Hay un hombre que se pasea por el pasillo de mi casa. No lo conozco de nada ni sé quién es. Es alto y tiene la cabeza totalmente rapada. Lleva una especie de camisón crudo de franela que le llega hasta los pies. Arrastra las babuchas al caminar y lleva siempre, en la mano derecha, una palmatoria encendida. Debe ser muy viejo porque va encorvado. Tiene los ojos rojos, inyectados, como una rata. Un derrame seguramente. Lo que más me irrita de esta situación absurda, es que cuando pasa por delante de la puerta de mi dormitorio, vuelve la cabeza hacia donde estoy tendido, hace una mueca y me enseña la lengua. La lengua es roja, como ensangrentada, del mismo color que los ojos. Después sigue andando y desaparece. Me levanto corriendo para agarrarlo, pero no lo encuentro por ningún sitio. En el aire queda una telita de humo de la palmatoria.

JUAN YANES