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A las Estrellas.
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)

Reina el silencio: fúlgidas en tanto,
luces de amor, purísimas estrellas,
de la noche feliz lámparas bellas,
Bordais con oro su enlutado manto.

El placer duerme y vela mi quebranto,
y rompen el silencio mis querellas,
volviendo el eco, unísono con ellas,
de aves nocturnas el siniestro canto.

Estrellas, cuya luz modesta y pura,
del mar duplica el azulado espejo,
si a compasión os mueve la amargura.

Del intenso penar, por que me quejo,
¿Cómo para aclarar mi noche oscura
no teneis ¡ay! ni un pálido reflejo?
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873)

En su habitación, Vera temblaba de impotencia. Apenas llegó esa mañana del colegio, con la ilusión de ver nuevamente a su hermana y ahora estaba comprometida con un desconocido que le triplicaba la edad. Todo su ser se reveló en contra, pero las súplicas, los gritos y las lágrimas no lograron convencer a su padre de la equivocada decisión.
Anhelaba una promesa insostenible. Sentía su quintaesencia cada noche, derramando sobre ella su gloriosa calidez. Conteniendo las lágrimas, recordó a su madre en su lecho de suaves almohadones.
–Cuéntanos el cuento de las estrellas –pedían Vera y su hermana Marcia antes de dormir. Su padre lanzaba un sonoro chasquido, desaprobando esa “ridícula petición”, pero ella siempre las complacía y les contaba sobre las estrellas viajeras.
–Si lo desean con todas sus fuerzas –decía soñadora –tal vez una de ellas baje y las lleve a pasear.
Los ojos de Vera relampagueaban de regocijo. El cuento le fascinaba tanto, que en navidad, su madre le obsequió un alhajero atestado de cuentas de vidrio con forma de estrella. Fue su última navidad juntas. Terminaron los cuentos de hadas y los días transcurrieron entre deberes y sermones que un día, apagaron el afable carácter de Marcia.
Una noche, cuando todos dormían, tomó su alhajero, salió por la ventana y trepó por el tejado hasta llegar a la chimenea. Ahí, alzó en su mano la más bella de todas y le pidió a las estrellas que la llevaran con ella.
Cuando bajó, la esperaba la mirada reprobadora de su padre. Furioso, le arrebató el alhajero y días más tarde, ambas partían al colegio St. Mary Ascot. Sólo regresaron cuando Marcia terminó sus estudios. Para entonces, su padre ya había arreglado un ventajoso matrimonio para Marcia y al poco tiempo, partió hacia su nueva y pusilánime vida.
Entre lágrimas Vera agitó su mano mientras el carruaje se llevaba a su hermana envuelta en encajes y tafetán blanco.
Ahora, prisionera en su habitación, ni siquiera podía ver por su ventana, tapiada desde ese episodio de su niñez.
El ligero sonido de la cerradura anunció la llegada de su hermana. Corrieron a abrazarse como cuando eran niñas y se confortaron en un cálido abrazo.
–Están tan bella –declaró Marcia apreciando la exquisita figura envuelta en organza y brocado y que contrastaba con su elegante vestido negro.
–No puedo hacerlo. –Confesó Vera casi en un gemido.
–Papá tiene grandes negocios que espera consolidar con tu boda. Abajo todo está listo para recibirte con tu esposo. Nada puedes hacer. –con ternura tomó sus manos entre las de ella. –No tarda en llegar para escoltarte. Me adelanté porque necesitaba entregarte algo que encontré en la habitación de mamá. –Sonriendo, la llevó al otro extremo de la habitación donde levantó una tabla del parquet y sacó su precioso alhajero.
Asombrada Vera lo tomó con delicadeza y la miró agradecida. Incontables noches lloró su pérdida y ahora la promesa volvía a sus manos.
En eso, su padre entró. Miro a Marcia brevemente y después se detuvo en Vera. Con mirada crítica la examinó unos instantes y después asintió en silencio.
–Es hora de irnos –Sentenció. Tomó a Vera del brazo y casi la arrastró fuera de la habitación. El tiempo se agotaba y antes de partir, Vera abrazó a Marcia y le susurró con premura:
–No vayas Marcia. –Agitada murmuró. –Espérame aquí y por favor… quita la tapia de mi ventana. Confía en mi –agregó al ver el asombro en el rostro de la chica.
El rumor enfadado de su padre terminó con el abrazo. Dócil, bajó a donde los esperaba un carruaje y partieron rumbo a la iglesia.
A Marcia le asustaron las palabras de Vera y al mismo tiempo, recordó la sensación aprensiva que ella misma sintió. Decidida, bajó por un atizador y comenzó a quitar la tapia.
Poco a poco, entre rechinidos y astillas, logró desprender la madera que cubría la ventana justo para ver un veloz carruaje avanzando hacia la finca por el serpenteante camino. Una figura de ondeante velo, lo conducía con destreza. Más atrás, un jinete salía de entre los árboles en persecución de la chica. En la temprana oscuridad del anochecer, las primeras estrellas brillaron y desde la colina, un suave viento estelar se precipitó en el desasosiego.
Instantes después y en medio de la confusión de la servidumbre. Vera irrumpió en la finca y corrió escaleras arriba donde Marcia la esperaba. Con la cerradura puesta y sin perder tiempo, Vera tomó el alhajero y ambas treparon por las tejas. Marcia alcanzó a escuchar a su padre gritando y aporreando la puerta.
Arriba, el viento había arreciado y las hojas secas danzaban en fantásticos giros, arremolinándose en grácil garbo, mientras el cielo oscurecido recibía a la estrella viajera.
En ese momento, Vera abrió su alhajero y un objeto de brillo prodigioso flotó y se posó en su mano. Vera lo alzó mientras la estrella bajaba.
–Es la promesa de mi príncipe de plata –expresó Vera solemne –Prometió que vendría por nosotras.
La luz las rodeo y se condensó formando la figura de un hombre. Marcia pudo ver el devoto amor en sus miradas y sintió una inmensa alegría por su hermana. El sonido de la puerta cediendo a la fuerza, precipito sus acciones. Miró al príncipe y le pidió que cuidara de su hermana. Después de un apresurado abrazo de despedida e ignorando las súplicas de Vera, comenzó a bajar impidiendo con su descenso que su padre subiera.
Desde la ventana, atónitos observaron como las dos figuras se elevaban transformadas en una intensa luminosidad. Sin sombras que perturbaran su majestuosa marcha, el fulgor ascendió al firmamento. Entre lágrimas, Marcia escuchó la promesa de su hermana. “Cada noche que franquee el equinoccio de otoño, dos estrellas brillarán en tu cielo”.
Tan dulce como el primer beso, la brisa acompañó en su áurea travesía a los hermosos diamantes como un suspiro largamente contenido.

Texto agregado el 16-11-2012, y leído por 270 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
18-08-2019 Es fantástico como se mezclan la realidad con la fantasía. Un padre autoritario y las hermanas con sus fantasías, el equinoccio de otoño y las estrellas. Es suntuoso el cuento Martilu
06-06-2013 Tuve q apresuraron para seguirle el paso a las protagonistas. Tienes un gran don para concentrar la atención.***** Gemercy
17-04-2013 muy buen cuento la linea de la ficcion se mezcla con la realidad felicitaciones musas-muertas
15-04-2013 muy bueno****** pensamiento6
19-02-2013 Hermosa fantasía amiga! Hace rato no te leía. Me gustó mucho! Un beso! hugodemerlo
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