiguas y viejas que ya nadie recordaba que tan profundas son o cuantos niveles hay por debajo de nuestros pies. También hay más de un millar de puertas conocidas cerradas con candado y sin llave.

- ¿Qué secretos se esconderán tras las grandes moles de madera y metal viejo? – las palabras resonaban en las frías paredes – Ni que decir, necesito papel viejo y herético para prender las velas esta noche.

El viejo monje era el guardián de todo el conocimiento ahí guardado que ni él mismo, que había pasado toda su vida dedicado a clasificar tantos libros, papiros, rollos, pergaminos y fragmentos de papel, podía saber cuánto abarcaba.

A veces encontraba fragmentos muy interesantes que habían cambiado el curso de la historia, de las religiones y creencias e incluso de la tecnología. Sabía que antiguamente tuvieron mucha más tecnología que antes, pero junto con aquella tecnología el hombre había infringido mucho dolor a sus hermanos.

Según leyó en muchos libros la historia de la humanidad estuvo escrita de mucho dolor, sangre y ambición, pero ya no era así. Miles y miles de años habían pasado desde aquellos tiempos, en las partes más altas de aquellas catacumbas esculpidas en una antigua montaña encontraron gran cantidad de hileras de armatostes de metal negro en cuartos negros, todos iguales, todos callados, todos durmientes con sus secretos guardados. No pudieron comprenderlos y siguen ahí como iconos de algo que no regresará.

Por debajo de aquellas cámaras empezaban grandes cuartos llenos de libros en lenguas muertas, muy variadas, muy extrañas, algunas hablando de lugares y tierras inexistentes, otros de objetos o el fondo del universo. Los monjes pasaron siglos desenterrando los conocimientos ahí ocultos y luego venían las catacumbas. No eran tan grandes como los anteriores pero su conocimiento era mucho más antiguo y vasto que el de las cámaras anteriores.

Había sido como una aventura, recorrer aquellos oscuros pasajes, encontrar el conocimiento perdido hace tanto tiempo atrás, poder aprender de los errores del pasado para preservar el futuro de su gente.

Pensaba en todo mientras leía los pedazos de papel que tenía en las manos e iba clasificándolos en dos montones. Lentamente se entretuvo en su tarea durante un buen tiempo hasta que el montículo que había tenido detrás de el se convirtió en dos más pequeños en frente. Agarró el primer montículo y empezó a leer más detenidamente, luego ponía los libros y papeles en una bolsa de cuero, lo mismo hizo con el segundo montículo y los regresaba a sus anaqueles con una señal luminosa brillando en alguno de los lados.

Al terminar su trabajo cogió la bolsa de cuero y regreso lentamente junto con sus hermanos monjes para la comida del día.

- El odio es herético, es conocimiento es una bendición. – recitaba mientras subía las escaleras con destino a la cocina con conocimiento herético para prender el horno para la cena de esa noche.

Texto agregado el 16-10-2012, y leído por 83 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
17-10-2012 muy interesante e instructivo. elisatab
 
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