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Inicio / Cuenteros Locales / Delirium / Al paraíso por un extremo

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Era la primera vez que alguien le decía puta y no pudo evitar sonreír. Miró al niño con curiosidad, acuclillado en el umbral de la puerta de la casa y alumbrado por la luz de un bombillo que le alargaba la sombra sobre la acera. Un mocoso bajándole la noche sobre la vida. La segunda vez no fue un niño y no sonrió. El hombre del kiosco que conversaba con otro la soltó nada más ver su figura, como si al hablar de pronto se interrumpiera para nombrar el color de un perro. Darle un puñetazo quedó nada más en las ganas cuando tuvo que correr para que el bus no la dejara. Dos veces parecían una simple casualidad y así lo dejó. Al otro día no fue del mismo parecer y a tirones de pelo tuvo que poner en su lugar a una clienta en la peluquería donde trabajaba. Por poco no va a la cárcel, cuando un policía le sacó las manos del cuello de la que intentaba asfixiar con el delantal. Sentía rabia, y para remate al final de la tarde el señor que le hacía las carreritas le ofreció un billete de cien a cambio de un oficio manual, mi reina. Llegó a casa furiosa. Con una botella sobrante del bautizo del ahijado fue a la sala y empezó a beber. Le sacaba el quicio tales aseveraciones, que ni en ésta ni en la otra vida tenían razón. También contribuía el alcohol a empeorar su estado. Bebía esperando al tiempo. Una hora en específica que no conocía, pero sabía que llegaría en cualquier momento. Rebuscando en la memoria esa palabra: esa no es más que una puta, a mí que no me toque la puta, ¡ah! y el colmo, el chofer con su boinita blanca. Con ansiedad acostumbrada bebió lo último de la botella directamente del pico. Pero ahora sonríe al pensar que si la operación a mal término hubiese llegado no existiría ese instante, ni su cuerpo nuevo. Todo salió bien. El amor y el dinero se jugaron a un solo envite. El giro de la cerradura de la puerta por fin le alcanzó para una satisfacción corporal. Sobre el sofá sentía que el licor actuaba de otra forma; ahora no había rabia. Él le diría reina, preciosa… hazme tuyo, y la noche se iría en un goce viril y robusto. Movió los anchos hombros que se apoyaban en el respaldar proyectando el manjar de sus senos. Estiró sus piernas esbeltas, de lado, esperando un final de fotografía.

Texto agregado el 11-11-2012, y leído por 187 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
21-09-2013 tal vez fuera necesario haber explicitado aquello del giro positivo en el 'cuerpo nuevo' de la doña. escrito con el vigor que precisan las odiseas personales de quienes creen (deben) en luchar por la vida quilapan
11-11-2012 Me pasó exactamente como a autumn, creo que el último tramo no es claro y me perdí. Magda gmmagdalena
11-11-2012 Me perdí un poco en el último tercio , hasta ahí me gustó mucho . autumn_cedar
 
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