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Cuento de Brasil

En Brasil aprendí una vez este cuento que os voy a relatar, en la casa de los poetas, seres extraños al común pero ciertos en las almas.

Es un cuento, más es verdadero, porque es la vida misma, que transcurre en nuestras almas torpes, aprendices de todo y maestras de nada, que es la muerte por morir sin haber vivido antes la vida plena, que nos ofrece todo en su mano y rechazamos por soberbia, por ambición, por orgullo, por ignorancia supina de la felicidad, que, gratis, se nos ofrece, y nuestro empeño, es pagar por lo que no tiene precio.

Dice la historia que unos seres dotados de cuatro brazos cuatro piernas un alma y un corazón desataron la envidia de los dioses, y estos, verdugos de la vida, mandaron tormentas con rayos certeros y siniestros, contra el deseo de Venus y Eros, que dividieron estos cuerpos por el corazón único y tiraron al mar infinito las dos partes divididas, unas se ahogaron en el negro profundo del mar silencioso, otras cayeron en distintos continentes y pueblos, vivos, pero medio muertos sin su mitad complementaria, vagando en la sinrazón de la codicia y la materia que se desmorona aunque oro sea su centro.

Continua el cuento diciendo que cada mitad sola entre la multitud de seres partidos, busca su alma gemela a través de los tiempos, ignorando su destino y el significado de su búsqueda, borrada su memoria, por la tiranía de los dioses del poder y la pasión mundana, del placer por el placer, no por la plena felicidad de sentir juntos cada hora, cada minuto del transcurso del tiempo eterno del Amor, que no dura, sino es intenso por su fuerza y su verdad.

Algún poeta español también escucho esta historia y compuso una canción, Penélope, que más basada en esto que en la vida de Ulises, relataba el momento en que dos, que eran una, de estas almas gemelas y perdidas en el infinito de la vida, se encontraban en un andén, solitario y frío, en un momento de la vida de esa mujer que espero a su hombre, su mitad, toda una vida y cuando regresó, al contrario de su clónica tejedora, no lo conoció, le dijo tu no eres quién yo espero; cuenta también la leyenda, que una vez en nuestra vida pasa el expreso de la felicidad, con nuestro medio corazón escondido en un rincón del vagón, silencioso, mirando fijamente, quedo, sin mover un solo músculo de su faz, solo esperando la mano hermana que tire de ella fuera del vagón, dentro de la vida; dicen que ese tren solo pasa una vez en la eternidad de nuestra vida que va a la muerte, pero otros, yo mismo, creemos que ese tren, ese río, esa cascada, siempre para, transcurre, circula junto a nosotros, pero no somos capaces de coger esa mirada del fondo del vagón, donde nadie mira, donde nadie se sienta, solo está el, el corazón partido que no puede hablar y solo siente que pasar y pasar es su destino, por la ceguera del corazón muerto en su mitad, que solo ve materias, y solo huele aromas de perfumes construidos por los que no quieren que sepan, que vean más allá de ese cuerpo arrugado y tembloroso, que nos observa desde la profundidad de la vida cotidiana, del tren que pasa y pasa y siempre se detiene, sin esperanza de que los ciegos vean y las almas se junten por vida y muerte hasta el principio del Amor y de la vida total, sin tiempo, con Dios o con quién sea, que nos lleve a la estación en la que nunca es preciso coger el tren, y marchar buscando otra cosa que ahí ya tienes, que es el vivir a borbotones, a grifo abierto, sin esclusas que detengan el amor y la pasión de ser uno en dos divididos pero juntos por la voluntad.

Yo aprendí este cuento y creí encontrar esa mitad que haría de mi un ser, por fin, feliz y entero, dejando mi vida vulgar y afanosa tras la verdad del Amor, pero esa mitad se fue y estoy solo en la estación, viendo pasar los trenes, la vida, esperando, solo, que Ella, se baje de la vida que se mueve y tire de mi mano, mientras yo espero en el banco triste de hojas caídas, con los ojos cerrados, pensando en la leyenda, pensando que yo también puedo ser feliz.

(A Odisea, que va en el tren de su vida, mientras la mía muere poco a poco en el andén de la desesperanza; si algún día vuelve, sabré que es Ella y seré feliz al menos en la hora de mi muerte, junto a mi medio corazón, que se fue buscando otra vida mejor, que no existe, pues no es junto a mí.)

Aguilagris

P.D.: Hoy, al fin, nuestros dedos volvieron a rozarse entre la multitud.

Texto agregado el 24-11-2012, y leído por 139 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
26-11-2012 me gusto, esta bien desarrollado. carlosB
24-11-2012 Bella reflexión . autumn_cedar
 
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